Luis Hernández Navarro
El carnaval contra el capital
MILES DE PERSONAS BAILARON este 3 de diciembre frente a la cárcel de King County, Seattle, para festejar su triunfo: la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) concluyó sin alcanzar acuerdos. Antes habían danzado durante horas y días en las calles de esta misma ciudad del oeste de Estados Unidos para protestar y boicotear la reunión. Bailaron como lo hizo Nelson Mandela al derrotar al régimen del apartheid en Sudáfrica, como lo hacen los zapatistas en la selva Lacandona cada vez que hay una ocasión que lo amerita.
La revuelta de Seattle surgió tanto de la creciente convergencia planetaria de organizaciones de base preocupadas por el impacto de la globalización en las economías locales, el medio ambiente y la salud de los consumidores, como de la emergencia de una nueva sociedad civil en Estados Unidos. Aunque en las movilizaciones participaron representantes de más de 50 países, el grueso de las protestas fue obra de ciudadanos estadunidenses, jóvenes en su mayoría.
Las jornadas de lucha fueron organizadas con muchos meses de antelación. Retomando una larga tradición de lucha presente en el movimiento por los derechos civiles de Martin Luther King y en el rechazo a la guerra de Vietnam, centenares de estudiantes se adiestraron en las inmediaciones de Berkeley, California, en la resistencia civil pacífica.
El grupo Arte y Revolución de San Francisco elaboró durante varias semanas enormes títeres y máscaras para animar las marchas. En las calles de Seattle los activistas actuaron con disciplina y sentido común. Horas antes de empezar la reunión de la OMC, tomaron edificios abandonados y colgaron mantas. Cuando la policía comenzó a disparar gases lacrimógenos para dispersar a quienes ocupaban las calles, brigadas de enfermeras y voluntarios proporcionaron a los manifestantes vinagre y agua.
Entre los activistas se encontraban muchos estudiantes que rechazan el consumo de productos industriales surgidos de la explotación irracional de la mano de obra. El movimiento contra los talleres del sudor, que cuestiona la fabricación de artículos como zapatos tenis o jeans de marca en plantas ensambladoras de países del Tercer Mundo, en donde se usa trabajo infantil o se obliga a los trabajadores a laborar en condiciones infrahumanas, ha crecido con rapidez en las universidades.
Muy significativa fue también la participación de sindicalistas en las protestas. El libre comercio ha provocado que la clase obrera estadunidense pierda empleos y niveles salariales. Con esta presión, el movimiento sindical ha renovado liderazgos (la AFL-CIO nombró hace tres años una nueva directiva, y un proceso similar ha vivido el poderoso gremio camionero agrupado en los Teamsters), se ha democratizado y ha radicalizado sus acciones. En una acción de rechazo a la OMC, los estibadores organizados en el ILWU, un combativo sindicato dirigido durante muchos años por el líder comunista australiano Harry Bridges, pararon los puertos de la costa oeste. Sin capacidad para enfrentar por sí solos el proceso de globalización, los trabajadores encontraron en Seattle nuevos aliados para romper su aislamiento.
En mucho, las jornadas de lucha en contra de la OMC tienen su origen en la oposición de los pequeños agricultores al GATT. Con una larga tradición de resistencia a las grandes empresas agrícolas en la que lo mismo organizan grandes conciertos de rock llamados Farm Aid que realizan un fuerte trabajo de cabildeo, los agricultores familiares han sufrido como consecuencia de la nueva legislación agrícola (Fair Act 1996-2002) quiebras y descapitalización masiva de sus granjas. El 2 de noviembre, cerca de 2 mil de ellos, entre los que se encontraban los presidentes de 25 uniones regionales y representantes de 45 países, tomaron simbólicamente las instalaciones de la Cargill y de MacDonalds mientras comían decenas de kilos de queso Roquefort, introducido a Estados Unidos ilegalmente por campesinos franceses para compartirlo con sus compañeros.
La membresía, capacidad de convocatoria e influencia política de las organizaciones ambientalistas son verdaderamente notables. Lo verde ha triunfado culturalmente y se ha convertido en una extraordinaria fuerza social. La movilización contra la cumbre de la OMC de principio a fin estuvo marcada por la presencia social del ecologismo militante.
Más allá del repudio al libre comercio, en Seattle los globalizados celebraron un gran carnaval a favor de la ética y en contra del capital transnacional. Y, al hacerlo, abrieron el paso a una nueva ciudadanía internacional y a transformaciones profundas en la política.