Ť Angela Rosa Meza sigue huellas, toca puertas...


Los niños de Operación Cóndor; adultos en busca de su identidad

Ť "Los archivos del horror", laberinto de muerte y tormentos

Stella Calloni Ť Quizá en esta Navidad, Angela Rosa Meza, una joven paraguaya de 25 años, pueda imaginar o mirar en una vieja fotografía, el rostro de su madre, María Rosa Aguirre, quien murió a los 20 años, al darla a luz, en la soledad del hospital policial de Asunción, el 31 de octubre de 1974, cuando los médicos festejaban el fin de año y la joven prisionera no resistió los tormentos que había sufrido en dos países; Uruguay y Paraguay, adonde la entregaron sus captores uruguayos en ese año.

Y si es posible , y el gobierno de Julio María Sanguinetti la ayudara, podría también conocer al menos en fotografía a quien fue su padre, un dirigente o militante Tupamaro, o sindicalista asesinado cerca de Montevideo, después de ser detenido con su compañera embarazada.

Hace tiempo y prácticamente desde la conmoción causada por el descubrimiento de los Archivos del Horror en Asunción el 22 de diciembre de 1992, la joven comenzó a seguir cada una de las historias de ese laberinto de muerte y tormentos. Hasta entonces era una empleada pública, hija de un policía que se había retirado ya en 1970, aunque muy lejanamente, siendo una niña, escuchó en la escuela una frase que nunca olvidó, que no era hija de sus aparentes padres. Por un lado estaba ella y por el otro Martín Almada, descubridor de los archivos y obsesionado, entre otras cosas, por saber qué había sucedido con la niña que nació la noche de ese 31 de diciembre en el hospital policial Rigoberto Caballero.

Y esta es también otra de las historias de la obsesión por la verdad que puede comenzar a cerrar Almada, cuya obstinación lo llevó hasta aquel edificio policial nuevo en Lambare, un barrio de Asunción, la capital de Paraguay, donde se encontraron los archivos.

Desde los primeros tiempos de este descubrimiento, Almada tenía entre sus prioridades encontrar algún rastro de esa niña. "Un compañero que compartió la prisión con nosotros, y que luego de ser torturado en el departamento de Investigaciones quedó tan grave que se lo llevaron al hospital Policial, al regresar de ahí venía muy impresionado por una joven, María Rosa Aguirre, que había sido entregada desde Uruguay a la policía strossnista, ya en el contexto de lo que luego sería la Operación Cóndor".

Historia de torturas

María Rosa tenía 20 años cuando se le vio embarazada y con la razón semiperdida "por las torturas a que fue sometida en una casa cerca de la calle Chile" y se sabía, en esas historias que se iban narrando de celda en celda en una red solidaria, que había sido entregada por los militares o policías uruguayos a sus pares de Paraguay. Lo terrible es que la obligaban a lavar los cadáveres de los que morían víctimas de la tortura y ahí, en ese mismo laberinto de terrores, un 31 de diciembre tuvo a su niña, sin atención médica alguna y murió.

"Hasta ahí ųdice Almadaų sabíamos que la niña fue entregada a unas monjas", y desde entonces le fue difícil dejar de pensar qué había sucedido con el bebé. "Ni siquiera pude dejar de recordarlo cuando estaba ya lejos en el exilio, al que llegué por la solidaridad internacional".

Siete años después del descubrimiento de los archivos una joven de modales suaves, pero carácter firme llamada Angela Rosa Meza se le acercó pidiéndole mucha discreción. No quería herir a su padre adoptivo que seis años atrás le había confesado la verdad y la impulsó a buscar su verdadera identidad. Meza ųdiceų ya estaba retirado cuando las monjas de la casa cuna le dijeron que habían abandonado a una niña en la puerta de esa institución. No lo dudó y la llevó en adopción, y en el hospital policial adonde se atendían ambos fraguaron los papeles.

