Bernardo Barranco V.
Schulenburg de nuevo
Guillermo Schulenburg, ex abad de la Basílica de Guadalupe, está nuevamente en el centro de la polémica. Más que lincharlo, como sería el deseo de la alta jerarquía, el entorno nos permite analizar a la Iglesia católica y sus múltiples vicisitudes.
Los conflictos provocados por Schulenburg son de origen intraeclesiástico, se transforman fomentados por un periodismo que busca notoriedad, hasta convertirse en un franco malestar de la sociedad. En primer lugar, se maltrata el ethos guadalupano, hasta ahora casi incuestionable. Por otra parte, nuevamente salen a la luz los comportamientos y las conductas incorrectas entre algunos altos ministros de culto católico. Más allá de los escándalos y de la cultura de corrupción, que parece también tocar la esfera de las instituciones religiosas, aparece la hipocresía. Resulta indignante constatar cómo un abad que a costa de la devoción popular, a la que aparentemente ahora desprecia, haya vivido del mito guadalupano, en el lujo y la soberbia durante más de treinta años. Dicho con otras palabras, el guadalupanismo que estaría incompleto sin Juan Diego, fue fomentado sin cuestionamiento alguno por el propio Schulenburg durante tres décadas, mismas de las que él se sirvió y logró así convertirse en un personaje eclesiástico importante y en un hombre inmensamente rico.
Del mito guadalupano emerge lo que llamamos la religiosidad popular mexicana o devoción popular, y que para el papa Juan Pablo II, así lo planteó en su cuarta visita de enero último, constituye un poderoso factor de identidad y poder cultural frente a un mundo cambiante y globalizado. Independientemente de los creyentes o no creyentes, el mito guadalupano está en el corazón de la cultura mexicana; como todo mito, es la expresión de la imaginaria popular basada en hechos, experiencias y lejanas memorias que se presentan bajo las más variadas formas como son leyendas, cuentos, narraciones y relatos. Generalmente los mitos religiosos responden a cuestiones centrales del hombre y que escapan a todo proceso de la razón como la muerte, la trascendencia, el origen, el sentido de la vida, etcétera. El caso guadalupano es un mito fundante que sincretiza dos culturas opuestas y las procesa, mestizándolas si cabe la expresión. Por eso Juan Diego no puede ser separado ni aislado de la Virgen de Guadalupe; el indio es el "Otro" para la cultura europea simbolizada en la virgen, así como el rostro de María fue la otra cara del brutal encuentro que se dio en mesoamérica durante la conquista.
Por ello, resulta absurdo y difícil de comprender las afirmaciones del canónigo Carlos Warnholtz de que el Papa haría el ridículo al canonizar a Juan Diego. En todo caso, el Papa ya hizo el ridículo porque éste ha sido ya beatificado siguiendo el largo y minucioso proceso que el Vaticano desarrolla. Tanto el comunicado de la Conferencia Episcopal como las diferentes declaraciones de los prelados denotan la verdadera causa de la rebeldía de Schulenburg, el conflicto interno y la pérdida de privilegios económicos.
En 1997, a un año de la salida de Guillermo Schulenburg, realicé una emisión especial en Religiones del Mundo de Radio Red. Se contrató a una reportera para que, disfrazada, conversara con los diversos personajes en torno a la Basílica de Guadalupe dando especial atención sobre los dineros y la forma en que éstos se administraban. El canónigo Carlos Warnholtz estaba al frente de la Basílica y el resultado fue sorprendente no sólo por las formas tradicionales de hacer los negocios (ambulantes, venta de objetos religiosos, estacionamiento, locales, limosnas, servicios religiosos, etcétera), sino por la falta de control de un ingreso calculado, de manera muy superficial, en 20 millones de dólares por año y por el nepotismo e irregularidades campeantes en el segundo santuario más importante de la catolicidad mundial. De inmediato, los jilgueros de la mitra publicaron en Desde la Fe severas condenas al trabajo "seudoperiódistico" que se había presentado. Lamentablemente hubo una lectura incorrecta, pues se confundió como un ataque a la Iglesia y, concretamente, al cardenal Norberto Rivera, lo que en realidad fue un llamado de atención a la forma de administración irregular del santuario. Ese es el fondo del problema hoy. La reacción de personajes religiosos como Schuleburg y Warnholtz, que antes detentaban privilegios y estatus que han perdido para siempre, es la reacción de actores que han sido no sólo desplazados, sino deshonrados en un entramado interno implacable. Ante una aparente y absurda discusión entre supuestos aparicionistas contra antiaparicionistas se entrelazan pugnas intereclesiásticas y deseos de revancha.
El hecho de que se ventilen los conflictos intrarreligiosos ante la opinión pública es benéfico para la sociedad, porque ésta al estar informada puede tener un juicio y hasta intervenir. Sin embargo, los escándalos schulenburgianos le resultan particularmente incómodos a la Iglesia. ƑCómo puede ser que mediante sus limosnas depositadas en la basílica, este pueblo pobre de tradición guadalupana haya nutrido la paradoja de su portentoso abad emérito? El conflicto no es la obsesión histórica por la verdad en Schulenburg, lamentablemente es una cuestión mundana y de poder perdido. Si alguna necesidad urgente tiene México es creer en algo o en alguien, los escándalos recientes poco contribuyen a una de las creencias más firmes de los mexicanos.