GUATEMALA: SIGNOS FUNESTOS
En las elecciones presidenciales en Guatemala entre la abstención (62.46 por ciento), el voto en blanco (3.76 por ciento) y el anulado (2.77 por ciento) se llega a 69 por ciento del electorado. Si de la minoría que votó (30 por ciento, aproximadamente) se descuenta el casi 40 por ciento (en realidad equivalente a 12 por ciento del electorado) que lo hizo por Oscar Berger, del Partido de Avanzada Nacional, encontramos que Alfonso Portillo Cabrera, el ganador y próximo presidente, cuenta con el apoyo de menos de un quinto de los guatemaltecos y con la oposición activa o pasiva del resto.
Esta situación sumamente frágil sería grave en cualquier país, pero lo es más aún en Guatemala, donde las heridas de la larga y cruenta guerra del ejército contra una parte importante de la población todavía no se han cerrado y donde sigue vigente un fuerte apoyo a la extrema derecha, que se expresó, entre otras manifestaciones, en el apoyo mayoritario a la negativa a incorporar a la Constitución, en el reciente referéndum, las garantías sociales firmadas solemnemente y en presencia de altos representantes extranjeros que actuaban en calidad de testigos, en los acuerdos de pacificación entre las guerrillas y el gobierno guatemalteco.
Alfonso Portillo Cabrera, ex militante del Ejército Guerrillero de los Pobres, después ex secretario general adjunto de la Democracia Cristiana, pertenece actualmente al Frente Republicano Guatemalteco, cuyo secretario general es el ex dictador Efraín Ríos Montt. Este no sólo es uno de los represores más terribles que conoció la martirizada Guatemala, donde los tiranos sanguinarios desgraciadamente han abundado, sino que también es gurú de una secta religiosa seudoprotestante, lo cual le confiere un poder particular sobre una base fiel y acrítica. Las declaraciones del nuevo primer mandatario, que agradece a Dios "por la fe que le ha manifestado", muy raras en la boca de un cristiano o incluso democristiano, lo identifican sin embargo con la mentalidad de su padrino político actual.
Aunque Portillo, por consiguiente, diga pertenecer a una mal definida "izquierda democrática", su relación con Efraín Ríos Montt y la confesión pública de su carácter violento (declaró en plena campaña electoral, para lograr más votos, que en 1982 en un pleito de cantina en Chilpancingo, Guerrero, había matado a dos estudiantes mexicanos) hacen suponer que Guatemala padecerá otro gobierno represivo, quizás con ribetes populacheros nacionalistas de derecha.
El pueblo mexicano, cuya opinión ayudó poderosamente la firma de la paz en Guatemala, que puso fin a 36 años de matanzas y que ha dado hospitalidad fraterna a tantos refugiados guatemaltecos, comenzando por la premio Nobel Rigoberta Menchú, cuya familia fue victimada por los militares de sus país, entre ellos, Ríos Montt, debe mantener una actitud vigilante destinada a salvaguardar la paz y los derechos humanos al sur de su frontera.
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