José Cueli
Toros, no borregos, de Huichapan
Los toros enviados a la México, el domingo pasado por Rodrigo Aguirre y los de ayer, por Adolfo Lugo Verduzco, nos hablan de un retorno al toro, con edad, trapío, leña y casta y no el novillo mensón y parado, que ha salido toda la temporada. Lo que interesa al fanático cabal, no al neoaficionado de corrida divertidita no es de ninguna manera el borrego sin cuerna y sin malas ideas, picado brutalmente, sino el toro tira cornadas, difícil, que promueve la emoción en el ruedo, como los de Huichapan.
Interesa a su vez, su garbo, su expresividad en la mirada agresiva, agilidad basada en músculos desgrasados y entrenados en la ganadería que les dan en su galopar la tonada en la música que permite faenas de cante grande. Retorno al toro, pero sin abandonar ninguna de las conquistas del toreo artístico actual, para el que se requiere un oficio que da torear toros cinqueños, no borregos de dos y a lo máximo tres años y que no tuvieron los toreros El Zapata, Rafael Ortega y Uceda Leal.
Lo novedoso en el toreo en la hora actual será el regreso al toro cinqueño aquí y en España y el resto del mundo taurino. Un toro bien graneado, obligado a largas caminatas y la depuración de la suerte de varas, la suerte suprema del toreo que permita valorar la bravura de los toros y no como se insiste, la bobaliconería de los mismos, rescrita como nobleza.
Es el toro el personaje central en la fiesta brava. El toro a punto de desaparecer que algunos pretendieron cambiarlo por un torito fabricado en la industria taurina, dejando de lado la difícil crianza de los toros en el campo bravo. El toro bravo en las varas, no es un capricho generacional, sino una sugestiva interconexión entre dos generaciones. Bien que surja el toreo poesía con cante grande, natural y los pies clavados en la arena. Pero bien, a su vez, que sea realizado a toros con barbas, bigotes y raza como los de Huichapan y no a los chivos descastados, amaestrados, sospechosos de afeitado.
La gran novedad del serial con que termina el siglo fueron los toros de Lugo Verduzco que se tornaron los amos del redondel, sin que hubiera cuadrillas que los torearan y les pararan las patas. Los toreros no saben, nunca lo aprendieron, torear toros de cinco años. Toros que en su sangre traen el demonio y son la representación en sus pitones de los instintos, las fuerzas brutales, incontrolados de la naturaleza, en busca de toreros jóvenes que artísticamente transformen en belleza el dominio de esas endemoniadas embestidas. Lo dicho, los toros de Lugo Verduzco fueron los triunfadores y Rafael Ortega, todo valor, en el hospital muy delicado.