Rolando Cordera Campos
Para atravesar el desierto
Después de las tristes batallas de diciembre, el Congreso debería pasar a un obligado ejercicio de encierro. El despropósito de llamar a lo que ocurrió en San Lázaro una confrontación de proyectos de nación, no es más que otra muestra de la penuria política que sufre hoy México en el estreno de su democracia.
La torpeza verbal de algunos de los lamentables generales y coroneles de estas poco memorables guerras floridas es suficiente prueba de cargo contra los grupos dirigentes de los grandes partidos nacionales. De los otros, mejor ni acordarse.
Terminado el año, sólo resta desear que lo ocurrido no vuelva a pasar y que los héroes de tanta victoria pírrica hagan un generoso mutis. Para el país, sin embargo, no puede haber receso, porque es mucho el tiempo real que se perdió en unos cuantos meses. Retomar el curso, en medio de las mareas que inevitablemente levantará una sucesión presidencial inédita, debería ser tarea política primordial y prioritaria para todos aquellos que en verdad quieren darle a la democracia una eficacia real y tangible y al desarrollo esquivo una capacidad de distribución de frutos, que se nos perdió hace ya mucho en el camino.
Es claro que para el país, cuando se acerca al milenio, hay muchos propósitos que trazar. Sin embargo, habría que empezar por unos cuantos que abrieran brecha y sirvieran de referencia obligada para el debate nacional y la búsqueda de acuerdos que vayan más allá de la vergonzosa regata que nos ofrecieron los legisladores este diciembre.
Entre deseos y propósitos de nuevo año aquí sugieren algunos que podrían ser de utilidad para una conversación política con ambición constructiva. De eso se trata, o debería tratarse, la política democrática.
No habrá modo de dar pasos en firme si los y las políticas se empeñan en confundir negociación con regateo, y en presentar a la democracia no como el método por excelencia para construir un buen gobierno sino como una arena en la que todo se vale, menos reflexionar en torno a objetivos y medios. Por eso es que hablar de una democracia eficaz no es en vano, sino primordial para redefinir, ahora que todavía se puede, los criterios de evaluación del desempeño político nacional.
En segundo término, habría que traer de nuevo a cuento lo que de plano se dejó en la cuneta en la discusión constitucional sobre la economía: los temas del desarrollo y la distribución de sus frutos. El imaginarse que se vive ya en otra organización económica, debido al hecho de que por primera vez se le enmienda la plana al Presidente y su gobierno, es absurdo y arrogante y pronto va a probarse nocivo, para los grupos políticos, pero también para los agentes de la economía y las finanzas.
Darle un rumbo productivo a la política y un curso de inclusión social y consistencia dinámica al crecimiento de la economía, deberían abrir el año como asignaturas forzosas de todos los partidos que quieran en verdad serlo. Desde ahí se puede desplegar el resto, pero sin abordar lo primero, ya con carácter urgente, lo importante que tiene que ver con el bienestar y la seguridad de todos, seguirá en perpetua posposición, hasta que el ánimo de la gente por hacer una nueva política se desgaste y lo que debía estar para siempre en el pasado se imponga como presente inevadible.
El espectáculo de este fin de año en la Cámara de Diputados puede, si se quiere ser generoso en esta apertura del año 2000, verse todavía como parte del aprendizaje de unos actores, que a pesar de sus canas y abdómenes se han mostrado novatos y poco diestros. Pero la paciencia ciudadana tiene sus límites y a veces simplemente se agota y no avisa.