La Jornada sábado 18 de diciembre de 1999

Luis González Souza
Feliz 2000

Aquí despedimos el año. No tanto porque todo se adelantó junto a los destapes y las campañas hacia el 2000. Más bien porque los dos próximos sábados serán feriados y nuestro periódico no circulará. Aquí despedimos esta introducción.

Balances del año que termina siempre son útiles. Seguramente los habrá buenos y numerosos en estas mismas páginas. El nuestro es demasiado escueto y se centra en un saldo especialmente preocupante: la tendencia hacia la desmoralización de la sociedad. Su último jalón (hasta hoy) puede ubicarse en las piruetas del viejo régimen a efecto de presentarse como un gato, no de siete, sino de mil vidas. De esa forma tiende a frustrarse, desde ya, la mayor esperanza de cambio para muchos, que es la del cambio electoral: la esperanza de la casi mítica alternancia en el poder.

Pero es mucho más lo que hoy se usa para desmoralizar, y enseguida inmovilizar a la ciudadanía de nuestro país. Sobresale aquello que permite inducir la conclusión de que todo y todos somos igualmente inmorales e irreformables: políticos por parejo y por delante, pero también dirigentes civiles, empresariales y hasta religiosos, así como todo tipo de instituciones. Y a manera de puntilla, se induce la idea de que ni siquiera tiene caso luchar. Hasta luchas tan perseverantes como las del zapatismo y de los estudiantes de la UNAM, son objeto del aniquilamiento físico o moral. Inclusive se las utiliza como ejemplo de que luchar es contraproducente, pues supuestamente empeora la realidad que se busca transformar.

Detener la desmoralización aparece así como la gran tarea del 2000. Y antes que nada supone revalorar las riquezas culturales de México; reactivar sus reservas morales lo mismo que la autoestima nacional y, en suma, no dejar de ejercer el sacrosanto derecho a soñar. De nuestra parte, son muchos los sueños para el inicio del nuevo milenio, comenzando por el de derrotar sus visiones apocalípticas (y suponiendo que deveras inicia el año próximo).

También seguimos soñando que México ya pronto superará la maldición del no-cambio-perpetuo. Y soñamos que lo hará por la puerta grande, incluso la más grande a escala internacional: la del cambio radical y progresista a la vez que civilizado, sin más sangre. Y aunque la ceguera racista-malinchista todavía es vasta, el asidero de este sueño sigue allí: un movimiento zapatista todavía dispuesto a cumplir el mandato pacifista de la sociedad. ¿Por cuánto tiempo más? Quien sabe, porque así como nadie está obligado a pagar lo que no tiene, tampoco nadie está forzado a agacharse eternamente ante una guerra tan abusiva como hipócrita.

Enseguida soñamos que la dignidad y el tesón de los mexicanos más primeros por fin terminará de contagiarnos a todos. Inclusive logrará la repatriación cultural de los mexicanos extranjerizados. Y soñamos que ese contagio asegurará su reproducción a futuro, gracias a la juventud que ha vuelto a luchar por ideales como el de una educación de lo mejor y para todos.

Más sueños, desde luego que los hay. Pero esos parecen suficientes para lo principal, en lo inmediato: volver a creer en México. Dejar de usarlo como fuente inagotable de negocios políticos y mercantiles. Dejar de verlo como una nación desahuciada. Sacarlo del infernal círculo que inicia en la desmoralización, continúa en el canibalismo y desemboca en la autodestrucción nacional.

El 2000 sería un buen año para iniciar la reconstrucción de México tanto en el terreno cultural y económico como en el social y político. Primero, sin embargo, habría que impulsar nuestra remoralización, no sólo en el sentido ético. También, y muy junto, en el sentido de recuperar la fe, el entusiasmo y, valga decir, nuestra moral de combate. No combate contra alguien ni entre nosotros. Simplemente, combate a favor de un futuro digno y colectivo.

De esa forma hasta podríamos soñar que las elecciones del 2000 serán irrelevantes, pero a la vez históricas. Fuesen quienes fuesen, los ganadores tendrían un mandato claro de la sociedad. Y ésta ya habría aprendido a garantizar el cumplimiento de tal mandato. ¿Cuál mejoría importante no comienza en un buen sueño? n

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