José Cueli
Diálogo en la UNAM, ¡ya!

Cuenta la fácula cervantina del encuentro del Quijote con el maese Pedro y sus retablos. Asisten, entonces, lector y protagonista a una escenificación dramática. Los títeres movidos por hilos, y la voz del maese Pedro, que va explicando de manera prolija y torpe, lo que acontece ante los ojos del espectador. Pretende recrear la leyenda de Melisendra, cautiva de los moros, y su marido Gaiferos, que finalmente acude a salvarla y pretende sacarla de su cautiverio en aparente arriesgada y peligrosa aventura. La acción dramática se ve interrumpida una y otro vez en un complejo movimiento de vaivén, en una lanzadera de acciones y discursos en los que interviene, de manera cada vez más violenta Don Quijote, quien reclama de manera airada la falta de veracidad en la narración y en los efectos sonoros. Presa del enojo ante el engaño, arremete contra el retablo. Parece indignarle que pretendan nublar su razón con un grosero espejismo representado por títeres movidos por hilos misteriosos manipulados por individuos de dudosa reputación (pícaros, cínicos, criminales) que ``ocultándose tras bambalinas'' solo se sabe de ellos por los matices ominosos que le imprimen a las marionetas.

Una vez más el personaje cervantino nos brinda apoyatura para intentar descifrar las sensaciones que despertaron en nosotros, los universitarios, los siniestros acontecimientos del sábado pasado en pleno corazón de la ciudad. Espectadores de ello fueron no solo los transeúntes entre confusos y apanicados sino también las silenciosas estatuas del paseo de la Reforma que presenciaban la puesta en escena de un nueva versión del retablo de Maese Pedro. Títeres enloquecidos, actuando violencia e irracionalidad. Movidos por hilos misteriosos, en diabólico juego orquestado por fuerzas desde la penumbra. Grotesca escenificación de marionetas y fuerzas desconocidas que las manejan tirando de los hilos, haciendo perder toda referencia que pueda otorgar un sentido y un referente a lo acontecido. El ``retablo'' del fin de semana parece ilustrar el afán cervantino de delatar el recurso de explotar la irracionalidad con fines ocultos, empujando a los sujetos como marionetas a los márgenes de la conciencia, donde aparecen la hostilidad, el miedo y el odio reprimidos.

Como consecuencia, el comienzo del diálogo, entre Rectoría y CGH se interrumpe, y los universitarios experimentamos dolor e impotencia, agregados a la sensación de falta de sentido de lo sucedido, con un marcado sentimiento de indefensión ante la barbarie y la irracionalidad. Ante la desesperanza se abren preguntas de difícil respuesta: ¿Habrá que aceptar sin reservas que hay acuerdos en el diálogo, que no han de mezclarse con los azares del discurso mismo y de los hechos? ¿Cómo hacer compatible la razón y la experiencia de lo plural? Difícil, muy difícil, resulta el papel que le toca representar al rector Juan Ramón de la Fuente, que recuerda las palabras de Mallarmé cuando dice: no hay que nombrar a las cosas, no hay que señalarlas simplemente y decir esto es un vaso, esto es un papel, aquello es luz, esto es un rostro. Hay que sugerirlas, hay que hacerlas sospechar. Cuando uno hace que las cosas estén presentes por su ausencia, es cuando las cosas están''.

Las palabras para no decir que parecen ser simples, no se refieren a ningún significado y tienen que aceptarse y valorarse solo en estos términos. Es entonces en este sentido que aparece la confrontación con las contradicciones, la falta de estabilidad y diálogo son el CGH se vuelve juego que semeja el efecto de ese verso de Mallarme, que, al escribirlo, borra todos los anteriores.

Pero a pesar de todos los saboteos al diálogo, al rector de la Fuente, hace eco de la mayoría de los universitarios que reclaman el ``diálogo ya''.