Don Pablo Hermoso de Mendoza llenó la Plaza México de señorío, ofreció la emoción del gran señor, afanado en cada instante de su actuación por cubrir rutas hacia el sentido íntimo del torear. ¡Qué majestad, que ángel!, montado en su famoso Cagancho en el cuarto becerro. Inquieto en todo momento por una emoción que hacía de cada lance del caballo, diestramente manejado. Vivamente atento a percibir todas las palpitaciones de su equino y el becerrillo, ni modo, que transmitía al tendido, sugiriendo un íntimo sentimiento admirativo. Lástima que el estoque quedara trasero...
Qué gran torero en la plaza es el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza. ¡Qué gran caballo es Cagancho en el ruedo! Ambos son algo más que toreo; una auténtica concepción dialectal del mundo. Todo un estilo de vida, una metafísica, una psicología de caballo y caballero, que absorbe un máximo de características toreras, al sentir y encarnar el espíritu que hay tras esas manifestaciones concretas de su quehacer artístico.
Don Pablo Hermoso de Mendoza, el señor de Navarra, campero, cordial sin teatralidades, rumboso sin exhibición, entendido del toreo clásico, lo mismo en las faenas en el campo bravo que en la plaza de toros, ha dado una cátedra de toreo a caballo como no se conocía en el México moderno, y así conquistó a la afición mexicana entre el clamor de las ovaciones y los gritos consagradores de ¡torero!
En sólo dos tardes, don Pablo Hermoso de Mendoza consiguió que el arte del rejoneo -de capa caída en México- interesara, conmoviera y propiciara una adición de incondicionales a su arte. Al fin lo que importa para vivenciar su quehacer es sólo una actitud sensitiva previa a vibrar y comprometerse, a pesar de no tener nada que ver con el toreo. Como sucedió a miles no adictos a la México y que ayer casi la llenaron.
La hondura de caballo y caballero embargaba a los aficionados al experimentar el encuentro con estos magos del toreo. ¡Qué manera de embarcar, templar y mandar al becerro del rejoneador con el cuerpo del caballo, alrededor del ruedo de costado! ¡Qué belleza al clavar los rejones y banderillas en corto de frente, a pitón contrario en recortes y galleos! ¡Qué intensidad en el triángulo, becerro, caballo y rejoneador! Toda una ambientación dialéctica que sorprendía por los lances imprevistos, las soluciones inesperadas en las situaciones comprometidas.
Seguro de sí mismo como de su real amor al arte del rejoneo, su actuación iba paso a paso registrando nuevos matices y afirmando el clasicismo de su toreo, asoleando su conjunto en una unidad bien estructurada, sin restarle ni vivacidad, ni fuerza, ni luz, al adivinar la renovada sugerencia de torear, sin sufrir esos temores o regresiones extrañas que tienen al toreo arterioscelerosado. ¡El toreo de don Pablo fue dulzura de cadencias, vuelo de pájaros!