La Jornada viernes 10 de diciembre de 1999

Leonardo García Tsao
Todo el peso de la ley

Todo pudo haber sido muy sencillo. Con La ley de Herodes, cuarto largometraje de Luis Estrada, las autoridades perdieron una oportunidad de adornarse y fingir que, en estos tiempos de supuesta democracia, el Estado mexicano favorecía una película crítica sobre las viejas mañas del partido gobernante. Pero el pensamiento censor y la mala conciencia priísta no pudieron con el paquete. En este mismo diario se ha hecho una crónica puntual de los intentos oficiales por escamotear la cinta. Lejos de ser eficaces, éstos sólo sirvieron para crear una gratuita campaña publicitaria, que rendirá sus frutos cuando la película se estrene de manera reglamentaria.

Décadas de censura -y la consecuente autocensura- han provocado que La ley de Herodes se haya convertido en un fenómeno político cuando, en realidad, se trata sólo de una película, una comedia negrísima, una sátira corrosiva que debió filmarse hace mucho tiempo. Es en esos términos que debemos juzgarla, al margen del escándalo desatado en su entorno por funcionarios torpes.

La acción se sitúa en el México alemanista de 1949. Tras la decapitación del chueco presidente municipal del miserable pueblo San Pedro de los Saguaros, el taimado licenciado López (Pedro Armendáriz) le asigna el puesto interino a un tal Juan Vargas (Damián Alcázar), un gris militante del PRI -dicho, por vez primera, con todas sus letras- para que funja de pelele. Sin embargo, Varguitas pretende llevar el progreso al lugar enfrentándose a años de corrupción, desidia y abandono oficial. Una consulta con López le aclara su misión: debe imponer la ley por la fuerza de la pistola, con el lema ``el que no transa, no avanza''.

Como suele suceder cuando los pobres diablos llegan a tener una probadita de poder, Vargas sucumbe a la megalomanía. Pronto se transforma en un psicopático tirano dispuesto a robar, extorsionar, asesinar, dictar sus propias leyesÉ Todo con tal de sacar provecho personal del puesto. Los crímenes son excesivos aun para sus jefes, que deciden meterlo en cintura. Sin embargo, Estrada y sus coguionistas se reservan una última dosis de vitriolo, un irónico giro final que es, seguramente, el elemento más incómodo para las autoridades.

Con esa premisa no hay cabida para la sutileza. Estrada carga la mano porque ese era el chiste. Las escasas sátiras de corte político en el cine nacional lucían desdentadas por la imposibilidad de llamar las cosas por su nombre. La ley de Herodes hinca el diente a todo lo que da, con una rabia a ser compartida por cualquier espectador consciente de la corrupción y la deshonestidad sintomáticas de la administración priísta. La mala leche alcanza además para salpicar al PAN, la Iglesia católica y el intervencionismo gringo. (Las mujeres tampoco salen bien libradas, dicho sea de paso).

La efectividad de la película radica en esa virulencia, pero también en cómo está resuelta. Con su conocida solvencia formal -hasta ahora desperdiciada en huecos homenajes hollywoodenses-, Estrada lleva su relato a un ritmo inexorable, acompañado por los sarcásticos mambos del compositor Santiago Ojeda, de tal forma que se acepta lo exagerado de las acciones como algo no sólo congruente sino necesario.

Debe darse crédito igualmente a un reparto ejemplar, encabezado por un Alcázar en un tour de force de viscosidad y secundado en buena parte por veteranos del cine de calidad de los setenta, entre los que sobresalen Isela Vega, como una lenona malhablada, y Pedro Armendáriz, exudando prepotencia cínica. Ese casting no es arbitrario sino sirve de alusión al último periodo en que el cine mexicano asumía una constante postura crítica.

La ley de Herodes ha retomado esa postura con un sano desdén a la moderación y la prudencia. Al demostrar que ``sí se puede'' ha pasado a ser un parteaguas, un inevitable punto de referencia para posteriores intentos. Sorprende en un principio que sea Luis Estrada el primer miembro de su generación en lanzarse al ruedo de la controversia, dado el carácter apolítico de su obra previa (ni siquiera situada en un México reconocible). Pero la genética pesa. Recordemos que Luis es hijo de José El Perro Estrada, quien en vida fue un incansable peleador de las causas justas del cine mexicano. Dondequiera que esté, El Perro debe estar sonriendo.

La ley de Herodes (México, 1998-99), de Luis Estrada. G: Luis Estrada, Jaime Sampietro, Fernando León y Vicente Leñero, sobre un argumento de Estrada y Sampietro/ F. en C: Norman Christianson/ M: Santiago Ojeda/ Ed: Luis Estrada/ I: Damián Alcázar, Pedro Armendáriz, Salvador Sánchez, Guillermo Gil, Isela Vega, Leticia Huijara, Alex Cox/ P: Bandidos Films. México, 1998-99.

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