La Jornada domingo 2 de enero de 2000

Guillermo Almeyra
La duda y la fe

No me refiero a la duda y a la fe en sentido religioso sino, muy laicamente, a la actitud que debería un adulto ante los salvadores políticos de todo tipo y, en especial, frente a los uniformados que dicen ser paladines del pueblo. Digo esto porque una lectora tomó como una ofensa a Hugo Chávez la comparación (aunque ventajosa) que de él hice con el "socialista" chileno Ricardo Lagos.

Para tratar de aclarar las cosas debo decir que, en primer lugar, comparto la opinión de quien exclamó: "šDesdichados los pueblos que necesitan héroes!", pues, evidentemente, dichos pueblos no han alcanzado la mayoría de edad que les permitiría ser protagonistas de la construcción de su futuro. En segundo lugar, sostengo también que en política la peor tontería es juzgar a la gente por lo que dice que va a hacer.

Ahora bien, ambos defectos abundan entre los seguidores de los caudillos latinoamericanos nacional-populares, sean éstos militares ųcomo Juan Domingo Perón, Rojas Pinilla, Velasco Alvarado, Chávezų o civiles, como Getulio Vargas o Fidel Castro. Para juzgar la sinceridad de sus promesas libertarias, en efecto, no es suficiente con leer sus discursos, sino que hay que ver, antes que nada, cuáles son las estructuras sociales y estatales en las que se apoyan y en cuál medida atribuyen un peso a la gente común: si como masa, base de apoyo, coro, clientela o cualquier otro papel subordinado, o como decisora, creadora, organizadora de un poder autogestido. En una palabra, hay que ver si el modelo de Estado es piramidal, con decisiones que "bajan" hacia el "pueblo", o si, por el contrario, se construye horizontalmente, desde la base.

Que yo sepa, el ejército no es ni puede ser una institución democrática ni la base de un poder democrático, aunque en los países dependientes puede, en ciertos momentos, y a través de su división, como en tiempos de Lázaro Cárdenas, contribuir a crear elementos de democracia, incluso amplios, si eso conviene al fortalecimiento y afirmación del Estado, que es y seguirá siendo capitalista. Su nacionalismo y su verticalismo buscan sustituir, con la fuerza de una fracción militar, la carencia de un sector capitalista emprendedor y moderno y, al mismo tiempo, soldar la unidad nacional con el aglutinante patriótico, para frenar la movilización independiente de los trabajadores que podría amenazar al sistema. Esos gobiernos ųtodos ellos lo demostraronų terminan restringiendo la democracia, apoyándose en partidos que se identifican con el Estado cuando no son únicos, haciendo depender todo de la voluntad o comprensión del líder y, por lo general, virando profundamente a la derecha.

El problema, por lo tanto, no consiste en tener que optar entre la "democracia" pluripartidista del Chile actual o de la Cuba de Prío Socarrás y los caudillos iluminados. Por el contrario, consiste en superar a ambos tipos políticos con una democracia y una institucionalización más amplia. O sea, con los poderes populares; las autonomías de municipios y comunidades realmente libres; la autogestión social generaliza- da, que construya desde abajo un nuevo tejido político y social, un nuevo Estado; no sobre la base del nacionalismo chovinista o patriotero, sino sobre la base de la representación real de la cultura y la voluntad nacionales. De la actitud de espera del salvador, el líder, el Potro (como le decían a Perón en una verdadera actitud de sumisión, incluso sexual), hay que pasar a la construcción activa de conciencia y organizaciones, a la creación de un partido sobre la base de ideas libertarias y de relaciones democráticas e igualitarias.

Aquí llegamos a la duda, después de haber sostenido por qué no se puede descansar en la fe, que conviene dejar a la religión. Démosle el beneficio de la duda a Hugo Chávez, que podría estar convencido de la necesidad de hacer una revolución social contando con el ejército, y adoptemos al menos la actitud pragmática de esperar y observar qué nos depara este nuevo año. Pero también dudemos, aunque no pasiva sino positivamente, y preguntémosnos si lo que propone el poder paternalista es lo mejor o si hay otra opción más favorable a la autogestión y la participación activa de la gente común en la adopción de decisiones. El apoyo mayoritario a una posición referendaria como la nueva Constitución venezolana no basta, por dos razones: porque hay que votar sí o no a lo que propone otro, cuando podría haber una tercera opción, y porque hay que considerar también por qué existe un gran "partido de las abstenciones".

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