La gran diferencia entre la primera Alianza por México y la que anteayer entregó sus documentos ante el IFE, más allá de la obligada deserción del PAN, es de contenido, vale decir, de calidad. En el primer caso, los partidos buscaban sacar provecho de la polarización de la vida pública para darle vuelta a la página de la alternancia ``sacando al PRI de Los Pinos'', según la plástica expresión del candidato blanquiazul. Ahora, PRD y PAN reeditan aquellos frustrados afanes aliancistas con objetivos mucho más modestos: vestir las candidaturas presidenciales con un aura de unidad, aunque las siglas no se contabilicen en votos.
Vicente Fox, por ejemplo, capitanea una fórmula acordada al cuarto para las doce con el mismo partido que en elecciones pasadas pidió al electorado no votar ``por un político'' en una operación que parece más mercantil que electoral. Cárdenas, por su parte, registró a una coalición que suma recursos a cambio de posiciones y seguridades, sin añadir ninguna causa importante al frente que lo postula, a menos que el Partido de la Sociedad Nacionalista o Alianza Social, por citar sólo dos, aporten algo nuevo a la democratización de México.
Por supuesto que estos acuerdos están dentro de la ley y en eso no hay discusión, pero ése es sólo un aspecto del asunto. La suma de siglas, hay que decirlo con claridad, lejos de fomentar una cultura del compromiso, por así decir, contribuye a premiar la simulación política que socava el verdadero pluralismo. Naturalmente que la democracia se construye sobre el principio de mayoría, mas también buscando acuerdos, pactos y compromisos, pero ¿es ése el contenido de las alianzas que se acaban de firmar? ¿Cómo entender que algunos partidos de reciente cuño renuncien a presentarse ante el electorado con sus propias señas de identidad sin exponerse a la prueba del voto con el único fin de poner a salvo sus prerrogativas legales? ¿Tiene sentido exigir respeto a la pluralidad para luego renunciar a ella a la primera oportunidad con argumentos puramente pragmáticos, sin un proceso de acercamiento sustantivo de las distintas posturas?
Suponer que estas alianzas oportunistas afirman inequívocamente la cultura democrática y sus procedimientos es también una manera de negar el valor esencial del pluralismo que, una vez más, resulta degradado a su mínima expresión. Risible es, por ello, que Fox aplauda las alianzas como una manera de evitar la llamada ``pulverización'' del voto, cuando es obvio que los grandes partidos se reparten el pastel en tajadas tan generosas que aun pueden concederles a sus aliados unos pequeños pedazos.
Por lo visto los grandes partidos conciben a los otros como organismos de reserva en su camino hacia el poder, no como expresiones legítimas de la diversidad mexicana.
En vez de mirar hacia el futuro de México piensan en el pasado y se reconocen en la época en que un partido eterno ``dominante'' concedía a las minorías permanentes el derecho a existir como simples válvulas de escape de un sistema imperfecto. No admiten, porque no pueden verlo, que la sociedad civil exige cada vez más opciones a los grandes aparatos electorales, a las maquinarias que repiten con singular monotonía las mismas cantinelas, las mismas reclamaciones, la grilla que renuncia a tomar en serio los problemas del país.