Cada año, cientos de personas piden limosna en una carretera de SLP
Vivir de la caridad navideña
Jerónimo Arteaga, enviado, Guadalcázar, SLP, 27 de diciembre Ť En el altiplano de San Luis Potosí, sobre la carretera 57 y a lo largo de casi 20 kilómetros, cientos de habitantes de las comunidades de La Noria, Charco Cercado y Charco Blanco piden limosna a la orilla del camino.
Desde hace varios años, a partir de la primer semana de diciembre y hasta el 6 de enero llegan diariamente con la esperanza de que algunos de los "paisanos" que regresan de Estados Unidos a pasar las fiestas navideñas a México se compadezcan de su miseria y les regalen algo de ropa, juguetes o algunas monedas.
Mucha miseria hay en estas tierras, las más pobres de San Luis Potosí. Durante algunos meses la gente trabaja en la pizca de tomate o tallando lechuguilla (una planta de la que se extrae el ixtle) , tarea por la que les pagan 30 o 35 pesos diarios. Pero la cosecha se termina en octubre y entonces, ante la falta de empleo durante fin de año, no tienen otra opción que vivir de la caridad.
En grupos de tres o cuatro personas ųcasi en su totalidad mujeres y niñosų y después de encender una pequeña fogata para aliviarse del frío del desierto, se extienden a lo largo de la interminable recta de la carretera 57. Son cientos: seiscientos, ochocientos, tal vez más. Mientras, sobre el concreto de la autopista los automóviles y camiones pasan como un suspiro a 150 kilómetros por hora. Ocasionalmente alguno disminuye su marcha unos segundos para arrojar alguna bolsa con dos o tres playeras y, si se tiene suerte, con algunas monedas o algún par de viejos zapatos. Pero la mayoría pasa de largo.
La gente vive sin esperanza: "No somos flojos, es que no hay trabajo. Lo que nos den es bueno. No somos flojos" recalcan. "ƑY usted, para qué viene a tomarnos tantas fotos? Deberían traernos una despensita", reclaman. Recuerdan que hace más de un año, cuando el presidente Ernesto Zedillo visitó la zona para inaugurar el tramo carretero San Luis-Matehuala ni siquiera los dejaron pasar. "No quisieron que nos viera". Nunca les ha llegado ayuda oficial; cuando la han enviado, en la presidencia municipal la retienen o se las "venden". Esporádicamente algún grupo caritativo de la capital potosina entrega algunas despensas.
"Que ya no hay pobres, ja, ja, ja. Que vengan pacá", dice Casilda Juárez, una habitante de La Noria, cuando es informada de las cifras oficiales. Aquí, las estimaciones de la Secretaría de Desarrollo Social que hablan de la disminución de pobres en el país son simplemente absurdas; aquí, aunque se quiera ser optimista, es imposible creerlas; aquí la realidad de esta gente es otra y muy diferente a la de los funcionarios; aquí los extremadamente pobres son cada vez más pobres y cada vez es mucho mayor el número de ellos.
Por la tarde, cuando el frío arrecia y antes que oscurezca, los pedigüeños comienzan el retorno a sus comunidades. Pocos son los que regresan con algo en las manos, "otros años nos daban más cosas; como que la gente tenía más", dice tristemente una mujer que junto con sus cuatro hijos comienza a caminar por las veredas solitarias e inmensas del altiplano potosino.