La Jornada domingo 19 de diciembre de 1999

Bárbara Jacobs
El palacio azul

Encarrilada en esto, cada vez distingo menos entre la realidad y la imaginación. No sé si se deba a que soy presa fácil de la lectura, o a que, por algún tipo de deformación, más que vivir la realidad, la leo: o más que leer la imaginación, la vivo. Lo cierto es que desde que leí El palacio azul, de León R. Zahar, soy o una falsa beduina ųmontada en un camello por el desierto, que mira brillar a la distancia un palacio azul y lo desea, cuando lo que debe hacer es repudiarloų, o una falsa Sherezada, sin la fantasía suficiente para desviar con un buen centro las intenciones del rey de decapitarla ahí, en sus aposentos, del Palacio azul, Al Azrak.

Estoy enredada o estoy dividida, o simplemente estoy bajo el influjo de una magia. Bueno, es que El palacio azul está en el Oriente, y la palabra Oriente, como diría Jorge Luis Borges, en sí misma ''ya nos colma de magia''. Pero pregunto, Ƒa quiénes? ƑA los lectores occidentales de literatura oriental? Y, Ƒexiste un lazo posible entre Oriente y Occidente? ƑEntre la realidad y la imaginación?

En el prólogo a su Guía de lugares imaginarios, hecha conjuntamente con Gianni Guadalupi, Alberto Manguel se refiere a su libro como una orientación al viajero por ciudades, países, islas o continentes ficticios "visitados durante muchos años de lecturas", y justifica la inclinación permanente de los narradores a crear regiones como fuera de este mundo, basados en la añoranza creciente que tiene el hombre de lo imaginario a medida que la ciencia le explica la realidad.

Entonces, Ƒqué es El palacio azul? ƑImaginación dentro de imaginación, plasmada una sobre la otra físicamente en la realidad? ƑEntrelazadas inconfundiblemente, fundidas? El palacio azul, Al Azrak, también está dividido, y también está bajo el influjo de la nigromancia, oriental si las hay. El palacio azul es una construcción real de una fantasía. Y El palacio azul es la historia real de esa fantasía. Este libro de literatura fantástica sería, en términos de Manguel, "una orientación al viajero" por un palacio ficticio "visitado durante muchos años de lecturas". Es decir, su autor, León R. Zahar, ha añorado el palacio en el que Sherezada entretiene la curiosidad del rey y evita ser decapitada. Zahar ocupó un terreno baldío en su imaginación con la creación en la realidad de un palacio y su historia.

En sus palabras, ''la historia del Palacio azul comienza cuando Badgad ha desaparecido para siempre. Se entreteje con Las mil y una noches y con la nostalgia provocada por los grandes alcázares medievales, hoy desaparecidos". Zahar habla de "Sitios que corresponden a una geografía ubicua que lo mismo los situaría a las afueras de Bagdad que de Isfahán o de Samarkanda''.

Imaginación o realidad, El palacio azul, Al Azrak, brilla en el desierto imaginario porque está hecho de piedras y materiales preciosos y terrestres. Los árabes nómadas consideraban que los palacios de los árabes sedentarios eran un desafío a Dios, ya que en estrictos términos islámicos Dios es el único poseedor posible del atributo de crear. Y merece castigo intentar recrear en la tierra real el Paraíso de las Alturas fantásticas. Por paradójico que fuera que al despreciar dicho monumentos a la vez los desearan, no dejaban de tener razón. Leyéndolo, recordé cuando Francisco de Asís visitó a unos seguidores suyos en Bolonia que habían fundado su misión en una casa de suntuosidad excesiva. Indignado, los increpó de improviso preguntándoles: "ƑDesde cuándo se escarnece a Nuestra Señora la Pobreza con el lujo de los palacios?", según refiere Gilbert K. Chesterton.

Insulto o blasfemia, los palacios orientales han atraído con fuerza a estudiosos occidentales que procuran entenderlos desde todos los puntos de vista, en términos de contraste o no. Así, estudian su estructura tanto arquitectónicamente como desde una perspectiva de la religión; los califican con cánones del arte y estéticos, y juzgan su permanencia y trascendencia simbólica y mística.

No fue casual que Marcel Proust se interesara en el conocimiento de las catedrales; estudió suficiente inglés para traducir al francés La Biblia de Amiens, la filosofía del arte según John Ruskin, experto en catedrales. Este erudito inglés, escritor y crítico de arte, llegó a definir "la tela más grande" como aquella que trasmita a "la mente del espectador el número más grande de las ideas más grandes". Clasificó éstas en las categorías de Poder, Imitación, Verdad, Belleza y Relación, a las que infundió más un carácter de estética moral que sensual, pues la belleza, percibida, o, mejor, apreciada, con un sentido religioso, era la única capaz de reflejar los atributos de Dios según él.

Aunque pise terrenos movedizos, para concluir me aventuraré a sugerir que este concepto religiosos en el arte puede ser, precisamente, el eslabón perdido entre el Oriente y el Occidente, pero confirmarlo, descifrarlo o interpretarlo, es cuestión de magia.