La Jornada martes 21 de diciembre de 1999

Ugo Pipitone
Miscelánea de fin de año

Trato de sintetizar a sus mínimos términos los acontecimientos de los últimos días de la crisis política italiana. Me servirá como ocasión para algunas reflexiones de fin de año.

En Italia se abrió una nueva crisis política. Y eso significa que D'Alema -el primer ex comunista que llega al gobierno de un importante país de Occidente- tuvo que dimitir frente a un asalto parlamentario proveniente de los conservadores más conservadores de su propia coalición. Hace tiempo, el ataque interno había provenido de una izquierda nostálgica de comunismo. De una voluntad de aceleración de la historia, pero en la dirección equivocada, si bien con métodos voluntariosamente renovados. No quiero subrayar lo arcaico del sistema político italiano, quiero subrayar otra cosa: los obstáculos que acumulan aquellos, como los DS (Democratici di Sinistra), hoy en Italia, que intentan condicionar el mundo de una voluntad de solidaridad en el medio de los torbellinos globalizadores. No se puede dejar de aceptar esa gallina de los huevos de oro y de excremento, que es la globalización, sin considerar que es la mayor oportunidad que hemos tenido en décadas (siglos, tal vez) de contribuir a mejorar la vida en este planeta. Debería ser una oportunidad para no desperdiciar.

Este punto de vista me resulta relativamente sensato: reconocer los tiempos del mundo, significa asumirlos como ámbito ineludible de la propia acción y pensamiento. En la derecha encontramos lo de siempre: el mundo no es remediable y, si lo es, sólo lo será con presidentes autoritarios que arrastren sociedades que son mulas ariscas. La derecha, como siempre, va del sueño más profundo a las excitaciones colectivas más irracionales. Y del otro lado, una izquierda que se adapta demasiado aprisa a los tiempos del mundo (la socialdemocracia), y otra que los niegan (comunistas y otros portadores de identidades derrotadas) y, cuando tienen necesidades teóricas, las resuelven con fórmulas patética y consoladoramente viejas. Los reflejos heredados de negación del mundo, de sus complejidades, a favor de verdades eternas enmohecidas.

Quiero contar un caso personal. Así va la historia. Escribí un artículo en estas páginas y un colaborador hizo una mención elegante y mesuradamente crítica en una de sus notas. Me refiero a Jorge Camil que me hizo notar, a propósito de Seattle, que, de acuerdo, la globalización está aquí para quedarse. Y sin embargo, minusvaluar la importancia de los movimientos populares para impulsar las cosas hacia delante, no es sensato. Estoy de acuerdo. A veces se me pierden las razones escondidas detrás de lo que me parece una sinrazón. Y no es pequeña pérdida, confieso. Una crítica correcta y profunda. La asumo: en Seattle hubo razones fuertes escondidas bajo involucros impresentables, en ocasiones.

La otra ''crítica'' que mi artículo sobre Seattle recibió fue mucho más radical y, me atrevo a pensar, descarriada. Envié un manuscrito mío a una persona a la que tengo estimación (aunque la estimación sea incapaz de convertirse en subditancia), y esta persona se negó a recibirlo por mi multicitado artículo sobre Seattle. Le había parecido ''profesoral'' y algunos otros juicios no favorables. Se negó a recibir el manuscrito. Me puse a pensar: si esto hace la izquierda ilustrada Ƒqué podremos esperar de aquella que ilustrada no es?

Y es aquí donde veo el problema de la resistencia a reconocer los tiempos del mundo como si esa renuencia fuera un manifiesto moral. Lo que equivale a caricaturizar un mundo que ya tiene muchas por su cuenta, y generalmente no contribuyen a mejorar la calidad de la convivencia.

Lo único que digo es esto: si queremos peinarnos otra vez, habrá que reconocer que estamos despeinados. D'Alema no será santo de la devoción de mucha gente de izquierda de estas partes del mundo, pero es el único obstáculo serio a que Italia se convierta en campo de experimentación de alguna certeza empresarial al estilo Berlusconi. Ahí sí, sería el neoliberalismo en su esplendor. Condimentado de enriquecimientos inexplicables, corrupción, colusión con la mafia, cuando sea imprescindible y, obviamente, managerialización de la vida social: cada uno en su lugar y a callarse la boca. Resistirse a eso supone dos requisitos: reconocer el mundo y querer operar en él. Fuera de eso, la izquierda es derrotada y el mundo pierde un componente insustituible de su maduración.