"A partir de que mi padre me dijo la verdad (la madre adoptiva murió hace poco tiempo) leía todo lo que decía Martín Almada", dice Angela Rosa en un reportaje reciente. Hablando en Asunción con Darío Pignotti, de Página 12, Angela Rosa, quien pidió apoyo sicológico para comenzar su camino hacia la verdad intuida y que no quiere que dañen a su padre adoptivo porque la impulsó en esto "a pesar de lo que podría sucederle", se acercó a Almada. Durante un tiempo hubo mucho silencio y discreción. Había que preservar a esta joven de la extrema publicidad, y de una posible decepción. Ahora ya sabe que su madre fue una dirigente estudiantil y también que su familia era de Yuti, adonde irá algún día para saber mucho más. Y también piensa viajar a Uruguay, y como el joven Leonardo Benito Peña, que vino a Buenos Aires a buscar las huellas de su padre boliviano y su madre paraguaya, que en realidad era argentina, Angela Rosa comenzará ese camino, seguirá las huellas, tocará las puertas que sus padres tocaron. Sabrá también, si logra que los gobiernos de Uruguay y Paraguay entiendan que deben responder y ayudar, porque las leyes locales y universales así lo exigen, cómo fue el final del padre.

Dice con doloroso orgullo que su madre le pareció una persona fuerte y valiente, por todo lo que creyó y lo que vivió, pero fundamentalmente por luchar por sus ideales.

Angela y Leonardo son los niños del Cóndor, el espejo doloroso de lo que fue aquella Operación criminal. Aunque sus circunstancias son distintas, son las víctimas y el dedo que señala, la mirada que exije justicia al mundo. Ellos cruzarán una y otra vez las fronteras ayudados por la solidaridad y por ahí pueden encontrar a muchos abuelos que buscan a sus nietos, a padres que buscan a sus hijos y que demandan justicia ya, porque el tiempo que pasa sin la verdad, el tiempo de "Noche y niebla" como decían los nazis en otro tiempo, es la prolongación de un tiempo sin piedad, de "terrores sobre terrores ųque como dice Almadaų debe terminar si se quiere de verdad comenzar a andar en democracia".

En Uruguay ella ahora estará junto a Juan Gelman, el poeta que busca a su nieto o nieta con un mismo reclamo y una misma cansada y dolorosa esperanza, que nadie puede defraudar. "Apenas hemos asomado a la verdad, pero faltan años para llegar a la luz, para seguir huellas de los miles de desaparecidos". Martín Almada lo dice con la absoluta seguridad de que si existen familiares y víctimas dispuestos a no abandonar su búsqueda de justicia, "la luz se hará sobre el dolor".

El pasado 15 de diciembre Angela Rosa y Almada estuvieron juntos frente a la verdad. En una cárcel cercana, con innumerables ventajas y hasta ųse diceų salidas nocturnas, el jefe de la policía política del ex dictador Alfredo Stroessner, Pastor Milciades Coronel, aún no ha sido condenado. El fue precisamente quien recibió a María Rosa Aguirre, aún no se sabe que día, ni por dónde llegó esa muchacha aterrada, seguramente. Hace seis años Martín Almada hizo un llamado nacional e internacional a fin de localizar a la hija de María Rosa Aguirre. Y en un lugar de Asunción un ex comisario paraguayo a quien una monja le entregó una niña recién nacida le dio un periódico una mañana, con rostro resignado, y le dijo: "Aquí está tu verdadera historia, Almada, dijo la verdad, tome y lea el diario".

Pero ella esperó, pensó que ese hombre y esa mujer que durante tantos años fueron sus padres podían ir a la cárcel. Y dio los pasos cuando consultó con sicólogos, jueces y tuvo "la bendición" de su padre adoptivo.

En Argentina, las Abuelas de Plaza de Mayo toman en cuenta cuál fue la circunstancia de la adopción. Y entonces actúan con extrema justicia. Este es el primer caso de hallazgo en Paraguay de una criatura víctima de la Operación Cóndor, destacó Martin Almada, y es el mejor homenaje que podemos ofrecer al recordar el 51 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y el séptimo aniversario del descubrimiento de los Archivos Secretos de la Policía Política del ex dictador paraguayo, Alfredo Stroessner", ese 22 de diciembre de 1992 que el Congreso paraguayo llama ahora "el día de la dignidad nacional".