Astillero Ť Julio Hernández López
La actual riña entre facciones de la Iglesia católica, a propósito de la autenticidad histórica de la figura de Juan Diego, ha hecho que se conozca un dato que a la luz de las supersticiones del llamado fin de milenio puede servir para algún guión cinematográfico: el ingreso diario, sobre todo por concepto de limosnas, a las arcas de la Basílica de Guadalupe, es de 66 mil 666.66 pesos.
Al menos eso se desprende de los datos dados a conocer este miércoles por el rector interino de esa basílica, Antonio Macedo Tenllado, quien afirma que el ingreso económico mensual de ese centro religioso es de 2 millones de pesos que, divididos entre 30 días, dan la cifra de la bestia.
Otro dato interesante, derivado de la pugna por los dineros guadalupanos, es que los devotos de la morenita son poco desprendidos: cada uno de los visitantes a la Basílica dejarían alrededor de un peso con 71 centavos de limosna, pues, según las cuentas del rector interino Macedo Tenllado, son unos 14 millones de personas las que asisten anualmente al corazón espiritual de México, dejando unos 24 millones de pesos como ingreso económico.
La reportera Alma Muñoz, de La Jornada, que ha dado aplicado seguimiento al pleito entre clérigos, consignó la explicación dada por Macedo Tenllado a las suspicacias que despertaría la baja recaudación: ``Un ejemplo es que los domingos se nos llena la Basílica, y hay misas en que considero que se llena con diez mil fieles. Se pensaría que por lo menos se sacarían cien mil pesos, pero en esas celebraciones es en las que menos se puede sacar dinero, porque las chicas que colectan no pueden pasar entre tanta gente''.
Las ``chicas'', propone esta columna con sentido de yuppie pragmático, podrían tomar algún curso empresarial avanzado para aprender la mejor manera de recaudar más dinero. O deberían aventurarse con más decisión entre los tumultos de fieles, sabedoras de que los ánimos que motiva la religión son diferentes a los que generan, por ejemplo, los vagones atestados del Metro.
Pero, de vuelta al asunto de la hoy cuestionada figura del indio Juan Diego (a quien se habría aparecido la Virgen hace 468 años, cifra que es múltiplo de 6: 78 x 6= 468), la increíblemente corta generosidad de los guadalupanos no se traducía de igual manera en el estilo de vida del responsable de guardar los dineros de la fe popular. El abad Schulemburg, en efecto, era un asiduo jugador de golf (como lo es el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, organizador de torneos de ese elegante deporte en el que quienes más ejercicio hacen son los cargadores de los palos para jugar), y tenía una vida tan lujosa que le distinguían los autos de lujo, los viajes al extranjero, las buenas viandas y los mejores vinos, los trajes bien cortados, y las residencias en Bosques de las Lomas y en Lindavista.
Siempre hubo la muy extendida sospecha de que los votos de pobreza del sacerdote Schulemburg habían sido rotos por el excesivo peso de las limosnas de los guadalupanos (para demostrar este aserto científico, el amable lector llene día con día, durante 33 años, los bolsillos de su pantalón con abundante cantidad de dinero en moneda, y verá cómo acaba desfondándose no sólo esa parte de la vestimenta).
Pero ahora, el feroz pleito movido por la inminente elevación de Juan Diego a la condición de santo ha producido un nuevo milagro: el representante del papa Juan Pablo II en México (Papa que, como es sabido, es a su vez el representante de Cristo en la tierra), Justo Mullor, ha tenido una revelación: el uso de las limosnas dejadas en la Basílica de Guadalupe está bajo sospecha de malversación.
Treinta y tres años duró Schulemburg a cargo de la Basílica y sus limosnas (33: la mitad de 66), pero hasta ahora se produjo la milagrosa revelación (justamente cuando las objeciones del ex abad ponen en riesgo la canonización de Juan Diego, y las fiestas hermosas que el sistema organizaría en el año electoral del 2000).
