CIUDAD PERDIDA Ť Miguel Angel Velázquez

Ť Visos de solución al caso Polo

Ť La reconstrucción titánica

Por la mañana, desde el reclusorio, se dio la orden: realizar una asamblea de inmediato en un despacho del Movimiento Popular Independiente, en el edificio de la avenida de los Insurgentes 300. Horas más tarde se conocía la muerte del magistrado Abraham Polo Uscanga.

El crimen en contra del hombre de leyes dio muchas vueltas, pasó por todos lados, pero no se había podido esclarecer. Llegó incluso al absurdo de hacer pensar a la gente en un suicidio auxiliado; es decir, de alguien que ultimó a Polo Uscanga a petición de él mismo.

Todo se imaginó y los testigos se fueron esfumando, entre ellos el chofer Armando Cuauhtémoc, curiosamente también ligado al sindicato de la ex Ruta 100.

Durante casi cuatro años, muchos secretos de aquel mes de junio de 1995 se iban guardando en la memoria del chofer. Por alguna razón inexplicable las autoridades pasaron por alto las contradicciones del ayudante de Polo Uscanga y sus silencios.

El crimen estaba inserto en un momento peligroso. A la quiebra de la Ruta 100, decretada por la administración del entonces regente Oscar Espinosa Villarreal, vinieron tres muertes, 12 encarcelamientos a otros tantos dirigentes del sindicato camionero y, otra vez, un silencio cómplice, presagio de la impunidad.

Por eso, tal vez, se tiraron líneas y líneas y líneas de investigación. Por eso, tal vez, se confundieron los dichos, los momentos y los hechos, hasta convertir todo en un caos, un asunto sin pies ni cabeza.

Parecía que se investigaba, se buscaba. Habría un culpable, unos culpables y un porqué al crimen. Después vino el tiempo y el olvido y el asesinato parecía ya formar parte de la cadena de los no resueltos.

Hoy Armando Cuauhtémoc está en la cárcel por encubridor. La fuerza de aquel sindicato de camioneros no es la misma, y se empieza a asomar la posibilidad de lograr justicia, cuando menos en este caso.

El trabajo en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal fue de reconstrucción, de volver a armar un rompecabezas, donde faltaban y sobraban piezas, pero también existía el compromiso de una gente ligada profesionalmente a Polo Uscanga, la subprocuradora Margarita Guerra.

Se volvió a buscar a los testigos, se halló al chofer, se estudiaron, una vez más, las pruebas materiales. Las investigaciones realizadas al cuerpo del abogado se revisaron a fondo para encontrar los datos de contexto. Todo una vez más, como el primer día.

Hoy se sabe, entre otras cosas, que el móvil del crimen podría ser la decisión de Abraham Polo Uscanga de cambiar su visión respecto del conflicto de la Ruta 100 y las consecuencias que de ello derivaran.

Y todo está a punto: las investigaciones parecen haber terminado y dentro de poco tiempo se podrá esclarecer el crimen con los nombres, los apellidos y razones de los criminales.

Será a principios del año, tal vez antes, pero habrá respuestas, y entonces quizás se pueda entender cómo se puede hacer diferencias en eso de ejercer la justicia.

Mal y de peores

En el PRI las cosas van mal. La campaña de güeva de Silva Herzog; por eso mismo no prende, aunque lo apoye el aparato y los antorchos, y los pepenadores se metan en la estructura de esa organización política.

Tal es la situación que en los cafés políticos se advierte la posibilidad de pedirle a Roberto Campa un regreso salvador.

Mucha gente empieza a ubicarlo como líder del PRI en la Asamblea de Representantes, aunque el político defeño no quiere dar su brazo a torcer. La cosa es que urge.

Pero además la división al interior del PRI se hace manifiesta. Manuel Aguilera le empieza a dar de manazos a Silva Herzog cada que éste pretende meter la mano en las listas para legisladores por la capital, y eso empieza a crear división y rencores.

En el PRD, donde las coincidencias no son muchas ni seguidas, parece haber un acuerdo: Jorge Legorreta tendría que repetir en la Cuauhtémoc. El delegado aún no responde, pero lo piensa, lo piensa.