La Jornada martes 14 de diciembre de 1999

Adelfo Regino Montes
Etnocidio, signo doloroso del milenio

Los soles y las lunas, según la concepción de las culturas de occidente, marcan en estos tiempos el fin de un milenio. A su paso, nuestros antepasados construyeron culturas cimentadas en el amor a la naturaleza y en la recreación permanente del universo, a partir del concepto de comunalidad. De esta forma florecieron pueblos vivos y palpitantes cuyas dináminas fueron interferidas por una conquista aberrante y dolorosa. Así lo describiría poco después Fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España: "el quilate de esta gente mexicana (...) que fueron tan atropellados y destruidos, ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes".

Terminó el día y entonces sobrevino una larga y pesada noche marcada por el dolor y la muerte. Desde aquellos tiempos, nuestros pueblos tuvieron que soportar en su dimensión individual y colectiva la negación de su derecho a vivir para disfrutar, desarrollar y transmitir su propia cultura y su visión del mundo. Esta negación, en el discurso y en los hechos, posibilitó la violación masiva de los derechos humanos de los pueblos conocida hoy como etnocidio. A consecuencia de este exterminio colonial, a fines del siglo XVIII Alexander von Humboldt, reconocería que "efectivamente los indios y las castas están en la mayor humillación. El dolor de los indígenas, su ignorancia y más que todo su miseria, los ponen a una distancia infinita de los blancos, que son los que ocupán el primer lugar en la población de la Nueva España. Los privilegios, que al parecer conceden las leyes a los indios, les proporcionan pocos beneficios, y casi puede decirse que los dañan".

Pero han pasado los años y la situación no parece cambiar. José Saramago nos ha recordado en estos días que "ellos estaban antes de la llegada de los españoles, y a ellos, sus descendientes, pertenece la tierra. El Estado Mexicano está hoy haciendo a los indios lo que España hizo a sus antecesores durante la Conquista. Mutatis mutandis, no es lo mismo. Pero se acerca mucho". Y en efecto, para nadie es desconocido, que el etnocidio se ha manifestado en México mediante algunas de las siguientes formas:

a) El despojo e invasión permanente de las tierras comunales, como es el ocasionado por la construcción de presas y represas en diversas regiones indígenas del país, tales como la presa "Miguel Alemán" y "Cerro de Oro", en Oaxaca.

b) El ataque frontal a la autonomía de las comunidades con la introducción de instituciones, programas y proyectos gubernamentales ajenos a la cultura y sistemas de organización de los pueblos, tales como Progresa, Procede, Procampo, entre otros.

c) La destrucción de la base económica de los comuneros y comuneras al desvalorizar el trabajo del campo, mismo que ha sido sometido a un mercado mundial injusto en donde los insumos cuestan cada vez más y el precio de los productos, como el café y el maíz, valen menos.

d) El impulso de planes y proyectos educativos que alejan la posibilidad de una formación intercultural, con la consecuente incomprensión cultural y discriminación racial que tanto daño nos hace a todos los mexicanos.

e) La instrumentación de políticas públicas que tiende a reducir la población indígena, a través de métodos y actos que violan los más elementales derechos humanos de las mujeres indígenas.

f) La militarización, paramilitarización y la guerra abierta en contra de comunidades y pueblos enteros que conscientes de sus derechos, han decidido ejercerlos por la vía de los hechos, buscando la justicia y la democracia para todos.

Después de 300 años de colonialismo, la corona española tuvo que reconocer la independencia de México, gracias a la lucha de un ejército mayoritariamente indígena. A pesar de ello, el Estado Mexicano reproduciría internamente la vieja cultura y tradición de los colonizadores para volver a subyugar a los pueblos indígenas hasta el día de hoy. Pero esta situación de marginación y exclusión no puede seguirse tolerando en los actuales tiempos. Por eso urge la construcción de un nuevo pacto social que, tomando en cuenta la diversidad y la pluralidad, reconozca la existencia plena de los pueblos indígenas y su inalienable derecho a la autonomía en los términos establecidos en los Acuerdos de San Andrés. Sólo así empezaríamos a colocar el etnocidio en el museo de las antigüedades; de otro modo, el Estado seguirá siendo fuente de dolor y muerte.