Horacio Labastida
¿Democracia de partidos o democracia del dinero?

Es muy estrujante el reportaje que desde Moscú nos envía Juan Pablo Duch (La Jornada, no. 5490), sobre la manipulada democracia postsoviética, inaugurada por Gorbachov y Yeltsin hace más o menos tres lustros. Con motivo de las elecciones para alcalde de Moscú, el actual jefe municipal Yuri Luzhkov, busca su reelección poniendo en marcha una estrategia de tipo priísta, advierte Duch, a fin de organizar grandes acarreos de ciudadanos a los mítines en que el propio Luzhkov asegura a su auditorio que no hay mejor candidato que él mismo, pretendiendo así trasmitir en forma vicarial una certeza que acaso le fue revelada no en las montañas del Sinaí, le quedan muy lejos, sino a lo mejor en la Iglesia del Kremlin que aloja los restos de Iván El terrible. Claro que Luzhkov en nada se parece a Iván, pero los actuales salvadores de la cuna de Chejov, son capaces de identificar a Satanás con Dios si se trata de conservar el poder en sus manos. ¿Cómo Yuri logró la asistencia de 50 mil personas a su reciente mitin? Con el más puro estilo priísta, se derramaron abundantes rublos entre los muchos hambrientos de la ciudad, y se trasmitieron órdenes a corporaciones dependientes del presupuesto municipal para que aportaran contingentes de partidarios leales, instados con las correspondientes despensas acompañadas con promesa de cobijo. Así, Luzhkov apareció ante las masas bien protegido contra la mañana ventosa, harto en carnes y rebosante salud, para solicitarles el sufragio que previamente habían comprometido. Tal es el retrato de la perfeccionada o imperfeccionada democracia que hoy prevalece en los antiguos dominios zaristas. Algún débil y extraviado oponente a Luzhkov, seguramente hereje, públicamente informó que el citado mitin tuvo un costo de 960 mil dólares, recaudados en fuentes ¿desconocidas?

Esas lecciones hieren el corazón de quienes aún sostenemos que la democracia debe ser gobierno del pueblo para bien del pueblo, y no gobierno de los señores del dinero para satisfacción de sus intereses, pero tal ideal se ha visto frecuentemente quebrantado en la historia moderna des-de que lo forjaron los círculos antimonárquicas de 1776 y 1789, pues la gente que se rebeló contra Washington y las generaciones que esperaban una aurora luego de la caída de La Bastilla, así como sus descendientes en los siglos XIX y XX, han mirado aperplejados que las batallas por la libertad, la igualdad y la fraternidad fructifican en minorías dueñas de la riqueza y el poder que miran desde lo alto a enormes poblaciones sin bienes materiales ni influencia en la administración de los Estados.

En tan lamentable teatro político, ¿cómo los mexicanos contemplamos la realidad de nuestro tiempo? No es exagerado señalar que en los 82 años de vida posrevolucionaria, únicamente dos gobiernos reflejan en sus programas las demandas populares, el que presidió Lázaro Cárdenas entre 1934 y 1940, y el que por ahora lleva la jefatura del Distrito Federal, a partir de 1997; y en lo que hace a la insinuada democracia de partidos que nos circunda, las tinieblas no están rasgadas por las luces del optimismo. El Poder Legislativo, que en los últimos años se planteó como capaz de contrarrestar el tradicional presidencialismo autoritario está plagado de incertidumbres decepcionantes. Al fin, las cargas del FOBAPROA se transformaron en deuda del pueblo, porque el PAN abandonó la oposición y se sumó al gobierno; y apenas hace unos días los partidos menores como las sombras descritas por Manuel Gómez Morín hacia 1939, rompieron la resistencia opositora, aplaudieron el paquete económico propuesto por Hacienda y dejaron a sus anteriores compañeros colgados de la brocha, de acuerdo con el cuento que corre de boca en boca: en el último peldaño de la escalera, un albañil pintaba la pared del manicomio; sorpresivamente se acerco un loco y le gritó, ¡amigo, agárrate de la brocha, porque me llevo la escalera! ¿No es imprudente hablar en México de una democracia de partidos en vez de una democracia del dinero? ¿Usted qué opina?