Ť Los buenos augurios alcanzaron a pocos; creció la brecha entre pobres y ricos
En 1900, auge de promesas oficiales de modernidad
Josefina Quintero M. Ť El año de 1900 marcó un cambio para la ciudad de México. El art nouveau dictaba el estilo arquitectónico en edificios y monumento a la medida de los sueños afrancesados de un Porfirio Díaz, dispuesto a llegar a su quinta relección.
En aquellos años se levantaron edificios como el Palacio de Comunicaciones, el de Correos, localizado en la México-Tacuba, el Hemiciclo a Juárez, el Hospital General y la Columna de la Independencia.
La noche de festejos que puso fin al siglo XIX había quedado atrás y los capitalinos, atentos a modos y modas europeos, veían con buenos ojos las promesas de modernidad de Díaz.
Los buenos augurios, sin embargo, no alcanzaban a todos. Nacían las colonias Doctores, Obrera, Tabacalera y Cuauhtémoc, en cuyas calles se miraba a aquellos que recibieron por sobrenombre los peladitos, principales clientes de las tepacherías cercanas a la Plaza de Armas. Sus ojos sólo de lejos podían admirar la Casa de los Azulejos, donde se encontraba el Jockey Club, y la cantina El Nivel, frecuentadas por reconocidos personajes de sociedad.
La ciudad crecía cercada por nuevas zonas industriales que muy pronto se poblaron. Así, a la vera de la fábrica de cigarros El Buen Tono nació la Tabacalera, mientras la Obrera tomó su nombre porque en ella se instalaron varias empresas de la Ex Hipódromo de Peralvillo, que se extendió al norte de la zona ferroviaria de Nonoalco y Tlatelolco, a donde llegaban los trabajadores de la colonia de la Bolsa, conocida ahora como la Morelos.
Tepito era el Paso de Peralvillo, distinguida ya entonces por su tradición comercial. Fue en aquella época cuando se construyeron las primeras casas de vecindad, viviendas de un solo cuarto, con patio y baño compartidos, planeadas para 16 habitantes.
En el centro de la ciudad se multiplicaron las actividades burocráticas y mercantiles, que alejaron a los residentes.
La ciudad tenía entonces una población 23 veces menor que la actual, y su geografía se componía de 950 calles y pocas avenidas. En sus 15 plazas y 66 plazuelas, los domingos era común el paso de figuras femeninas de talles ajustados, ataviadas con los modelos del Corte de París, favorita en el gusto de las señoras, residentes de elegantes colonias como Santa María la Ribera y San Rafael. Para los caballeros estaba el teatro de revista, donde las vedettes hacían el disfrute de de propios y extraños.
Las 468 escuelas que había en la ciudad estaban casi vacías, y entre sus pocos alumnos predominaban los hombres.
También fue un tiempo importante para las obras públicas: se drenaron los lagos de Chalco, Xochimilco, Texcoco y Zumpango.
Hace cien años, la construcción del ferrocarril, la promoción de obra pública, el desarrollo industrial y el crecimiento del comercio atrajo grandes inversiones de capital extranjero, sobre todo estadunidense. Pero la brecha entre ricos y pobres era cada vez más grande, en una ciudad maquillada para lucir hacia el exterior.