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México, D.F. domingo 26 de diciembre de 1999
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RUSIA, EL ENFERMO DEL G-8

SOL Por mucho tiempo, quienes seguían la política internacional consideraron al Imperio Turco de antes de la Primera Guerra Mundial ''el enfermo de Europa'', o sea el Estado cuyo debilitamiento y putrefacción comprometía el equilibrio entre sus vecinos. Rusia, en este comienzo de un nuevo siglo, parece desempeñar ahora ese papel en el Grupo de los Siete, que la incorporó con la intención de reforzarse pero que, ahora, ve con inquietud lo que hace en Moscú la camarilla que rodea al presidente Boris Yeltsin.

Es cierto que las recientes elecciones parlamentarias dieron un poco de esperanzas a los observadores, que creyeron ver en ellas una reafirmación del primer ministro Vladimir Putin, la estrella ascendente de la nomenklatura yeltsiniana, que en las próximas elecciones presidenciales quizás podría asegurar el relevo del ocupante del Kremlin. Pero este ex espía y dirigente del KGB, desconocido hasta hace poco por los rusos, adquirió súbita popularidad gracias al fuerte reflejo nacionalista-chovinista estimulado por la guerra en Chechenia (que despertó en los rusos una falsa sensación de potencia y amortiguó las humillaciones sufridas en la guerra en Afganistán, en la impotencia cuando la guerra de la OTAN contra Yugoslavia o en la sumisión a las políticas occidentales). Esa guerra, por otra parte estimulada y apoyada con todas sus fuerzas por el entorno mafioso de Yeltsin y, en particular, los zares del petróleo y del gas que controlan también los medios de información y comunicación, fue la base de la creación de un bloque de intereses que llevó a inventar el partido del Kremlin, Unidad.

Pero ahora, la toma de Grozny, la capital chechena, permite prever que la fase de las hostilidades militares abiertas podría ser reemplazada por una desgastante guerra contra bandas irregulares, la cual sería muy probablemente mucho más costosa en hombres y prestigio para el ejército ruso, sin hablar de sus efectos sobre la popularidad de los políticos oficialistas. Quién sabe, además, si la oposición comunista ųen el caso de que la victoria en Chechenia de las armas rusas se lo permitieraų no reducirá su nacionalismo y belicismo que tanto favorecieron a Putin, sobre todo teniendo que derrotar a éste en las próximas elecciones presidenciales. Es igualmente muy improbable que los aliados de Rusia en el G-8 mantengan permanentemente su actitud sumamente cauta ųpor decir lo menosų ante el caso checheno, aunque mas no fuera para tratar de demostrar alguna coherencia con la posición que trabajosamente adoptaron en el de Kosovo.

Por otra parte, Boris Yeltsin es un hombre muy enfermo y las encuestas realizadas entre sus conciudadanos lo colocan junto con José Stalin como el peor gobernante ruso de este siglo, hecho que habla por sí mismo. Eso hace que quienes aspiran a ser sus continuadores no puedan ni siquiera asumir abiertamente su herencia y, por el contrario, deban tratar de diferenciarse del inválido que ''dirige'' arbitrariamente a Rusia, el Enfermo del G8.

La aventura de Chechenia rindió sus frutos políticos en lo inmediato, pero podría revertirse contra sus ideadores y aprovechadores que, como todo el mundo oficial ruso, hacen sólo maniobras a corto plazo, dictadas por la conservación del poder, pero carecen de proyecto y de estrategia. Si la guerra ''votó'' por ellos, la paz o una semipaz podrían reducir sus efímeras y frágiles bases.


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