La Jornada jueves 23 de diciembre de 1999

Olga Harmony
El camino rojo a Sabaiba

Este texto no es sólo el más complejo de Oscar Liera, sino posiblemente de toda la dramaturgia mexicana. En él se denuncia, como en toda la obra del autor, la situación social de un pueblo, y en este caso el de Sinaloa, pero podría ser cualquier lugar de nuestra nación, a partir de una historia íntima y de las supersticiones locales, lo que Armando Partida llama la cultura patrimonial. Además, en su documentadísimo prólogo a las Obras completas de Liera, publicadas por el gobierno de Sinaloa, Partida hace ver la intencionalidad del dramaturgo de señalar los abusos del poder hacia el sufrido pueblo sinaloense desde el siglo XVI hasta la fecha de su escritura. Si la extraña corte de la siete veces digna Gladys de Villafoncourt, con sus vestimentas renacentistas y hasta un ataque de piratas, nos retrotraen a los tiempos más antiguos, las injusticias ųdisfrazadas de búsqueda del bienestar popularų y el saqueo que los poderosos absolutos cometen en el pasado impreciso de la obra al erigir el camino rojo, hablaron en su momento de los excesos del gobernador Toledo Corro. Igual ahora: los inmorales contubernios de los gobernantes siguen despojando a todos en cualquier camino de nuestro país.

Relato dentro del relato dentro del relato, las escenas de la intrincada obra se suceden mezclando tiempos, personajes y lugares, revelando a Fabián la parte de su pasado que desconoce, vivos y ánimas revueltos. Sabaiba, el pueblo, sufre también por los percances de los protagonistas en este inmenso caldero en que lo íntimo no puede ser separado de lo social, la fatiga de los vivos se enmaraña con una venganza olvidada y nunca cumplida.

Hay que insistir en ello. Es cierto que la circunstancia precisa a la que alude Oscar Liera, el canal que Toledo Corro quería construir de la playa a su rancho, se pierde también en el pasado, pero la crítica política y social puede llegar a nuestros días. No es ese camino rojo "un choque entre el feudalismo y la modernidad", según la lectura de Ludwig Margules. Es un verdadero abuso que podemos reconocer en la escena (suprimida, como tantas otras en este montaje), en que Gladys finge interés maternal en el pueblo para imponerle lo que éste no desea, un camino que destruirá naturaleza y vidas y le dejará pingües ganancias: en cualquier lugar de nuestra geografía, incluida Chiapas, el estilo es muy identificable. Por todo ello no es de celebrarse la mutilación que sufre la obra al suprimírsele las "escenas de masas y grandilocuentes", Margules dixit, y que son en lenguaje llano las de contenido político de la obra.

La parte "rulfiana" del texto es la que el director rescata en una serie de monólogos que sus actores sostienen a fuerza de buena dicción, aunque actoralmente muchos muestren su verdor. La escenografía de Mónica Raya consiste en un austero espacio en negro, con varias puertas por las que aparecen y desaparecen los actores, lo que permite el nuevo juego espacial de Margules librado de todo lo que el director llama "retórica", con muy pocos movimientos en su trazo escénico. La inmovilidad casi constante de los actores que casi nunca se tocan (excepto Gladys acariciando a Dancalia, o al jorobado que aquí se transforma en Mayo), hace resaltar la nitidez del texto, aunque termina por resultar un recurso monótono, si bien contrastado por los maromeros y la escena de la mujer araña. Esta queda también muy poco nítida, pues al ser suprimido el personaje de Celso con sus augurios de infortunio ųlas garzas, la mujer arañaų la carpa circense aparece como un pegoste dentro de lo que se narra.

Aceptando con todas mis reservas la lectura del director, porque es la que Margules ofrece y se trata de un hombre mayor en nuestro teatro, muchas cosas no me quedan claras. No entiendo que el amor apasionado del capitán por Gladys, y que le cuesta la vida, se convierta en algo irrisorio, como es que transforme un parlamento en la canción Solamente una vez, entonada de manera ridícula; es un detalle de humor grueso que no se condice con la intención del montaje. Tampoco entiendo que la escena de la danza de Dancalia que extasía a Gladys se dé ante una tabla de planchar, porque, aunque se desee acentuar la cotidianeidad de su vida y de los mimos de que la esclava es objeto, no entra en el carácter y la imagen de la soberbia mujer la realización de un quehacer doméstico.

Es posible que con el tiempo la idea de Ludwig Margules de escenificar con alumnos y ex alumnos del Foro Teatro Contemporáneo, pudiera cuajar en una compañía estable con sede en el propio Foro y con la que se pudieran montar obras de cámara, lo que sería muy deseable como una alternativa teatral más en nuestros escenarios.