Angeles González Gamio
Los rostros de Tacubaya
Tacubaya de barro, de tezontle, de ladrillo, de hierro y de concreto; son los materiales que han caracterizado las distintas etapas históricas de la antigua villa, según las talentosas arquitectas Araceli García Parra y María Martha Bustamante Harfush, autoras del excelente libro Tacubaya en la memoria que acaba de editar el Gobierno del Distrito Federal, dentro de un vasto programa de publicaciones que ya se encuentran a la venta en las mejores librerías, y desde luego en El Pórtico, de Eje Central 24 y del pasaje de libros Zócalo-Pino Suárez.
Volviendo a la obra, su lectura es a la vez interesante y entretenida, ya que combina información histórica, anécdotas y magníficas fotografías. Es un libro fundamental, no solamente para los tacubayenses, sino para todo aquel interesado en la ciudad: su arquitectura, personajes, acontecimientos históricos y las múltiples transformaciones que ha tenido a lo largo de los siglos y su lucha encarnizada por conservar su identidad.
Aquí nos enteramos del origen del nombre, del cual hay varias versiones, todas muy bien explicadas. Resulta de interés saber que en la época prehispánica ya era un poblado de importancia, entre otras razones porque recibía frescas aguas que bajaban de las lomas del Desierto de los Leones, Cuajimalpa y Santa Fe. Su privilegiada ubicación en la cuenca la tornó en sitio de paso obligado para los que iban o venían de Mixcoac, San Angel, Coyoacán, etcétera, lo que propició el desarrollo comercial.
Tras la conquista, los españoles avezados pusieron el ojo en Tacubaya y, aprovechando sus caudales, abrieron molinos de trigo para abastecer de pan a los hispanos que poblaban con rapidez la cercana ciudad de México. Misma visión tuvieron los dominicos, quienes establecieron numerosos conventos en la zona, increíblemente aún existen construcciones de esa época, como el celebre Molino del Rey, cuya troje es hoy sede de las guardias presidenciales. Particularmente hermoso es el conjunto del molino de Santo Domingo, hoy adaptado para usos habitacionales, pero conservando su sabor y grandiosidad. De las edificaciones religiosas, destacan el conjunto de la parroquia de la Candelaria y el convento de Santo Domingo. Todo esto pertenece a la Tacubaya de tezontle.
La de ladrillo se inicia en el siglo XIX, en un México convulsionado por el movimiento de independencia, al que Tacubaya no fue ajena, por su situación estratégica en las cercanías de la ciudad de México, amen de contar con abastos alimenticios por los molinos y la rica producción agrícola. Tras la Independencia se volvió uno de los lugares favoritos de los capitalinos para ir a "veranear", lo que llevó a la construcción de hermosas fincas de campo.
La segunda mitad del siglo XIX dio lugar a la Tacubaya de hierro, con el desarrollo de los tranvías, el ferrocarril y la reurbanización a que dieron lugar las Leyes de Desamortización, que permitieron tornar las huertas y vastas propiedades eclesiásticas en fraccionamientos. Dentro del programa de "modernización" porfirista, en el rumbo se erigió el Observatorio Astronómico, en lo que había sido el Palacio del Arzobispado, la estación sismológica, la fábrica de pólvora, la estación de bombeo de agua, el Palacio del Ayuntamiento, el mercado, el rastro, las escuelas Justo Sierra y Guillermo Prieto y se dio el fomento de las ciencias, las artes y la literatura.
Y llegamos en este siglo a la Tacubaya de concreto, que destruyó magníficas construcciones de los siglos pasados para levantar algunos edificios valiosos y muchos adefesios. De los primeros nos hablan las arquitectas; entre otros, del Ermita, espléndida construcción del arquitecto Juan Segura, quien, por primera vez, contempló mezclar varios usos dentro de un mismo edificio: comercio en la planta baja, patios internos y grupos de viviendas unifamiliares y multifamiliares y un cine. Todo ello en un encantador estilo art deco. El fue también el autor de la ampliación de la avenida Revolución de ocho a 20 metros y de un vasto proyecto de desarrollo urbano en el rumbo.
Todo esto es una ligera probadita de la riquísima información que contiene este libro, que presentaremos mañana lunes a las siete de la noche, en la preciosa Casa de la Bola, en Parque Lira 136.
Ya en el rumbo hay que aprovechar y degustar unos sabrosos antojitos en La Poblanita, típica fonda, ubicada en Covarrubias 78. El mole y los dulces, buenísimos.