La Jornada jueves 30 de diciembre de 1999

Sergio Zermeño
El šno! rotundo (Ƒniños sin amor?)

Al término del año y viendo hacia atrás ya no cabe ninguna duda: esta dilatada crisis no sólo ha tenido altísimos costos para la UNAM sino los ha tenido por igual para el gobierno de la ciudad y para el PRD. Ese bastión cardenista que fueron los universitarios desde el 88 se ha visto erosionado severamente y cada provocación, en la embajada o en el periférico, asocia irremediablemente al perredismo, en este año electoral, con la verticalidad, el orden y en el extremo la represión (atributos irrenunciables de la autoridad, que han sido amplificados con perversidad por provocadores y medios de comunicación).

Por esto se ha vuelto una obviedad y entonces la pregunta es otra: Ƒen qué estado se encuentran estos agrupamientos de la sociedad mexicana que permiten que la provocación anide entre ellos y se amplifique? Hace 12 años, en una investigación sobre los chavos banda en la ciudad de México, una hipótesis nos pareció pertinente: su situación de ruptura familiar, de fracaso escolar, de miseria cotidiana... al combinarse con la conmiseración y la mala conciencia de los grupos integrados (y con el morbo de los medios de comunicación al descubrirlos como tema vendible), tendió a reafirmar en ellos una conducta de damnificados: eran dañados por el sistema y el sistema debía pagarles por ello. Parecían tener una convicción: recibieran lo que recibieran no tenían por qué considerarlo como un puente tendido hacia alguna forma de integración, era sólo un pequeño adelanto de lo que se les debía. Cualquier apoyo brindado no se constituía en un punto de confianza sino se convertía en un instrumento de chantaje: "si me lo das es porque te sientes mal, porque sabes que me debes". Lo mismo sucedía en su medio laboral, escolar o familiar. A la vez, sus madres sabían que les debían "un hogar así", "una familia así", y el síndrome del "niño sin amor" se reforzaba. En estas condiciones, entablar puentes de comunicación y de confianza con quienes los excluían, con los integrados, era identificarse con el adversario, con el productor de su desdicha (era romper el motor de su autoestima). Cualquier mediación, cristiana o de otro tipo, alteraría también la matriz de rechazo rotundo, de integración y exclusión, al restablecer confianza y autosuficiencia.

No cabe duda que todo ello estaba inscrito en el ambiente trágico que arrancó con los sismos del 85 y que llevó al movimiento urbano popular, a lo largo de 10 años, a una legítima lucha de damnificados. El hecho es que la matriz del damnificado hizo crisis al subir el gobierno de Cuauhtémoc pues, según esto, debiendo haber actuado incondicionalmente de su parte, salió con que tenía que gobernar para todos y que los proyectos populares deberían coexistir y hasta financiarse (debido al déficit presupuestal), con inversiones inmobiliarias privadas y otras "transacciones" de ese tipo.

Ahora bien, justo a la mitad de los noventa se desencadenó la rebeldía de los más damnificados: el indigenismo zapatista decretaba un šya basta! por la fuerza de las armas y un inapelable šno rotundo! ante cualquier mediación que pudiera verse como negociación (exceptuada la entelequia de la sociedad civil). Aparece entonces la figura del damnificado no defensivo, sino intransigente, con orgullo y dignidad. Sin embargo, ese suceso magnífico y de redención de los dañados, de los impotentes, se convierte en el más duro revés para la confianza de los mexicanos: en la evidencia de que los acuerdos logrados con esa intransigencia y ese orgullo no conducen al mejoramiento y al respeto sino al incumplimiento, a la desconfianza, al arrinconamiento militar y político.

Llegamos así a los damnificados del neoliberalismo y la privatización, y el cable se revienta a la altura de la educación superior. El escenario, increíblemente, no opone a unos iluminados cultos contra unos tecnócratas corruptos y entreguistas, sino a una juventud de damnificados que no acepta mediadores y expulsa de la propia academia a quienes portan el saber y a los alumnos con mejores recursos culturales y materiales, estableciendo su lucha, desde el inicio, como la de unos excluidos en medio de la más absoluta desconfianza, sabedores de que cualquier sí, cualquier acuerdo, restablecerá a los integrados como los ocupantes naturales del espacio de la educación superior. Salir de la situación de daño, de indefensión, por la vía de los acuerdos, así se logre la educación gratuita, es caer en el terreno del adversario (los excluidos no excluyen: CCH y CLETA).

Parece comenzar a conformarse con todo esto la aceptación de una derrota: es imposible, colocados en un mismo plano de comunicación y de acuerdos, vencer al poder y a la perversión de los dominantes y de los poderes trasnacionales; sólo se puede construir una identidad desde el exterior, en tanto damnificados, sin mediaciones, sin confiar en nada, como cultura de la resistencia: que no sobresalga ningún líder, que ningún delegado tenga capacidad de decisión. Si esa es la correlación de fuerzas en la UNAM, Ƒcuál irá a ser en el país? Abrimos el siglo sin acuerdos (o traicionando los que firmamos), con la exclusión y la miseria como única certeza: Ƒlistos para el šno! rotundo de los niños sin amor?