La Jornada viernes 24 de diciembre de 1999

Horacio Labastida
La grandeza de China

El reingreso de Macao a China es un hecho histórico que provoca de inmediato la percepción de grandeza espiritual en un pueblo que por milenios fue subyugado, primero por las elites dinásticas que emergieron en el año 2000 aC, cuando el legendario reino Hsia apareció en las cercanías del impetuoso río Amarillo, y en segundo lugar en el ocaso de la dinastía Ching, principios de nuestra centuria, al verse repartida entre los poderes industriales y occidentales de la época --Inglaterra, Japón, Francia, Alemania y Estados Unidos--, decididos a expoliar al máximo los mejores recursos económicos y la fuerza de trabajo que representaban más de 500 millones de nativos, es decir, un buen porcentaje de la población mundial, subyugación convenencieramente aceptada por los gobiernos manchúes.

La crueldad de ese avasallamiento se aprecia en toda su magnitud si descorremos los tenebrosos telones del escenario de la Guerra del Opio. El comercio con Inglaterra era terriblemente desfavorable a este país, porque sus productos no tenían demanda significativa en el interior de los mercados sínicos; los tradicionales consumos generados por el sistema asiático de producción y otros modos de vida, habían determinado una autosuficiencia impenetrable a los bienes extranjeros; en cambio, las aristocracias y los millonarios europeos gozaban enormes cantidades de sedas, porcelanas y otras maravillas elaboradas en la patria de Confucio. ƑCómo resolver el desequilibrio de una cuenta comercial tan negativa a las arcas de la vieja Albión? No se sabe quién lo aconsejó, aunque lo cierto es que valiéndose de sus cañoneras y ejércitos bien disciplinados y preparados, las fuerzas de la reina Victoria acarrearon toneladas de opio desde la India a Hong Kong y otros puertos de China, a fin de drogar a las gentes y obtener estratosféricas fortunas; fue entonces (1840), el principio de la penetración capitalista que descubrió, al lado de la drogadicción, otras fuentes de acaudalamientos ilimitados. En el siguiente medio siglo asentáronse en las mejores tierras del Antiguo Oriente las compañías encargadas de un comercio que agregaba nuevas formas de miseria a las pobrezas, no pocas, implantadas por las noblezas dinásticas. En los siguientes 50 años, China se vio convertida paulatinamente en una sociedad semicolonial y semifeudal, agregada a las antiguas colonialidades que españoles y portugueses edificaron en el siglo XVI. Precisamente Macao, ubicada a la izquierda del río Cantón, data de 1557 y simbolizó desde entonces la opresión que se extendería sobre el país tres siglos adelante, en pleno desarrollo de los monopolios industriales.

Pero el statu quo de los señores del dinero y de las armas comenzó a quebrantarse en 1911 y estalló con el movimiento del 4 de mayo (1919), al izarse la bandera de lo que es la República Popular encabezada por Mao Tse Tung (1949), institución esta que recogió y encaminó en la dirección correcta los ímpetus libertarios del Reino Celestial Taiping (1851-64), de la insubordinación Yijetuan (1900) y del republicanismo liberal de Sun Yat-sen, cuyas energías no pudieron vencer la enhebración de los poderes externos y el feudalismo interior. El siguiente decenio fue la resplandeciente aurora que sacudió a China de la subyugación. En la fase inicial cayó el nazifascismo japonés, y luego, casi inmediatamente, Chang Kai-chek y sus patrocinadores estadunidenses, ahuyentados por el Ejército Rojo. Los traidores se trasladaron a Taiwan y en esta isla, convertida en un amenazante destroyer antichino, se perpetúa la tiranía occidental que en Macao cerró el penúltimo capítulo.

Ni el lamentable fracaso de la Revolución Cultural, que Mao ideó para armonizar la conciencia china a los cambios del socialismo, ni los riesgosos ajustes del nuevo maridaje occidental con el reformismo de Deng Xiaoping y Jiang Zemin, a partir de 1978, ocultan la grandeza libertaria de China, según lo acredita la trascendental reincorporación de Macao a su antigua cuna.