Marco Rascón
Del voto del miedo a la frustración
Para el PRI y la oligarquía dueña del país, la elección del 2000 es una guerra y hay que ganarla cueste lo que cueste. Los aliados del PRI son los propietarios de los medios de comunicación, los beneficiarios principales de Fobaproa e IPAB, la alta jerarquía política de la Iglesia católica, los viejos y nuevos cacicazgos, la vieja clase política del régimen y una larga cauda de agentes que tejen la fortaleza del conservadurismo. La inteligencia del Estado mexicano en manos de esta estructura ha sido de una gran eficiencia para el control de las irrupciones y las oposiciones verdaderas surgidas desde el fondo de la sociedad, tanto en regiones como en sectores.
Para estos propósitos sí hay dinero en abundancia. El liderazgo es un aparato que hace crecer a los personajes que crea como candidatos y luego como gobernantes y no al revés, pues eso es quizás la nueva característica del presidencialismo, donde el personaje es sólo la representación de diversos intereses que se han puesto ya de acuerdo y pactan el reparto del país para un plazo determinado. En estos intereses se incluye a los locales, en conjunción con los provenientes del mundo globalizado, el cual tiene una influencia central, como se demostró en la crisis del 94 cuando una sola desconfianza externa acabó con las reservas monetarias y produjo la devaluación. Las acusaciones mutuas de estupidez y perversión dejaron asomar la nariz de Estados Unidos, que hizo de la debilidad otra vuelta de tuerca y bajo la protección del rescatismo impuso control sobre las reservas petroleras, política fiscal, gasto social y orientación económica.
Para la oligarquía dominante, la tarea política frente al reto del 2000 es someter a las fuerzas y la conciencia por el cambio, en un estado de ánimo pesimista. Ellos saben que el PRI sólo puede imponerse si existe un estado de ánimo de frustración. Si en 1994 la estrategia fue el voto del miedo, ahora es el voto de la frustración.
Frente a esa situación, es importante primero despejar que la izquierda al quedar homogenizada por la dirección del PRD se quedó sin liderazgo. El auge del pragmatismo en el PRD debilitó las bases ideológicas y programáticas, encaminándose hacia una política de alianzas sin contenido ni rumbo definido. A diferencia del FDN de 1988, en que el programa regía la convergencia y situaba al cardenismo como un eje de aglutinación, ahora la idea de ganar el 2000 parte de la simple suma de partidos.
La falla principal que hoy enfrenta la Alianza por México es su imprecisión programática y resultado del pragmatismo. Proviene de la frustrada intentona de hacer alianza con la derecha panista y foxista, lo cual dejó un saldo amplio de frustración política en los sectores medios. El origen de la falla, sin embargo, es más profundo, pues proviene de que la dirección del PRD no cree en ella misma, ni en la historia que representa, ni en el pensamiento y las luchas que transformaron al país y han aportado al cambio actual. Para esta visión, ya no existe la necesidad de hablar directamente a través de una organización de militantes con las amplias masas del país, golpeadas y desencantadas, sino a través de los medios.
El PRD y su alianza de despojos del régimen tuvo en estos días un primer baño de golpes. A falta de programa y rumbo, el PRD recibirá todos los golpes y mientras festeja su alianza pobre se van desgranando y debilitando sus alianzas estratégicas.
La oligarquía priísta y los dueños del país no abandonarán el juego sucio contra el PRD, hasta que estén seguros de que no serán de peligro en el año 2000. A la oligarquía le interesa el PRD como oposición domesticada, y para eso también trabajan hacia adentro del partido con Ricardo Monreal y grupos que dirigen al PRD. El PRI no permitirá la polarización, y menos con el PRD, pues sabe que en un escenario así perdería; ante eso, la misión ahora es mandar a Cárdenas al tercero o cuarto lugar, mientras lanza puentes con los sectores que tiraron por la calle el programa y los compromisos históricos.
La tarea central es reconstruir el optimismo en el cambio; abatir la frustración, pero para eso se requiere organización política que esté dispuesta a luchar y hacer del cambio una tarea desde la sociedad, desde el gobierno y desde el Congreso. *