Soledad Loaeza
Mayorías, ilusión de minorías

Los paristas que integran el CGH insisten en que representan una mayoría; sin embargo, únicamente sus simpatizantes están dispuestos a aceptar esta pretensión. Si algo ha quedado demostrado a lo largo de ocho meses es que los paristas son una minoría de activistas cuyo apoyo fundamental es la impunidad y, en ocasiones, algunos grupos extrauniversitarios más o menos identificados. El ruido que hacen sus desplantes, insolencias y posturas escandalosas ha ensordecido el voto contra el paro que emitieron más de 186 mil estudiantes que se inscribieron para el ciclo escolar 1999-2000; peor todavía para los paristas es el hecho de que este año la UNAM registró la mayor recaudación de ingresos por pagos voluntarios de su historia. Si uno de los puntos fundamentales del conflicto eran las cuotas, entonces quienes hicieron el pago voluntario a que invitó la universidad expresaron de esa manera, bastante directa por cierto, su desacuerdo con una de las banderas centrales de los paristas.

Si fueran mayoría los paristas no tendrían que cercar las instalaciones que ocupan, tampoco tendrían que instalar retenes en el campus universitario, insultar o bloquear el paso a investigadores, ofender a maestros y pelearse con estudiantes que quieren volver a clases. Si los paristas fueran mayoría no tendrían por qué exigir identificación, revisar cajuelas, y decidir arbitrariamente quién entra a la universidad, como lo hacen los cadeneros de bares y discotecas cuyo comportamiento ha sido sancionado con todo celo por las autoridades del Distrito Federal.

Si los paristas fueran mayoría no tendrían que recurrir a grupos que nada tienen que ver con la universidad para apoyar su causa, como han tenido que hacerlo cada vez que llevan a cabo una marcha a la que asisten mujeres, niños y hombres maduros miembros de organizaciones de la más diversa especie, salvo universitaria. En esa ilusión de una mayoría inexistente funda esta minoría sus pretensiones de autoridad, las cuales parecen desorbitadas cuando se comparan con el cada vez más exiguo apoyo que tienen.

Los paristas viven en un mundo de fantasía, en el que representan a mayorías a priori, mayoría que su muy conmovedora juventud les hace creer están garantizadas por el simple hecho de invocar al ``pueblo'' en sus consignas. La pregunta obvia es ¿quién les otorgó esa representatividad? Diputados y asam-bleístas, por ejemplo, siquiera pueden hablar del voto popular como base de su mandato. Los paristas, en cambio, no pueden aducir ningún respaldo de ese tipo. En apariencia piensan que la supuesta bondad de su causa es prueba suficiente del carácter mayoritario de su movimiento. Como hemos visto en estos largos meses, los paristas no se contentan con representar en el discurso a todos los universitarios. Casi dan ganas de llorar cuando dicen que están defendiendo a todos los desheredados, pero también miran al futuro y sostienen que su causa es la de sus hermanitos, la de sus hijos y --abuelos previsores-- la de los hijos de sus hijos, de quienes también se han erigido en representantes. Pero más ganas de llorar dan cuando una parista exaltada le responde a la comisión del rector que no se haga las ilusiones, que ``¡nunca, nunca!'' van a devolver las instalaciones si no les cumplen sus muy minoritarias exigencias. Si ésa es la disposición al diálogo del CGH entonces lo que se cierne sobre la UNAM no es el fantasma de Díaz Ordaz, sino de la huelga de Refrescos Pascual que duró... ¿cuánto tiempo, diez años?