* Difunden jóvenes de esos países la cultura de paz
Repudio a la injerencia de EU en Colombia, Cuba y Serbia
* El entusiasmo, insuficiente para impedir conflictos militares
Claudia Herrera Beltrán /III *"Que no nos den limosnas ni metralletas para que nos matemos", así resume Gentil Gómez, estudiante de derecho y concejal de un municipio colombiano, su sentir en torno a la intervención estadunidense en su país. A miles de kilómetros de distancia de él, Sasa Jankóvic, piensa lo mismo: "que Estados Unidos deje de inmiscuirse en los problemas de Yugoslavia".
Ni el idioma ni la cultura los acerca, pero jóvenes colombianos, cubanos y serbios comparten el mismo sentimiento de repudio a la injerencia extranjera en los asuntos internos de sus países. En su infancia vivieron los últimos tiempos del mundo bipolar, y en su juventud la fuerza de una potencia que ha puesto las reglas en la mayor parte del planeta.
Invitados a México para discutir y difundir la cultura de la paz en sus países, los jóvenes que han enfrentado la guerra o los efectos de ella, no creen que su entusiamo sea suficiente para impedir nuevos conflictos militares. "Preguntemos a los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra o Francia si van a dejar de intervenir en nuestras vidas o si van a dejar de producir armas", decía un cubano en una de las discusiones de la Cumbre Mundial de Jóvenes por una Cultura de Paz, que tuvo lugar a fines de noviembre en Morelos.
Después, en entrevista, a Sasa le provoca tal indignación el tema de la intervención estadunidense en Serbia, que cuando habla se exalta y dice que, sin duda, la región de los Balcanes necesita ayuda, pero de países que entiendan la historia y las reivindicaciones de los distintos pueblos que conviven ahí y que no tengan otro propósito más que el de auxiliarlos.
Para los colombianos, el drama del narcotráfico en América Latina tiene su origen en "las dos pesadas cargas" de los países pobres: atender a poderosas naciones consumidoras de droga y el hecho de que los organismos financieros internacionales obligan a las naciones subdesarrolladas a asumir el papel de desarrolladas, cuando la deuda externa y la falta de educación son un impedimento.
Ser neutral, el camino contra
la inestabilidad
Atribuladada por el narcotráfico, la guerrilla, los grupos paramilitares y la violencia que mantiene secuestrada a la gente en su propio país, Colombia representa para sus jóvenes un reto tan complejo que la neutralidad se ha convertido, para ellos, en la mejor alternativa para poner fin a la inestabilidad en su país.
"Estamos dispuestos a decirles a las tres partes en conflicto (militares, guerrilleros y paramilitares) que no nos sentimos representados por ellos y que no queremos que priven más las razones de grupo, sino las de la sociedad", explica Gentil Gómez.
Para el concejal de 23 años, la tragedia de su país tiene origen en que tanto la clase dirigente como la guerilla se disputan el control de la sociedad sin importarles el bienestar popular. Mientras que los paramilitares, integrados por un grupo de militares retirados "y dolidos por la guerra" se contratan como mercenarios y se dedican a matar.
Cansados de escuchar los mismos argumentos con que uno y otro bando justifican la violencia en su país, los jóvenes como Marta Quintero, directora de la Casa de la Juventud de la provincia de Calarcá, dicen que están trabajando para "restarle gente al conflicto" contribuyendo a formar una generación de relevo dispuesta a afrontar el futuro de otra forma, "no como lo han hecho los adultos".
La visión optimista de la joven, sin embargo, choca con la realidad que expone Henri Pérez Villafañe, líder de una comunidad indígena en el municipio de Melgar: "La marginación de nuestros pueblos los ha llevado a participar en el conflicto armado y en las drogas".
Los indígenas de AL no necesitan
política, sino tierras para cultivar
Ataviado con el tradicional traje de manta que llevan los campesinos de su región, Henri dice que los indígenas colombianos, como los de otras partes de América Latina, no necesitan mucho de la política, sino de tierras para cultivar y así poder vivir tranquilamente "porque nosotros no somos materialistas y si hay quienes se meten en el cultivo de drogas es por hambre".
