Ť ƑLA FIESTA EN PAZ?
Por fin, un torero
Leonardo Páez Ť Después de seis corridas como de "toros", de tres impositivas figuras españolas, de otros tres mexicanos que figuran, de media docena de jóvenes nacionales que quieren figurar, de los desfiguros de autoridades y jueces de plaza y de los antojos e imposiciones de una empresa entusiasta pero sin idea, ayer, en la séptima corrida de la temporada, por fin hizo el paseíllo un auténtico torero de los pies a la cabeza, no de los que requieren del toro de la ilusión para triunfar.
Se llama Manuel Caballero, nació en Albacete, España, hace 28 años y lleva tres temporadas consecutivas triunfando en la Plaza México, sin que el inefable Herrerías tenga a bien ponerlo en carteles de más compromiso en lo que a alternantes se refiere. Sus motivos ųabsurdosų tendrá.
Torero sin pretensiones ni administradores ni publicronistas ųAlcalino dixitų ni papá nodriza ni preferencias de ganado o de alternantes, este Caballero se asume como un torero a secas, comprometido a tal grado con él mismo que no le da mayor importancia a la falta de criterio de la empresa o a los exceso de los sirenitos.
El arte de poner en su lugar...
Lo que Manuel Caballero hizo ayer en la semivacía plazota no sólo fueron las dos faenas más inteligentes que se han visto en lo que va de la temporada, sino que además puso en su lugar a muchos. Entre otros...
A sus desconcertados alternantes, azorados ante la presencia de toros con cuatro años ųno cinco como se leía en las mentirosas pizarrasų y ante la diferencia abismal entre sus pobres recursos y los exhibidos por el albaceteño.
A la empresa y sus limitados alcances para ofrecer combinaciones medianamente interesantes, ya no digamos para hacer valer el dinero que con tan miope criterio invierte y el mezquino servicio que brinda al público, a cambio de los irracionales aumentos de precios que éste soporta.
Al sobreprotector padre de Julián López El Juli y los torpes intereses que lo animan para rechazar ųdonde se lo permiten, claroų corridas como la lidiada ayer, según esto "por dispareja", cuando el joven viene de torear 135 corridas en España igual o con más presencia.
Al ganadero Rodrigo Aguirre y su dócil discreción al no señalar la arbitrariedad de que fue objeto por parte del todopoderoso papá y en cambio declarar que "ignoraba" por qué sus reses habían sido rechazadas.
A figuras en descenso como Eloy Cavazos y Enrique Ponce, incapaces de triunfar con los escogidos novillos de ganaderías de la ilusión que la empresa le reserva.
A unas autoridades ųjueces de plaza y Delegación Benito Juárezų carentes de autoridad para exigir, sin excusas, el toro con cuatro años cumplidos, no "alrededor de", y sus astas íntegras y que por sistema aprueban novillos sin informar del resultado de los exámenes post mortem.
A un público mitotero, aficionado a apellidos y a caballos más que a la apreciación emocionada de la lidia de reses bravas, que luego de atestiguar las memorables obras de Caballero, ipso facto dejó de ser poncista para volverse caballerista, ante el contraste brutal de ambas tauromaquias, una sobre pies y efectismos y otra sobre quietud y temple.
... y el don de mandar
La sólida tauromaquia de Caballero, su personal concepción de la lidia, carece de cualidades extra taurinas tales como apostura, precocidad, especulación, simpatía y amiguismo, por lo que se basa en el hoy cuasi obsoleto principio de parar, templar y mandar, es decir, de quedarse verdaderamente quieto; de ejecutar las suertes con limpieza, sin que los engaños sean enganchados, y de traer al toro embebido, marcándole la trayectoria con precisión.
Cuando el torero impone estas condiciones, el toreo deja de ser baile y posturas para volverse magia y poesía que redimen a quien sabe mirar. El resto es cuento.
Lo que hizo este Manuel de Albacete ante los bien presentados mansurrones y tardos de Rodrigo Aguirre que le tocaron en suerte, fue lo mismo que han hecho en esos casos los toreros buenos de unos setenta años para acá: tirar del toro, metiendo el engaño a los belfos y obligando a embestir a la res por donde el torero quiere, no por donde a ésta se le antoja, para dejarla donde sea posible ligarle los muletazos.
Además, Caballero logró ejecutar sus dos espléndidas faenas con economía de pasos entre los pases, sin esos saltitos apurados que los diestros ventajistas se ven obligados a dar, precisamente porque no mandan al toro. Es una pena que para su segunda actuación la empresa vuelva a anunciar a este magnífico torero con alternantes modestos, mientras las seudofiguras se dan coba.