Teresa del Conde
Madrid: fenómeno Caravaggio
La exposición Caravaggio, que atrajo decenas de miles de visitantes al Museo del Prado (no sólo locales, sino grupos que venían de diversas capitales europeas con sus respectivos guías), se exhibe ahora en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, cosa natural. Antes poco público amante del arte visitaba esa próspera ciudad, más el Guggenheim allí ha beneficiado a otras instituciones, entre ellas al museo sede de la exposición, cuyo director, Miguel Zugaza, comparte créditos con Fernando Checa Paredes, director del Prado en las gestiones que se realizaron dentro del decimoctavo marco de cooperación cultural entre España e Italia; el curador en jefe fue Claudio Strinati. Será la muy restaurada y atendida Galleria Borghese, de Roma, la que exhiba la muy esperada muestra de Velázquez, sin que eso demerite en lo más mínimo la soberbia presencia del maestro sevillano (cuya primera fase, visible actualmente todavía en Sevilla, es por cierto bastante caravaggesca) en el Museo del Prado.
La muestra de Caravaggio es escueta, son 19 telas las que se exhiben, algunas notabilísimas como Los músicos del Metropolitan de Nueva York (ca. 1595), pintados para el acendrado primer mecenas del pintor lombardo: el Cardenal del Monte, que patrocinó también el famoso Laudista del Ermitage (San Petersburgo). Esta pintura es mejor que el concierto de efebos del museo neoyorquino y muchos pudimos verla en México gracias a Sergio Galindo (+), entonces director del INBA, y a Fernando Gamboa en el Museo de Arte Moderno cuando tuvo lugar la exposición Obras maestras del Museo de Leningrado y del Museo Estatal Ruso. Eso sucedió entre mayo y julio de 1976 y la pintura en cuestión fue la elegida para aparecer en portada del catálogo de pasta dura ųlujoso para ese tiempoų que entonces se publicó, editado por el propio MAM bajo la coordinación de Mariana Frenk-Westheim.
Cada obra traía su correspondiente ensayo. El del Laudista, que abrió la muestra en la hoy llamada Sala Tablada, correspondió a Jorge Alberto Manrique, que ha sido tan amante de Caravaggio como yo. Hace poco se intentó organizar una exposición en torno de este pintor en nuestra ciudad. Existen algunas obras de atribución cierta en varios museos estadunidenses con los que hay relación y no se trataba de realizar una exposición semejante o incluso más restringida que la española, sino otra que diera cuenta del influjo de este pintor entre los tenebristas de Nápoles, de Utretch, etcétera, y desde luego la repercusión que eso pudo tener en la pintura del virreinato.
Existen además varias copias académicas de pinturas del Caravaggio que ya en alguna ocasión se vieron en San Carlos. El proyecto era interesante y tanto la directora de ese museo (Roxana Velázquez), como el titular del Museo del Palacio de Bellas Artes (Agustín Arteaga) lo veían factible, no sin razón, pues se pretendía obtener en préstamo sólo tres o cuatro originales, a los que se adhería la presencia de los caravaggistas, incluyendo, pienso, obras de José de Ribera, quizá de Tazzio da Varallo (la National Gallery de Washington tiene un San Sebastián que no siempre se exhibe), del Guarino, de Bernardo Cavallino, etcétera. Antes las había por decenas siempre en bodega en el Museo de Capodimonte, que dirige ''lo Spinoza" hoy día. Ahora éstas, que en buen número son anónimas o atribuidas a algún ''maestro de San Juan Bautista" (es un decir) ya no son tan fáciles de conseguir y muchas de ellas están restauradas y exhibidas en salas que rodean la espectacular museografía del único Caravaggio que posee ese museo: Flagelación de Cristo (1607), que como composición, no como factura ni como expresión, deriva de un fresco de Sebastiano del Piombo (1521) que está en la iglesia de San Pietro in Montorio, justo donde fue a dar por vicisitudes del destino el Moisés de Miguel Angel. Uno de los ''torturadores" (son tres) que aparece en esta pintura es reconocible como fisonomía en obras de la exposición madrileña, entre las cuales hay sólo diez de atribución indiscutible, unánime y documentada mediante fuentes que parten de los mismos momentos en que fueron ejecutadas. Otras todavía están en discusión, cosa que no demerita la muestra; la hace incluso más interesante.
El fenómeno de la efervescencia caravaggesca tuvo inicio con la exposición de 1951 que tras años de estudio logró armar Roberto Longhi en Milán, pero desde hace dos décadas el fervor ha alcanzado grados insospechados. A eso contribuye no sólo el que el Merisi marcó una vena casi inédita en el arte de la Contrarreforma, sino también a su agresiva personalidad y vida azarosa, que terminó a sus 37 años, en 1610.