La Jornada martes 28 de diciembre de 1999

Ugo Pipitone
Fin de ciclo

Esto es lo que uno quisiera, y esto, en cierta medida, es. Quiero decir, fin de ciclo. Mescolanza de temores y deseos. De tentaciones de retroceso y búsqueda, en el cuerpo del nuevo tiempo que ya vivimos. Confesaré algunas de mis resistencias. Hace apenas pocos años descubrí las cajas automáticas. Y no quiero decir que fuera algo comparable a la luz que ciega e ilumina a San Pablo, pero me simplificó la vida. Deben de haber pasado unos diez años entre la aparición de estos armatostes urbanos y mi descubrimiento de su utilidad. Dudo seriamente que mi retardo sea motivo de orgullo para aquéllos que pretenden vivir el presente. El camino a la computadora fue similar: miradas de lejos cargadas de indiferencia fingida que fueron superadas después --probablemente porque una mano laica me impide aumentar la masa de mis vergüenzas-- con una frecuentación que se reveló inmediatamente fructífera. En cantidad; sobre la calidad, sepa Dios. Moraleja: otra cosa que me simplifica la existencia y mejora mi capacidad de trabajo, la descubrí entre resistencias dignas de causas mejores.

Y no quiero ni mencionar que acabo de descubrir que el café descafeinado, que tomo desde hace años para cuidarme el estómago, sólo evita añadir cafeína a los circuitos cerebrales, pero en el estómago produce los mismos efectos que el otro. Lo que quiero decir es obvio: los retardos hacen daño. A uno y a muchos.

Es posible que este cambio de milenio no aporte, por el solo hecho cronológico --que, por cierto, nos recuerda un dominio cristiano antiguo--, nada original. Pero, no obstante mi frío laicismo, no estaría seguro. ƑQué es lo nuevo que puede venir? Movimientos de desesperados y radicalización de un contraste antagónico entre el tiempo histórico y sus víctimas. Nuevos avances tecnológicos, que simplificarán la vida a la aristocracia del mundo y le permitirán trabajar menos y producir más. O incluso, el surgimiento de una agenda mundial construida en dos puntos: el empleo como derecho social y una política de apoyo a los países más pobres del planeta.

Hagamos un balance: la primera novedad es indeseable. La segunda es deseable y la tercera es lo mejor que nos puede ocurrir. Hacia esa perspectiva hay que apuntar. Mientras cada país hace limpieza y se plantea el problema de construir un empalme mucho mejor que el actual entre crecimiento y empleo, los acuerdos mundiales podrían crear las condiciones para que el margen de acción de cada país para aumentar el empleo se amplifique y abra la posibilidad a la experimentación que necesitamos.

Por eso, insisto machaconamente en decir que la globalización es nuestra mayor oportunidad en mucho tiempo. Hay que usar sus posibilidades a favor de un mundo menos fragmentado. Y eso requiere, como siempre, una mezcla esencial de movilización y de ideas. Estoy obligado a la esperanza, a imaginar una vida mejor, y no puedo sino esperar que --en medio de tantas resistencias-- el mundo que viene puede ser mejor, mucho mejor, que el que dejamos atrás. Hay reformas que cumplir a escala mundial. No podemos seguir poniendo el dólar al centro de las finanzas internacionales, sin obligar a ese país a intentar ser lo que ya no puede ser: el centro hegemónico incontestado del mundo. Necesitamos una reforma del "sistema" monetario internacional. Necesitamos un Plan Marshall para el mundo, que sería un acto de generosidad pero, sobre todo, de lucidez de parte de los "países ricos". Un Plan Marshall que no fuera una receta ideológica, sino un acto de determinación, de parte de todos, a mejorar la existencia y no sólo las cuentas públicas.

Estoy lejos de suponer que esto deba de ocurrir. Sólo digo que es posible. A final de cuentas, el objetivo es mejorar la vida como empresa de convivencia. La política sólo tiene un sentido en esa dirección. En otros, a menudo se extravía.

Tal vez el tránsito de un milenio a otro no sea una fecha cualquiera, sino un momento de aceleración de tensiones globales que requieren un máximo de inteligencia y creatividad.

Un abrazo a todos los que tuvimos la suerte, o la determinación, de llegar hasta aquí.