* Nunca más la violencia, su causa común


Dudan jóvenes centroamericanos de la frágil paz de sus naciones

* Persisten pobreza, desempleo, delincuencia y corrupción, señalan

Claudia Herrera Beltrán /IV y última * Leonardo Salcedo nació dos años antes de las primeras conversaciones de paz en El Salvador. Desde entonces han transcurrido 17 años, hubo un pacto que en 1992 puso fin a 12 años de guerra civil, pero el estudiante de bachillerato está convencido de que la paz es frágil". Y asegura tener razones fundadas para creerlo: el panorama de pobreza, desempleo, delincuencia y corrupción que vive su país y que comparte casi toda América Latina.

Los padres del indígena quiché Rafael Menchú tienen miedo y cuestionan a su hijo por su intensa participación en la defensa de los grupos étnicos guatemaltecos; creen que "todavía se corren riesgos" y no pueden olvidar la cuota de sangre que pagó esa nación, 200 mil muertos y 626 comunidades indígenas exterminadas, según los informes más recientes.

Acostumbrados a la persecución por su liderazgo en la lucha indígena, los padres de Gloria Rodríguez la apoyan, pero le advierten que debe tener mucho cuidado, no están seguros de que perdure la tranquilidad. "No me gustaría que vos sufrieras lo que yo sufrí", le dice su papá, un promotor bilingüe guatemalteco.

En las expresiones de la que será la generación adulta del nuevo siglo todavía hay desconfianza, muchas veces heredada de sus propios padres o aprendida en su corta vida: "La paz es frágil en mi país", "vivimos una guerra no declarada", "es una paz con armas", son algunas de las frases con las que describen la situación de su tierra jóvenes centroamericanos entrevistados durante la cumbre mundial que recientemente se efectuó en México.

 

La paz, prendida de alfileres

Salcedo, alumno de Medicina de la Universidad Nacional de San Salvador, sabe que vive en una situación de "posguerra" que puede convertirse en la "verdadera paz" o la "verdadera guerra". Su deseo es que las cosas vayan bien, pero reconoce que el panorama es desalentador: "delincuencia, han subido los precios, desempleo, violencia, explotación de los trabajadores, invasión de empresas extranjeras y violencia juvenil".

Néstor Pérez, otro joven de 17 años, comparte esa visión y cree que en su país "se está desatando una guerra en las calles", la de la delincuencia, que tiene su origen en la pobreza y en la corrupción de los políticos, y se sorprende tanto de que éstos "se compren los mejores carros y la casa presidencial sea tan elegante, mientras los campesinos se están muriendo de hambre".

Si algo tiene hartos a los jóvenes de ese país es la desigualdad social. Héctor Salomón, de 18 años, no entiende cómo es que el gobierno se gasta millones de pesos en construir puentes en la capital salvadoreña, "que no sirven para nada", y no en proteger a una clase que ha empezado a crear niños adictos al cemento.

Marcados por la violencia de los combates militares y la que ahora se vive en las calles, los salvadoreños, como Leonardo, creen que en su país "en cualquier momento se puede dar un conflicto militar", y ve el riesgo en la existencia de las "maras" (pandillas de delincuencia organizada), los enfermos que dejó la guerra y los desempleados.

Muchos adolescentes salvadoreños saben detalles de la guerra por lo que les platican sus familiares, pero padecen sus efectos. Como Yeni López, estudiante de tercero de bachillerato, que por su tía ha podido enterarse de lo que sucedió con la guerrilla, porque sus padres huyeron a Estados Unidos y ahí se quedaron.

Algo que los jóvenes salvadoreños lamentan mucho de la guerra es precisamente la "desintegración familiar" que ocasionó. Marisol Blanco, alumna prepatoriana de 17 años, cuenta que su padre se fue a radicar a Estados Unidos desde que ella tenía tres años, porque los guerrilleros del Frente Nacional Farabundo Martí un día amenazaron con matar a quien no se uniera a su causa.

Ahora participa en una agrupación que ayuda a jóvenes en problemas, en la que "estamos aprendiendo a superar juntos nuestras dificultades y a organizarnos para que cuando seamos adultos no caigamos en los errores de nuestros padres".

La ideología de Licerio Camey Huz, dirigente juvenil maya, fue inspirada en su padre, un guerrillero guatemalteco que incluso tuvo que cambiarse de nombre y varias veces debió trasladar a su familia de una comunidad a otra.

Tiene una visión optimista del proceso de paz y confía en que los jóvenes de su país superarán el miedo que les dejó un conflicto armado que duró 26 años. Dice que aún hay muchachos, sobre todo los que viven en las ciudades, que consideran que con los acuerdos de paz se acabaron los problemas de Guatemala, siendo que "estamos lejos de ser una nación que respete su cultura y que trate a los indígenas como iguales, porque la discriminación sigue muy latente en las zonas rurales".

Por eso, Gloria, originaria de una región de fuerte presencia indígena, sigue el ejemplo de sus padres y participa en la construcción del proceso de paz en su país. Ve en ello la oportunidad de que "sectores callados" se expresen. Sin embargo, Ana Gladys Cospin Soberanis, hija de una abogada defensora de campesinos y ex dirigente del Partido Demócrata Cristiano, está muy preocupada porque en Guatemala son pocos los jóvenes que tienen acceso a la educación, y la que reciben los niños indígenas sigue siendo de ideología colonialista.

Y es que, según platica Licerio, que estudió Agronomía, en la escuela "hay un gran contraste entre lo que aprendes y lo que vives. Estudiamos lo que pasó en Grecia, en Roma y en los países europeos, pero poco sabemos de lo que pasó con los mayas, del valor cultural de nuestro país".

Gladys está asustada porque en la Universidad de San Carlos, la más importante de Guatemala y donde estudia la licenciatura en Historia, el rector, de tendencia derechista, pretende incrementar las cuotas.

Es un panorama desalentador para las generaciones que tienen la misión de reconstruir Guatemala, concluye Licerio, el hijo del guerrillero Camey, pero con todo y eso, se imagina que sus hijos no tendrán por qué vivir en un país enfrentado, porque nosotros "aprendimos la lección de nuestros padres. Nunca más la violencia".