En menos de una semana nos visitaron dos importantes personajes: la señora Mary Robinson y José Saramago, especialidades distintas pero preocupaciones semejantes. Ambos han puesto sus ojos sobre problemas lastimosos para la mayoría de los mexicanos: Chiapas, derechos humanos, militarización, pobreza, y concuerdan al señalar que hay culpables flagrantes: la impunidad, el doble lenguaje y los círculos de poder.
Pero José Saramago va más allá y extiende su sensibilidad. Los indígenas levantados en armas son un pueblo en el que no se discute la dignidad y la honra, sustento y alimento de todos sus días. Son un ``dolor en el corazón'' porque de manera constante nos recuerdan que la lucha de los pueblos por defender su identidad son un peligro para las transnacionales globalizadoras y para los gobiernos neoliberales que los consideran ``subversivos'' y por ello utilizarán todas las armas disponibles para eliminarlos.
Ese ``dolor en el corazón'' nos habla de que estos indígenas viven todo tipo de agresiones por parte de militares, paramilitares, cuerpos de seguridad pública, y el último expediente ejercido en su contra, para tratar de darles el golpe de muerte a su lucha, es el de los desplazados. Objetivo: separarlos de sus comunidades organizadas, de sus tierras que les son sustraídas por los mismos que los atacan, y se les obliga a vivir en campamentos bajo condiciones de extrema precariedad. El gobierno incrementa la ofensiva contrainsurgente y con los desplazados busca, además, desestabilizar a las regiones que reciben a estos indígenas, al afectar sus condiciones de vida ya de por sí muy precarias. Así se intenta obligarlos, por hambre, a recibir ayuda económica del Estado y subordinarlos a sus designios y proyectos económicos. Pero todo es inútil, pues no han logrado minar la resistencia indígena.
Los zapatistas luchan por la autonomía, que de ninguna manera quiere decir independencia de la nación, como se empeña en afirmar el gobierno para justificar y mantener su grito de guerra, que no ``de no guerra''. Los indígenas no luchan por proyectos secesionistas, sino por convertir en parte del orden legal una realidad que hasta ahora ha sido marginada. Aspiran a una inclusión digna, democrática, en un Estado plural que permita la participación de todos los pueblos que lo conforman para la construcción de un proyecto nacional.
Cada vez surgen más pueblos que se adhieren a los mismos ideales, pues como sañala el subcomandante insurgente Marcos: ``la homogeneización y la hegemonía empiezan a producir y alentar su contrario: la fragmentación y la multiplicación de las diferencias''. Se globaliza el descontento social y de cara al siglo XXI proliferarán las luchas por proyectos alternativos éticos que pongan en el eje de sus preocupaciones: solidaridad, derechos humanos, democracia. Las redes sociales se incrementan y, en este posible mundo, los zapatistas escriben un nuevo capítulo en la historia. Nuestra participación como ciudadanos será decisiva y no podemos esperar más.
Mientras alcanzamos ese nuevo mundo, admirado y querido don José, Chiapas seguirá siendo un ``dolor en el corazón'', como seguramente lo es desde ahora para Mary Robinson, pues cometió un terrible pecado: haber pisado aquel ``invencible rincón de la dignidad rebelde''.