La Jornada miércoles 22 de diciembre de 1999

Arnoldo Kraus
La crisis de la crisis

La palabra crisis se ha hecho costumbre en nuestro país. Hablamos de crisis de fin de sexenio, crisis por la caída de los precios del petróleo, crisis por el error decembrino de 1994, crisis por sequías o crisis por lluvias torrenciales, crisis de gobierno y crisis por el gobierno. Crisis es palabra mexicana y vivencia cotidiana. Estar en crisis es vivir en México.

La realidad es que los políticos mal usan la palabra crisis si atendemos a su significado, pero la utilizan adecuadamente si nos atenemos a los resultados de sus acciones o a las sumas y restas que la sociedad, la economía y el endeudamiento de la nación transpiran. En eso, al menos, cuando hablan de una de las caras de las crisis, nuestros jerarcas no mienten: le han inventado a la crisis su propia crisis. Una especie de tormenta de la inestabilidad es lo que nos ha heredado el PRI tras siete décadas de poder. Una suerte de vientos en los que la fuerza de determinados errores se multiplican cuando se suman con las de otros.

Eso es la crisis de la crisis: de Chiapas al Fobaproa, de Fobaproa a la UNAM, de la UNAM al Ejército Revolucionario de los Pobres (EPR); del ERP, a la desnutrición de los niños indígenas; y de éstos, a las muertes de los migrantes mexicanos. En suma, nuestros tiempos son paisajes de la crisis: cuando inicia la siguiente, aún no acaba la anterior.

Pregunta cimental en este ámbito de fracturas interminables, y en búsqueda de la objetividad, es analizar las caras buenas de los malos tiempos. La cuestión es sencilla: en los últimos diez años, salvo por el triunfo de Adriana Fernández en el maratón de Nueva York, Ƒha habido alguna noticia realmente buena en México? ƑYa sea en la ciencia, en educación, en salud, en calidad de vida? En síntesis, Ƒson felices la mayoría de los connacionales?

El sentido originario de crisis indica la terminación de un acontecer en un sentido o en otro. La crisis suele resolver y no es un fenómeno ni gradual ni normal y, de acuerdo a los filósofos, "parece ser siempre lo contrario de toda permanencia o estabilidad". Si bien es cierto que el resultado de las crisis puede ser bueno o perjudicial, también lo es que finalizan. Digamos que por necesidad, por definición, o simplemente porque así es, no puede haber crisis perennes --ni siquiera en el refrán mexicano: "no hay mal que dure cien años ni pendejo que lo aguante". La excepción, por supuesto, se da en nuestras latitudes tercermundistas, donde las crisis pueden ser fenómenos permanentes. La perpetuidad de nuestros desequilibrios, la reiteración de que "aún no hemos tocado fondo" y la cutánea cotidianidad de la inestabilidad son paráfrasis de la crisis de la crisis por la cual navegamos desde hace tantos años.

Es tan evidente que la conciencia de la crisis existe en nuestros jerarcas como lo es el fracaso de sus vacunas. Se nos ha dicho "arriba y adelante", "la solución somos todos", "bienestar para tu familia", "solidaridad con México" y "renovación moral". Cada propuesta ha pretendido ser antídoto contra la realidad de la pobreza y contra las huellas de los sexenios previos. Pero la crisis sigue siendo término iterativo en los discursos políticos. Su presencia y pertinencia se comprende por lo antes expuesto: no acaba una cuando empieza la otra.

Sumidos en crisis reales y no en crisis de palabras, millones de pobres o míseros mexicanos jóvenes, y no tan jóvenes, no usan la palabra crisis, pero se saben que son el esqueleto de ella y tumba de la misma. Por eso el Consejo General de Huelga (CGH) ha puesto en jaque al país, no a la UNAM. Porque la frase torta o muerte, citada por Carlos Monsiváis en estas páginas, y que fue uno de los lemas del movimiento estudiantil de la Universidad de Sinaloa en 1972, resume la crisis de la crisis, la ideología del CGH, y el sentir de esa gran masa mexicana cuyo apellido los ha hermanado: crisis.

La clonación y reproducción de la crisis como modo de vida, tiene las caras filosóficas y políticas de académicos y jerarcas, pero contiene asimismo las asperezas de la vida que en su extremo han conducido al encubrimiento de la irracionalidad representada por el CGH. ƑCómo explicar de otra forma su poder? ƑCómo entender que puedan apedrear embajadas o paralizar el DF y salir libres bajo fianza? La explicación tiene dos vertientes, mutuamente incluyentes y perversamente dependientes. De la torta o muerte, a la crisis de la crisis.