Justo, como obligadamente es el nuncio Mullor, ha dicho que desde que llegó a México ha buscado hacer justicia, buscando ``poner orden en las cuentas de la Basílica de Guadalupe, con un consejo de administración y auditorías, para que nadie más en el futuro pueda beneficiarse de ese dinero, que es dinero de los pobres y de los más pobres de México'' (por favor, recuerde que quien habla es el nuncio, y no Francisco Labastida).
Además, el nuncio justo ha establecido la doctrina Mullor, que de mucho servirá en el futuro para determinar la veracidad de una denuncia o disidencia, tomando en cuenta, como en la época del Santo Oficio, nada más las presunciones de tipo subjetivo: ``Una persona que vive como vive, no tiene derecho a hacer esas acusaciones''.
Ciertamente, el conocimiento de que, durante 33 años, no hubo control sobre el ingreso y manejo de las limosnas guadalupanas, mueve a grave menosprecio de la figura del enriquecido ex abad caído ahora en desgracia (como en el sistema priísta), no por lo que hizo antes, sino por lo que ha dicho ahora. Pero esa descalificación personal no puede ser entendida por un docto jerarca católico como resorte inhibidor de críticas o acusaciones, mucho menos sobre la eventual veracidad de éstas.
Lo que pasa, en el fondo, más allá del peso 71 centavos, y del destino de esa riqueza fundada en la fe popular, es que se ha hecho pública una lucha interna de la Iglesia que durante años se había mantenido en el mayor silencio posible: nuncios intervencionistas contra sacerdotes nacionalistas; onésimos convertidos en puente entre los poderes político, económico y religioso, contra curas comprometidos con el pueblo y sus dolencias; abades vividores del milagro de un indio en el que no creían ni creen, contra obispos titulares y coadjutores que luchan de verdad junto a los indios del sureste; órdenes como el Opus Dei, encargadas de mediatizar la defensa oficial de los derechos humanos, contra órdenes como la de los jesuitas, peligrosamente perseguidas y agredidas por defender con la verdad esos derechos diariamente mancilladosÉ
Este domingo 12, mientras tanto, una vez más, el milagro de la fe de los mexicanos; el espectáculo impresionante de una religiosidad infinitamente por encima de los pleitos de sus jerarcas terrenos.
Astillas: El tema de las esposas de los presidentes genera todavía muchas pasiones. Por correo electrónico esta columna ha recibido diversos comentarios, de entre los que destacan los señalamientos hechos (sin pruebas, simplemente como una versión) contra algunas cónyuges, como Carmen Romano de López Portillo, Cecilia Occelli de Salinas, Nilda Patricia Velasco de Zedillo y, aunque su esposo apenas es candidato, Teresa Uriarte de Labastida. En particular, algunos lectores conminan a este columnista a que aborde con amplitud los casos de las esposas del actual presidente (y su familia: hermanos y padre) y del candidato priístaÉ Otro tema que ha motivado a varios lectores a escribir, ha sido el de las hermandades políticas hechas a partir de las preferencias sexuales, en particular de la homosexualidad. El archivo de esta sección ha recibido algunos envíos en los que se detallan los presuntos nexos homosexuales habidos entre personajes de carreras políticas ascendentes. Es obvio que dichas ligas, y sus consecuencias en la promoción política, son virtualmente imposibles de demostrar, y por ello no es posible presentar en público lo que en estricto sentido no son sino versiones, por más verídicas y sensatas que parezcan. No está de más señalar que algunos lectores advierten a esta columna una omisión: el lesbianismo que, según aseguran, forma otra fuerte palanca de progreso político para algunas mujeres destacadas. Quienes hablan de este tema, coinciden de manera clara en aportar casi siempre los mismos nombres y apellidos de quienes formarían esa cofradía. El asunto, como se ve, da para mucho más de lo que una columna sensatamente responsable puede demostrar.
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