Angel Guerra Cabrera
Cuba: oposición sin pueblo
Hace unos días mencioné la falta de apoyo popular a los grupos opositores en Cuba y la necesidad de ir gradualmente allí al pluralismo político. Después quedé con la sensación de que debía argumentar mis enunciados. ƑPor qué estos grupos son minúsculos y su audiencia dentro de la isla tan pobre cuando allí la gente es tan crítica con el gobierno? ƑA qué deben su protagonismo internacional, tan publicitado durante la pasada Cumbre Iberoamericana de La Habana? ƑPor qué el pluralismo?
Los opositores internos, como sus pares de Miami, persiguen el derrocamiento del régimen revolucionario, que conduciría de nuevo a la subordinación a Estados Unidos. No excluyo que alguno que otro iniciara su disidencia movido por legítimas inquietudes ciudadanas pero su conducta política, sus patrocinadores externos y sus propuestas los enfrentan objetivamente al sentir mayoritario de los cubanos en la isla.
La desproporcionada resonancia internacional que obtienen obedece así, principalmente, a la contumaz política desestabilizadora del vecino del norte contra el Estado cubano. Desde meses antes de la Cumbre Iberoamericana de La Habana, Washington y el lobby cubano-estadunidense de Miami desataron una guerra --mediática y diplomática-- para sobredimensionar la importancia de los opositores internos.
Este fenómeno es imprescindible analizarlo en el contexto del ya centenario enfrentamiento entre los afanes de autonomía y justicia social de los cubanos y el expansionismo y la agresividad de Estados Unidos. Agudizado en 1959, a partir de la temprana hostilidad estadunidense contra la revolución triunfante, el conflicto hunde sus raíces en la historia de la isla desde que el vecino del norte interviniera en 1898 para frustar una gesta que no era meramente nacional, porque apuntaba a la emancipación plena de América Latina. Su inspirador y conductor, José Martí, la concebía en esos términos. Así se lo participó en carta póstuma a su amigo mexicano Manuel Mercado: "...ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber... de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América."
Cuba, desde entonces, ha sido punto focal de ese conflicto mayor. Las propuestas opositoras no tienen en cuenta la perspectiva histórica. Para ellas no se ha producido en Cuba la revolución social más radical, profunda y humanista contra el dominio imperialista en América Latina. De ahí que la preservación presente y futura de las conquistas de esa revolución frente a los designios revanchistas del norte no merezca su atención.
La conservación de la soberanía nacional, el punto fundamental hoy en cualquier proyecto político cubano que se respete , no forma parte, pues, de sus espectativas. Sus exigencias descontextualizadas de democracia y respeto de los derechos humanos, conceptos a cuyo sentido liberador y progresista casi nadie en su sano juicio se opondría, obvian el virtual estado de guerra impuesto por Estados Unidos a Cuba, el bloqueo recrudecido a que la somete y desconocen la existencia de una Constitución --aprobada en plebiscito popular-- que consagra el régimen de partido único.
Su discurso hace también caso omiso de problemas contemporáneos fundamentales como la unipolaridad, la globalización capitalista y el neoliberalismo. Todo esto explica su fatal divorcio con la realidad sociopolítica en la que deben actuar, su aislamiento del pueblo de la isla .
El Estado los reprime, acaso excesivamente alguna vez, pero es más bien tolerante con ellos. En Cuba, es conveniente recordarlo, no se practican la tortura, ni las ejecuciones extrajudiciales, ni las matanzas de personas indefensas. Tampoco hay desaparecidos.
Existe en cambio, una interesante y valiosa corriente crítica del régimen a partir de posiciones patrióticas y antimperialistas. Diría que predominan en ella el pensamiento marxista y los valores morales forjados por la propia revolución, pero se nutre también de la vigorosa tradición martiana y de la notable influencia cristiana en la formación de la conciencia nacional.
La nociva ausencia de debate en los grandes medios oficiales cubanos hace que esta corriente no se evidencie más que limitadamente en publicaciones de reducida circulación. Obviamente, ella no puede ser tampoco del interés de las transnacionales de la información, ya que no busca acabar con la revolución sino fortalecerla, enmendando sus faltas. Cuba no puede abdicar el deber de defender la seguridad nacional ni renunciar por ahora al partido único, que ha sido providencial para mantener la unidad del pueblo frente a la agresividad de Estados Unidos. Pero siento que es hora ya de abrir nuevos espacios al debate de otras opciones, sin excluir las contrarias. Cuando se hizo en otros momentos el saldo siempre fue saludable.