* La saramagia en Bellas Artes *
Mónica Mateos y Angel Vargas * El Estado mexicano está haciendo a los indios de hoy lo que, mutatis mutandis, España hizo a sus antecesores durante la Conquista, es decir, someterlos a la violencia y a la depredación. En torno a esta idea, el premio Nobel José Saramago alzó su voz en contra de la injusticia en el máximo foro cultural del país. "Soy un ciudadano del mundo y, por tanto, reivindico aquí mi derecho a opinar de cualquier cosa; hay que globalizar la solidaridad, no sólo la economía".
En el Palacio de Bellas Artes, el escritor portugués hizo un fuerte llamado a la conciencia nacional, "porque en el fondo es para lo que he venido". Durante dos horas habló de Chiapas y sus atrocidades, de los deberes no comprendidos de la sociedad civil, del verdadero sentido de la democracia, de la enfermedad que vive el mundo.
Su discurso dejó bien claro que en México, al resucitarse del olvido a Zapata, nació algo para el futuro: "los indios mexicanos están dando al mundo una lección verdaderamente extraordinaria, con un estoicismo poco común en un tiempo como éste; cercados, hambrientos, enfermos, luchando contra todo y contra todos; contra la indiferencia, que es la peor de las enfermedades. Ahí están, intactos, íntegros, enteros".
Las personas que llenaron el teatro de Bellas Artes, así como las que escucharon a Saramago desde la explanada de ese recinto, aplaudieron conmovidas, como lo hicieron gran parte de la noche, cada vez que él ponía el dedo en la llaga.
Esa fue la tónica de la segunda parte de su "conferencia magistral", su reiterada alusión a la problemática chiapaneca y a la negativa del gobierno para resolverla. Antes, leyó un texto ųaunque aclaró que no le gusta hacerloų, titulado Descubrámonos unos a los otros, en el que se refirió a la intolerancia prevaleciente en el mundo, aun en Europa central, cuyos países se consideran "los más cultos, los más civilizados".
Elena Poniatowska fue la encargada de hacer la presentación del escritor lusitano, en el contexto de la cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. La escritora y periodista esbozó un perfil del Saramago que ha conocido a través de las páginas de La Jornada. Afirmó que mucha gente se acerca al Nobel "para ver si les hace un milagro" y elogió su inclinación a "escoger siempre a los más pequeños, en este caso, a los indígenas de Chiapas".
La palabra de Saramago irrumpió para atemperar los ánimos, pues minutos antes de su charla, el público ubicado en gayola desplegó un par de pancartas de protesta que rezaban: "Saramago no es rehén ni mercancía de tecnócratas", aún molesto porque "los boletos de hasta abajo fueron para los del Tec".
Afuera del recinto, ese enojo tuvo eco y se pudieron leer carteles que decían: "El Palacio es de todos, y Saramago también, no de la élite cultural" o "Saramago, dile al mundo que en México la cultura es cara, y mucho".
Al solicitar que no se le aplaudiera cuando terminara de leer su conferencia, es decir, la primera parte de su intervención, el premio Nobel pronosticó que esa noche sus palabras tendrían una tesitura crítica, al margen del discurso académico que justificaba su presencia en el lugar.
Indignado, pero sereno, comenzó a hablar acerca de lo realmente importante para él: "Vengo de Chiapas. Vengo de la no guerra. No haré un catálogo de las atrocidades y maravillas que ustedes conocen mejor que yo. Sólo intento comprender".
El silencio en la sala. La saramagia había comenzado:
"El mundo me preocupa, también México, particularmente Chiapas. Parecería que no hay por qué, pues tengo 77 años, un premio Nobel, una casa hermosa en una isla donde no se conoce siquiera la palabra polución, tres perros y, para decirlo todo, tengo a mi mujer.
"Tengo, entonces, todo para estar en calma. Pero, Ƒpor qué vengo a México y molesto al presidente Zedillo? No creo que mis palabras cambien algo, pero tenemos muchos problemas. El principal es que tenemos ideas y no sabemos qué hacer con ellas. ƑA dónde lleva eso? A que vivamos en un sistema de engaños.
