Ť Bien presentados pero mansos, los animales de Ramón Aguirre


Soberbia actuación de Manuel Caballero; lo robó Amalio, el juez

Ť Alfredo Gutiérrez devolvió las orejitas de la vez pasada; para La Hoz, el martirio

Lumbrera Chico Ť Con un estoconazo al volapié y en todo lo alto, que partió limpiamente en dos el corazón del primero de la tarde, Manuel Caballero culminó ayer la faena más hermosa del año en la Monumental Plaza México y, para decirlo pronto, acabó con la quinta y los mangos. Pasará mucho tiempo antes que olvidemos las eternidades que duraron sus muletazos en redondo, tanto a Clío como a Quicorrón, a los que sacó de sus bovinos letargos para enseñarlos a jugar a la víbora-víbora de la mar y mostrarles que por ahí podían pasar y volver indemnes, con cuajo, leña y kilos, haciendo retemblar la arena, cada vez más obsesionados por los lentísimos giros de la franela que eran la vida misma y las delicias del vino y de la miel.

Imborrable será por ello la séptima corrida de la temporada grande 1999-2000, en la que el ex regente del Distrito Federal Ramón Aguirre, y su ex empleado, el ex director del rastro capitalino Rafael Herrerías se rencontraron en la cima de sus dineros ganados a la sombra del erario para disfrutarse ayer, de nuevo juntos, uno como criador de reses bravas, otro como promotor de entretenimientos banales, en la plaza más importante de América, en la que, además de Caballero, alternaron como almas en pena los jóvenes Miguel La Hoz y Alfredo Gutiérrez, que nunca serán.

Psicología de la lidia

De azul y oro, Caballero salió en pos de Clío ųnegro bragado, el menos dotado de pitones, con 555 kilos que podía o no tener, pero con un año de edad menos de lo que anunciaba la pizarra, según la cual nació en enero del 95 cuando la verdad es que aún conservaba los pelos parados en el morrillo y ése es dato que no engañaų, y muy cerca del burladero de matadores lo recibió con un parón tan efectivo que el bicho en efecto se quedó parado, negándose a las verónicas.

caballero.manuel.01 Fue al caballo empujando en la primera vara, aunque sin raza, y tomó la segunda y última indiferente más bien. El trámite de las banderillas fue aprovechado por alguien para recordar que en la mañana, durante el sorteo, donde la gente aplaudió la estampa de los bureles, hubo el siguiente grito para Ramón Aguirre: "Eres mejor ganadero que regente", lo cual resultaría un arcano difícil de averiguar, pues no se sabe en que ha sido peor.

Parco, seco, pues no es proclive a cachondear a los tendidos, como Ponce o como Eloy, Caballero armó la muleta y se fue a lo suyo. Clío lo miraba con desconfianza, como recordando que aquella tarde de ayer, cada que se aproximaba a un ser humano le aumentaban los dolores del cuerpo. El artista de Albacete lo entendió así y se dedicó a consentirlo, dejándole la muleta bien planchada en los belfos y tirando de él en corto con gran suavidad ųen un momento incluso le gritó: "švamos, hombre!"ų para hilvanar la primera serie de derechazos en redondo, arrancar los primeros aplausos y hacer más espesa la expectación.

Con la misma astucia psicológica para engatusar a su temeroso enemigo, que de pronto le buscaba las piernas, Caballero emprendió la segunda serie muy erguido, los pies muy firmes en la arena, corriendo la mano cada vez con más clase para lograr resultados semejantes a los de la tanda anterior. Entonces, después del segundo aplauso, citó con la izquierda, de largo y de frente, sosteniendo el palillo por la mitad ųno por la argolla como Ponceų, y lo embarcó a media altura, sin permitir que en ningún momento se le derrumbara el socio, llevándolo con mucha más suavidad pero también con mayor riesgo, lo que francamente emocionó a los tendidos e incidió en el ánimo del burel.

Prueba de ello es que al citarlo de nuevo por la derecha, el de los cuernos embistió con una alegría que no había insinuado jamás, y fue y vino de aquí hasta allá en cinco ocasiones, comiéndose la tela como si ésta fuese algodón de azúcar, feliz de estar ahí, en el centro de todas las pupilas. Considerando que esto era más que suficiente y que ya no había más, Caballero cambió el estoque de palo por el de acero, y sin adornos se perfiló para entrar a matar, muy cerca de los medios. Tras una pausa en la que sólo se oía el silencio, adelantó la muleta y la pierna izquierda a la vez, incitó al animal y lo atrajo hacía sí, templándolo por abajo mientras por arriba formaba la cruz, hundiendo la vaina en el centro del corazón, allí donde lo ordena el manual de Cossío, y provocándole al astado un infarto masivo que lo ayudó a morir antes que la propia muerte lo supiera.