Y es que el descontento de los grupos étnicos en Colombia crece. Apenas el 25 de noviembre concluyó una protesta de campesinos e indígenas que mantuvieron paralizada la carretera panamericana en demanda de programas de desarrollo económico regional y de mantenimiento y mejoras en salud y educación.
Estos temas indignan a Marta porque la "cocaína nosotros no la inventamos" y cuenta que para los indígenas la coca es una planta medicinal, "pero nuestros amigos de Estados Unidos nos enseñaron a adicionarle químicos y la transformaron en cocaína".
Al final, sintetiza Gentil, son los estadunidenses y los europeos los que la consumen, pero nosotros ponemos las muertes para liberar al mundo de un problema que no es nuestro".
Pero la presencia de los traficantes de drogas en Colombia ha comenzado a provocar una tragedia que pocos se atreven a denunciar, porque cuesta trabajo aceptar que la droga ha dejado de ser un problema ajeno. Marta, experimentada en el tratamiento de jóvenes con problemas, dice que ahora una parte de la producción de heroína está siendo distribuida entre los jóvenes colombianos a muy bajo precio o incluso de forma gratuita, como pago por fungir como pequeños traficantes.
Aparte del asunto del narcotráfico, el del secuestro genera mucha preocupación entre los colombianos. Al principio lo vieron como una actividad de la guerrilla y de la delincuencia, en contra de la "gente rica o de los políticos", pero en la actualidad se sienten vulnerables porque cualquier persona puede ser víctima de una "pesca milagrosa", lo que en México se conoce como secuestro express.
"Vas en tu carro y sin saber quién eres te cogen. Cuando ven que no tienes capacidad económica te sueltan, pero igual es terrible el momento del secuestro", explica Marta, quien trabaja en un municipio tranquilo, pero fue víctima de una "pesca milagrosa" en la carretera.
Una y otra vez, Sasa repite en inglés que el conflicto en Kosovo se va a acabar pronto y que llegará un momento en que albaneses y serbios estarán juntos sin verse las caras como enemigos, pero sus opiniones sobre los albaneses y los estadunidenses a veces indican lo contrario.
Los culpables de la violencia en Kosovo, son,, en su opinión, los estadunidenses que apoyan a organizaciones terroristas albanesas cuyo objetivo es la separación de Serbia, pero advierte: "No les vamos a regalar el país".
Y describe a los albaneses como un pueblo que en medio siglo ha gozado de los mismos derechos que los serbios, pero no los ha sabido aprovechar, porque no asiste a la escuela, ni votan. "Lo único que quieren es tomar el Estado y decir este Estado es mío".
Así, durante casi toda la conversación responsabiliza de la desgracia de los Balcanes a todos, menos a los serbios, y prefiere no hablar de Slobodan Milosevic, aunque desliza algunas críticas a los políticos "porque se olvidan de que necesitamos paz".
Sasa todavía recuerda con recelo cómo su hijo de año y medio se enfermó de asma por haber estado escondido de los bombardeos de junio pasado; sin embargo, el deportista de waterpolo advierte que no puede sentir odio y que por eso ahora trabaja para que cuando crezca no tenga que preocuparse acerca de la guerra.
No hay que tenerle miedo al futuro
No hay que tenerle miedo al futuro por todo lo que ha sucedido en el pasado. "Tenemos que sobreponernos para seguir adelante", advierte. Luego se dice dispuesto, incluso, a superar el dolor que le han provocado los recientes asesinatos de serbios, durante la ocupación de las fuerzas de la OTAN.
Combatiente en la guerra de Croacia, Sasa insiste en que no siente odio. En la guerra contra los croatas estuvo en el campo de batalla y unas horas después un amigo le llamó por teléfono y le dijo que lo había visto del otro lado peleando. Esto lo hace pensar: "No puedo odiar a un amigo o a personas como yo, porque somos víctimas de decisiones que no dependen de nosotros".