Bernardo Barranco
Para entender el gran Jubileo del año 2000
El Jubileo del año 2000 es uno de los acontecimientos más relevantes en este fin de siglo. Para la tradición cristiana es una oportunidad de purificación y renovación espiritual. Significa arrepentirse de los errores, de los actos de injusticia y abuso cometidos los unos contra los otros; el Jubileo es una vieja iniciativa en la memoria judía que ofrece a la comunidad recomenzar una vida nueva.
El papa Juan Pablo II ha decidido recordarle al mundo que el año 2000 es, ante todo, el aniversario de la cristiandad. Por tanto, para la catolicidad el próximo Jubileo asume un significado especial porque abre el tercer milenio, proclamando su deseo de orientar a la modernidad occidental en crisis. El Papa expresa el deseo de dialogar ampliamente con otras religiones, cristianas y no cristianas, con otras culturas, con la modernidad secular, y particularmente asume como propios los reclamos de los pobres y excluidos de la globalización. Su solicitud concreta es la condonación parcial o total de la deuda externa internacional.
En la carta apostólica, Tertio Millennio Adveniente, en la cual el Papa convoca a la preparación del Gran Jubileo 2000, se lee que el Antiguo Testamento registra el Jubileo como un tiempo dedicado de modo particular a Dios. Se celebraba cada siete años; según la ley de Moisés, era el año sabático durante el cual se dejaba reposar la tierra y se liberaba a los esclavos. Esta liberación estaba detallada por la legislación bíblica. En el año sabático, además de la liberación de esclavos, la ley proveía el perdón y la remisión de todas las deudas. Todo esto debía hacerse en honor a Dios.
El cardenal Roger Etchegaray, organizador del acto que se inicia en la noche de Navidad de 1999 y concluye el 6 de enero de 2001, establece que esta iniciativa "busca ir a los orígenes de los tiempos bíblicos en los que Dios había solicitado a su pueblo elegido de rencontrar la igualdad de todos los hombres. El Jubileo es, pues, la oportunidad de conversión social e interior no sólo de las comunidades de creyentes, sino de la propia Iglesia. Por ello, el Jubileo significa la alegría; es el júbilo que toma al hombre todo entero, en cuerpo y alma, en la carne y el espíritu".
El primer Jubileo cristiano se retoma en 1300. Fue todo un éxito de fervor y peregrinaje. El historiador francés George Dubby nos narra en su libro, El año mil, la anarquía apocalíptica en que caen las sociedades medievales de 950 a 1250. El contexto es de pánico, el universo romano no acababa de derrumbarse totalmente, la influencia islámica se acrecentaba con fuerza beligerante y militar, sobre todo en el Mediterráneo. El cristianismo se dividía en dos grandes tradiciones, la romana y la bizantina ortodoxa de oriente. Los terrores y arquetipos del fin de milenio eran congruentes con un mundo dividido por varios imperios y el azote de las pestes que mataba a poblaciones enteras.
Este Jubileo de 1300 exhorta al perdón de los pecados, a la reconciliación y a la conversión de una cultura medieval en desgracia y pone fin a una época de terror, replanteando una nueva etapa. La Iglesia católica se había venido preparando desde hace cinco años. Aquí se inscriben los sínodos de América, Africa, Asia, Oceanía y el de Europa, recién celebrado en octubre pasado.
Para ganar mayor autoridad, el propio pontífice ha venido pidiendo perdón a los indígenas por los excesos en la conquista europea; a las mujeres, por la postergación social y religiosa a que han sido sometidas; a los científicos, por la cerrazón que la Iglesia ha tenido, ejemplificado en el caso Galileo; y a los judíos, por las tibiezas y omisiones frente a la masacre nazi.
Roma y Jerusalén se convertirán en los centros de peregrinaje durante el calendario jubilar. Cada semana habrá diferentes actividades y temas. Se espera en la ciudad eterna el arribo de 30 millones de peregrinos. Roma estará a reventar durante las Jornadas de Juventud --agosto de 2000--, a las que asistirán cerca de 2 millones de adolescentes. En la Bula convocatoria del Gran Jubileo 2000, el Papa confirma su reclamo: "se ha de crear una nueva cultura de solidaridad y cooperación internacionales, en la que todos --especialmente los países ricos y el sector privado-- asuman su responsabilidad en un modelo de economía al servicio de cada persona". Todos los símbolos, las palabras y las solemnidades del Gran Jubileo 2000 son impecables. Todo muy bien. Pero cuando uno baja a la realidad cotidiana y ve las declaraciones de Luis Reynoso, obispo de Cuernavaca, que ofrece las indulgencias a los hermanos Salinas de Gortari, cae en cuenta sobre la distancia que hay entre la palabra y la práctica. Aquí los creyentes deberían solicitar a la jerarquía que pida perdón a los pobres y excluidos por la tibieza, la poca sensibilidad y la tentación latente por el poder de una Iglesia como la mexicana, que no acaba de ubicarse desde la perspectiva pastoral. Bien harían los obispos de aplicarse una dosis extra de espíritu jubilar.