* El jueves se inauguró en el MAM la retrospectiva del pintor guanajuatense


Cinco décadas de arte de Diego Rivera

Raquel Peguero * El recorrido es fascinante. De los primeros trazos cuando la mano no le tiembla, al esplendor de la luz que emana su pintura con el pueblo mexicano de protagonista, la obra reunida en la exposición Diego Rivera. Arte y revolución recorre casi cinco décadas del arte no sólo mexicano sino mundial, recreado por el pincel de un hombre que abrevó e hizo suyas las tendencias pictóricas de su tiempo.

Dividida en cuatro apartados (de los academicismos a las vanguardias cosmopolitas; del cubismo a los clasicisismos de vanguardia; la pintura mural de Diego Rivera, una propuesta humanista universal, y los lenguajes plásticos de Diego Rivera en el contexto de la pintura moderna mexicana), la aventura se inicia en 1903 y concluye en 1950 con aproximadamente 120 cuadros que hablan con el espectador de una vida a la que nunca se le agotó la curiosidad ni el genio.

Inaugurada antenoche en el Museo de Arte Moderno por el presidente Ernesto Zedillo, lo único que le faltó a esa muestra fue el cuadro proveniente del Ermitage que, se anuncia ahí, llegará el 6 de enero próximo.

La sorpresa se asoma de entrada, al ver el dibujo de una Venus de Milo (1903) en una posición poco convencional, y sigue con un joven rostro de Rivera, pintado por sí mismo, con una tez guapa y tersa sin sus proverbiales ojos saltones, para seguir con paisajes de un México que ya no existe, como el que ostenta en Barranca de Mixcoac (1906). Tras su brinco transocéanico, sus cuadros se nutren del panorama europeo que pisó y recrea lo mismo una Naturaleza muerta ''con los lineamientos sintéticos de la escuela bretona de Pont-Avent'', que una escena del Carnaval ''bajo el influjo de Tolouse Lautrec'', que recoge de manera singular la vista de un mercado parisiense, una fachada que se espejea en un lago y se multiplica, o Las tierras quemadas de Cataluña, donde ya "explora la fragmentación colorística del puntillismo", sin olvidar su espléndida composición del Retrato de Adolfo Best Maugard, que se erige en esta muestra entre media decena de cuadros con una majestuosidad que aplasta.

La siguiente sala traslada a su etapa cubista, que recibe con un Paisaje zapatista, con fusil y todo. A su espalda se colgó al mismísimo Emiliano Zapata y el par de obras están rodeadas por naturalezas muertas, paisajes o retratos como de El arquitecto, que pintó antes de cuestionarse ''duramente el mercantilismo voraz con que las galerías parisienses se habían apropiado del espíritu renovador de las vanguardias, y decide emprender un camino hacia la abstracción casi total'', como explica el curador en jefe de la muestra, Luis-Martín Lozano, de quien también son los entrecomillados arriba citados. En esta parte pueden verse un boceto y una obra que le hizo a su mujer Angelina Beloff y dos obras que por primera vez se exhiben en nuestro país: Retrato del escultor francés Paul Cornet (1918) y Village prés du Champ (1919).

Los apuntes a sus murales, con enormes rostros y manos que invitan a recogerse en ellos, por la fuerza que emanan, es de lo más incitante en la sala dedicada a su pintura mural. Se tendieron bocetos del mural La creación y los que hizo para Chapingo y la Secretaría de Educación Pública, y se ofrecen como primicia dos murales al fresco, Represión y Soldadura eléctrica.

En la siguiente parte de la muestra aparece su interés por llevar a primer plano a los personajes del pueblo, los campesinos y obreros, y una curiosa galería de retratos de mujeres y niños ųnunca con una sonrisa en su rostro, a pesar de la alegría que emanan algunas de ellasų, y que, como asegura Lozano, ''no están exentas de una cierta modernidad visual, ya sea que Rivera juega caprichosamente con los ángulos de la composición o realiza distorsiones anatómicas para acentuar la personalidad de sus modelos, como se observa en el Retrato de Lupe Marín, cuya hija, por cierto, asistió a la apertura.