Ante semejante obra de arte taurino ųirrefutable, premoderna y brutal, pero de una belleza purísimaų, los pañuelos subieron al aire clamando por todo. Empero, el subnormal del biombo, el inenarrable José Amalio Ballesteros, concedió una sola oreja, y a los aficionados que le reclamaban la injusticia les respondió con un gesto de la mano, como un patán.

Derechazos con mayúsculas

Quicorrón, negro bragado, lucero, comodito, rabilargo, con 581 kilos que no tenía en realidad, salió como los toros bravos rematando en el burladero de matadores. Caballero no le insistió con el capote, lo condujo a la oficina ambulante de su picador, en donde éste empujó la vara con saña, abriendo dos tremendos agujeros, a izquierda y derecha, sobre la base del morrillo. Atónito por el castigo, el toro se quedó inmóvil mientras la sangre encharcaba la arena a ambos lados de las pezuñas de adelante. No hubo nada en banderillas, y el artista inició su segundo trasteo de muleta, de nuevo por la derecha, de nuevo consintiendo al cuadrúpedo, suavecito, a media altura, embarcándolo en series cortas, con gran dominio, incitándolo con la panza de la muleta para obligarlo a girar al ritmo que él quería, tan despacio que más no podía ser.

De pronto cometió una pifia. Lo citó de espaldas para intentar la dosantina, pero el bicho no tenía el recorrido suficiente, así que se le frenó a la mitad de la suerte y por poco lo empitona. Caballero rectificó. Plantó la muleta junto a la pierna derecha, el toro se arrancó desde allá, a un metro de distancia, y avanzó rumbo al trapo caminando paso a paso y sin humillar, en una acción peligrosísima, y el artista lo aguantó como una estatua hasta que los cuernos y la tela se reunieron en el centro de un olé que se prolongó años enteros mientras la bestia culminaba su viaje absolutamente sometida. Y entonces dejé de tomar apuntes, luego de anotar DERECHAZO con mayúsculas, y aventé el cuaderno porque el prodigio se estaba repitiendo por tercera y cuarta vez, y la escasa concurrencia vibraba en los tendidos diciéndose que bien vale la pena ir a mil corridas insulsas para ser recompensados finalmente con lo que acabábamos de ver.

El par de la Cenicienta

Nito, cárdeno de 549, con dos señores pitones cornivueltos, puso de relieve la indigencia torera de Miguel La Hoz, al que le pegó una paliza formidable. Pingüico, de 563, que iba y muy bien, metiendo la cabeza con claridad y bravura, vino a la México no para refrendar la inutilidad del joven matador ųes un decirų de Aguascalientes, sino para que todos, en el tendido, volviéramos a decirnos pero qué grave error cometió El Juli, semanas atrás, al negarse a torear este encierro, y este Pingüico en especial, que lo habría consagrado por los siglos de los siglos.

Soberbio, de 570, negro bragado, veleto, con todo un sombrero de charro en el testuz, desmintió los infundados enojos de los partidarios de Alfredo Gutiérrez, quien semanas ha, en esta misma plaza, recibió de Amalio dos orejitas que no merecía. Ayer, ante tamaño animalón y tamaña cornamenta, que fue sin embargo manso de principio a fin, el sobrino de Jorge Gutiérrez no pudo cuajar sino una espléndida revolera en los medios. Y punto. El bicho, que era pronto y se arrancaba de largo, aportó la emoción indispensable para que el banderillero Chatito de Acámbaro le colgara un parazo al cuarteo, que desató una estentórea ovación.

Con Me Encantaría ųun negro bragado y cornidelantero de 561 kilos, que también salió como bravo pero se rajó para siempre al primer puyazoų, Gutiérrez fue pura impotencia, y quedó en ridículo cuando al dar un muletazo del desdén, el desdeñado resultó ser él mismo, pues el toro, sin la lidia adecuada, se le fue de la puerta de caballos hasta la de toriles.

Cabe agregar que, en el segundo tercio, un banderillero irreconocible, pues ya no había luz, inventó el "par de la Cenicienta" al perder una zapatilla a la hora de la reunión, y al reponer los palitroques volvió a perderla sin conseguir su propósito de encajar siquiera un rehilete. En el palco, Amalio, juez incompetente si los hay, olvidó que por decreto del reglamento taurino vigente en la México, dos pasadas en falso inhabilitan al subalterno a porfiar por tercera vez y obligan a correr el turno. Pero con juzgadores como éste, lo mejor será que juzgue usted. ƑDebe Amalio continuar en la México?

Con la venia del sup Marcos, el domingo viene El Zapata.