"No es que la política sea un engaño, no quiero ofender a los políticos, ellos no están para engañar", ironizó.
Dio la razón a los jóvenes cuando externan su indiferencia por la política, "pero les pido que no generalicen y que digan 'esta política no me interesa', para que yo responda: entonces construyan otra".
Detalló que todavía la mañana de ayer había estado en Los Altos de Chiapas y había sido detenido en varios retenes, en los cuales le tomaron fotos y videos. "Supongo que la colección del Ejército y la polícia se ha enriquecido muchísimo con mi cara. Seguramente hasta la enmarcarán. El Estado tiene el derecho a garantizar la seguridad de su gente, y si soy un animal peligroso, que se me retenga y se me interrogue".
Eso fue ironía. El verdadero dolor llegó a la voz del escritor cuando rememoró la historia de un retén que él sí considera válido: "una anciana y una niña hicieron un retén con un lazo y detuvieron un auto. Se acercaron a las ventanillas y dijeron: 'tenemos hambre, dénos comida, dame todo lo que traigas'. El único que tiene derecho a retener es el hambriento.
"Me dicen que episodios como este ocurren en todo el mundo. Entonces, es que el mundo está enfermo. Con todo respeto digo que no está enfermo el Estado, ni el sistema, ni el gobierno, ni los partidos políticos. No. La que está enferma es la sociedad civil.
"Hemos delegado demasiadas cosas y responsabilidades a los partidos políticos. Lo he dicho muchas veces. Cuando hay elecciones sólo votamos para pasar nuestra conciencia ética a otra persona y nos olvidamos cuatro años. Hay que buscar otras formas de expresar voluntades y de resolver nuestras necesidades colectivas.
"Se dice que la democracia es el menos malo de todos los sistemas, pero puede convertirse en uno de los peores, porque puede pasar como una realidad, y no es sino una mera apariencia. La democracia no es un punto de llegada, es un punto de partida.
"Con el arribo a la democracia se cree que se llega a la libertad y que ya no se tiene que andar. Es falso. Es el principio, hay que construir la democracia diariamente para ser libres.
"Se habla de que México está en transición democrática, no lo dudo. Pero si es así, Chiapas está esperando la democracia, lo que significa que está esperando respeto".
Con orgullo, José Saramago afirmó que si bien es cierto su ideología comulga con el comunismo, "cuando estoy en México no soy comunista, soy zapatista". Tal postura desató no sólo los aplausos y vítores de la concurrencia, sino el emblemático grito: "šZapata vive, la lucha sigue!".
Reiteró, pues esa fue consigna, incidir: "A los indígenas hay que respetarlos y no creer que ponen en riesgo la seguridad del Estado mexicano. Me han dicho que hay 40 o 60 millones de pobres en el país, pero la diferencia entre los pobres de la ciudad y los indígenas chiapanecos es que éstos viven cercados por los militares. No entiendo qué quieren ellos ųlos militaresų con los indígenas.
"Ellos estaban antes de la llegada de los españoles, y a ellos, sus descendientes, pertenece la tierra. El Estado mexicano está hoy haciendo a los indios lo que España hizo a sus antecesores durante la Conquista. Mutatis mutandis, no es lo mismo, pero se acerca mucho.
"Si vengo a México a aprender lo que estoy aprendiendo de los indígenas me da el derecho de hablar de ellos, porque los respeto. Cada uno de nosotros tenemos el derecho y el deber de respetarlos. Debemos hacer algo para cambiar su calidad de vida, que ellos mismos ignoran que la tienen. Tenemos el deber de recordárselos. Tenemos el deber de hacer algo para cambiar el destino de esos miles de niños y niñas, que aun en su situación son capaces de sonreír".
Al final de la velada, sus manos temblaban de emoción. La saramagia había invadido al público: "pido que aprovechéis lo que os he dicho en la segunda parte de este encuentro. En el fondo, es para lo que he venido". Y los claveles rojos llovieron sobre él.
Lo dicho anoche por Saramago en Bellas Artes avala sin duda lo que él escribió en su libro El equipaje del viajero: Hay palabras que son de cizaña o de trigo. Pero sólo el trigo da pan.