Abraham Nuncio
A la izquierda
No dejo de pensar: hoy la izquierda es más necesaria que hace siglo y medio, cuando Marx y Engels publicaron el Manifiesto Comunista. Las razones, me parece, son obvias aun para algunos de los representantes del sistema capitalina, digamos un George Soros --a partir de otros intereses, se entiende-- que ha visto en la especulación global uno de los principales obstáculos para el mantenimiento de un orden económico mundial favorable al desarrollo de la producción.
Pero hay que precisar. Vivimos no la primera, sino la segunda globalización de capital. Sus similitudes: explotación de recursos naturales a bajo costo económico, político y ecológico; aprovechamiento de la fuerza de trabajo barata en ciertas zonas del planeta; extensión transnacional de las inversiones; apertura de mercados; división del trabajo de la que salen perdiendo, en conjunto, los países subdesarrollados; tendencia al monopolio bajo el mismo disfraz: la libertad de comercio. En cuanto a los efectos sociales hay que señalar, básicamente, una mayor concentración y centrali- zación de la riqueza y del poder, y una montañosa desigualdad social.
Sus diferencias son, sin embargo, más significativas: el enorme potencial represivo y bélico en sus manos, y el grado de control tecnológico del espacio y del pensamiento. Los dueños del capital del siglo XIX no disponían de armas sofisticadas, ni de la bolsa electrónica, ni de la computadora, ni del jet, los satélites, la televisión, como los de finales del siglo XX.
El capital, que ululaba en contra de la existencia de organizaciones internacionales de los trabajadores y de la izquierda partidaria, hoy ha configurado una red múltiple de internacionales para asegurar la vigencia de su orden.
Contra ese orden que ha partido en dos a la sociedad mundial; pobres y ricos y globales (quienes tienen la capacidad de mover la riqueza de un país a otro en cuestión de segundos) y locales (quienes sufren las consecuencias de esos movimientos), la historia de la última década del siglo ha registrado movimientos cuyos efectos sobrevolaron con mucho el perímetro donde se produjeron ųChiapas o Seattle. Esos movimientos han sido inspirados en la izquierda.
En México, la izquierda académica, partidaria o que se mueve en el cada vez más extenso territorio de la opinión y de las ONG tardó mucho tiempo en reponerse de lo que significó para sus luchas la desarticulación de la URSS. Ahora parece desentumecerse. La reunión que tuvo lugar en Puebla, convocada por Enrique Semo, la celebración del octogésimo aniversario de la fundación del Partido Comunista Mexicano, que coincidió con el duelo por el fallecimiento de Valentín Campa, símbolo indudable de la izquierda combativa, coherente y honesta, y la Comida de la Izquierda (s/secta), a la que invitó Marcos Rascón, son manifestaciones diferentes de movimientos como el EZLN o la huelga universitaria, pero del mismo signo. Lo que representa el PRD como proyecto --no así en muchas de sus prácticas que lo desvirtúan-- forma parte de esa reanimación. Sólo con propósitos manipulatorios se podría poner a unas y otras manifestaciones en el mismo saco. Pero responden, sí, a una actitud de resistencia ante los embates del capital contra media humanidad. Suena retórico; desafortunadamente no lo es.
Ante la oleada derechista que se ve venir, originada en la propia Casa Blanca después de la derrota de Seattle, es urgente que la izquierda cobre conciencia plena de su valor social y su importancia como fuerza opuesta a todo aquello que significa menoscabo a la vida, la libertad, la justicia, la autonomía, la democracia, y que afirme su identidad mejorando las experiencias del pasado, cuando en ocasiones no supo dar a esos objetivos fundamentales la dimensión que suponen.
En principio tendría que verse a sí misma con más benevolencia, asumir con claridad que el blanco no son sus propias huestes, como con frecuencia de metralleta ha ocurrido una y otra vez en su existencia. En otras palabras: ser s/secta, aprender la tolerancia como parte indispensable de su praxis. Y sobre todo, quererse a sí misma. Por ejemplo: considerar un honor la invitación de un compañero o una compañera, en los términos educados con que Jorge Alcocer aceptó la del candidato del PRI a participar en su campaña. O bien, defender con la fuerza de que se reclama un compromiso moral semejante al que el diputado Ricardo Cantú dijo que su partido, el PT, tiene con el mismo partido oficial.