Como ha sido evidente por el contenido de las notas y de las cartas de los lectores publicadas en este diario, el conflicto en la UNAM ya no provoca el mismo número de expresiones que antes. La explicación es muy sencilla: por un lado se reconoce al CGH como interlocutor de las autoridades para resolver el conflicto iniciado con el aumento de cuotas y, por otro, se acepta que el pliego petitorio de los estudiantes en huelga debe ser discutido y que la Universidad Nacional debe renovarse y ponerse a la altura de los tiempos que son muy distintos a los de 1945.
El conflicto en Chiapas y el suspendido diálogo entre el EZLN y el gobierno federal podría insertarse en una lógica similar si, como bien lo plantea Pablo Salazar Mendiguchía, el gobierno comenzara por reconocer los acuerdos de San Andrés que firmó y avanza por la vía de buscar soluciones y no por el perverso expediente de la guerra de contrainsurgencia con todo lo que ésta implica.
Diálogo, entendimiento, aceptación de la disidencia, flexibilidad y modestia parecen ser mejores armas de gobierno que la intransigencia, la descalificación del contrario, la censura y la búsqueda de imposiciones basadas en el supuesto de que el poder siempre tiene la razón.
Si se leen con atención y sin prejuicios el pliego petitorio del CGH y la primera Declaración de la Selva Lacandona del EZLN, se puede concluir que hay mucho de razón en los planteamientos de ambos documentos, aunque obviamente se contrapongan a los intereses de los defensores del neoliberalismo en México. Pero éstos, de su parte, tendrían que reconocer que sus políticas provocan reacciones en su contra y que no siempre se puede ganar y a veces es mejor ceder que aumentar el conflicto. Ceder, como dijo recientemente De la Fuente, no es claudicar o traicionar principios y convicciones, es simplemente buscar soluciones y aceptar que la existencia de otros que no piensan igual es una condición implícita en cualquier formación social (y esta reflexión es válida tanto para las mismas autoridades como para su contraparte, en este caso el CGH). Los modos totalitarios de ejercicio del poder, como también se ha demostrado en Seattle contra la OMC, terminaron simbólicamente en 1991 con la desaparición de la Unión Soviética, y los defensores a ultranza del neoliberalismo ya deberían de entenderlo. No se puede pensar en sojuzgar a los pueblos y al mismo tiempo no esperar reacciones contra la opresión. Así es y así será, razón por la cual la demanda de democracia se ha universalizado como nunca antes, junto con la vieja demanda contra las desigualdades sociales cada vez mayores.
Se entiende que las partes en conflicto (UNAM o Chiapas) quieran todo o no ceder en nada. Pero la historia de los movimientos sociales, desde huelgas hasta revoluciones, nos enseña que lo logrado o lo cedido nunca es el todo. Así se han dado los avances sociales, económicos, políticos y culturales a lo largo de la historia, y también --hay que decirlo-- los retrocesos, aunque éstos han correspondido más bien a formas de dominio basadas en la intolerancia, el monolitismo impuesto y la falta de respeto a la disidencia.
Los conflictos ahí están, y el de Chiapas va a cumplir seis años. No son conflictos artificiales, inventados. Son reacciones a las imposiciones del poder, y su solución por la vía de más imposiciones es imposible, como se demostró palmariamente en la UNAM durante más de 200 días. Inteligencia, flexibilidad, respeto y diálogo son los ingredientes necesarios e impostergables para avanzar en la UNAM y en Chiapas, en la vertiente de la racionalidad civilizada y moderna que se demanda desde todas las posiciones democráticas del país.