José Antonio Rojas Nieto
Retos económicos del año 2000
Al menos desde hace tres años, el debate sobre el presupuesto resulta aleccionador. Hay indicios de que las cosas no sólo pueden ser distintas, sino mejor. Sin embargo, so riesgo de ser complacientes, no podemos pensar que un año formalmente nuevo sólo por eso nos permitirá mejorar. Requerimos aguzar el ingenio, depurar el análisis, sustentar la crítica y, sin duda, afinar nuestra actuación. La aventura de la aprobación de la Ley de Ingresos y del Presupuesto de Egresos ha sido una experiencia muy importante, pero sigue mostrando su radical insuficiencia si no va acompañada de una referencia estratégica continua sobre el futuro de nuestra vida económica y social. No es asunto menor --de veras-- este ejercicio parlamentario, no lo podemos despreciar, menos aún cuando, entre otras cosas, se han ido clarificando y, evidentemente, corrigiendo, algunos aspectos del diseño y la instrumentación del presupuesto que permitían su manejo discrecional por parte del Ejecutivo. Pero es impostergable obligar a que esta discusión parlamentaria se introduzca en un marco de referencia que nos impida esa complacencia. La discusión y el debate social sobre algunos aspectos de nuestra vida económica actual, resultan fundamentales para ello. En este momento propondría al menos cuatro de ellos.
Uno primero de la mayor importancia es el de la realidad salarial. Un incremento correspondiente a la inflación esperada no es despreciable cuando, efectivamente, esa sea la inflación que haya en la realidad. Pero resulta absolutamente insuficiente para cubrir el rezago --por lo demás terrible-- del ingreso de los trabajadores en este país, que simplemente en este sexenio acumula ya 30 o 40 por ciento real. Por eso, al hablar del salario siempre hay que incorporar el rezago, al menos el sexenal para, de nuevo, no caer en complacencias. Y, sin duda, hablar de la evolución de la productividad del trabajo, pues a pesar de que esta realida está inscrita ya en la medición de la inflación, su explicitación es obligada en la discusión salarial. Los especialistas deberán ayudarnos a ello.
Uno segundo es de la realidad ocupacional. Hablar de una baja tasa de desempleo o de la mejoría relativa que este indicador ha experimentado en el sexenio puede, de nuevo, hacernos caer en la complacencia. Los cambios en la estructura y la composición del empleo manifiestan una incuestionable tendencia a la terciarización del empleo y a la maquilización de la industria, lo que significa --a decir de especialistas en ocupación como Teresa Rendón--, un aumento continuo de la importancia de los micronegocios y, sobre todo, del trabajo marginal de bajo salario y baja calidad, atrás del cual está la feminización y el rejuvenecimiento de la ocupación. Por ello, siempre que se evalúe esta realidad sería preciso restar de la tasa de actividad a los trabajadores marginales.
Un tercer aspecto a considerar para reconocer los retos económicos que tenemos --este año y los siguientes-- es el del rescate bancario. Es urgente replantear en serio y serenamente este asunto, cuyo manejo ha llegado a suponer que el presupuesto público sólo está comprometido con la llamada parte real de los intereses, pues los tenedores de los bonos IPAB -- supone el gobierno que, no se nos olvide, está apunto de terminar su gestión--, sólo reclamará esa parte y nunca su principal. Atrás de esto está la discusión estratégica sobre las formas y mecanismo de financiamiento del desarrollo.
En este marco, un cuarto aspecto que requiere serena reflexión es el del manejo de los ingreso petroleros --que no sólo de los excedentes respecto al precio medio de la mezcla de exportación proyectado en la Ley de Ingresos. Seguimos ayunos de un intenso debate sobre una reforma fiscal realista que, inevitablemente, deberá ser gradual y que necesariamente deberá regresar a Pemex su autosuficiencia y fortaleza financiera. Asuntos tan delicados y frágiles como los de la creciente importación de gas licuado y de gasolinas, tienen tras de sí esta terrible realidad financiera y fiscal de Pemex, que luego de más de 20 años de exportaciones petroleras crecientes, no sólo no ha sido resuelto sino ni siquiera formulado.
Algunos analistas económicos hablan de dos grandes riesgos económicos para el año 2000: el del sobrecalentamiento de la economía mexicana, hecho que, incuestionablemente, se vincula con la marcha de la economía estadunidense. Y el del mayor o menor margen de sobrevaluación del peso que una economía con afluencia creciente de recursos externos puede soportar y tolerar. Estos dos aspectos de carácter más coyuntural, junto con los otros cuatro que muestran realidades más estructurales, debieran ser, entre otros, sometidos a un debate para hacer posible, justamente, no sólo la complacencia de un gobierno que ya se va o de otro próximo a ingresar, sino --peor aún--, la complacencia de una sociedad que independientemente de la formalidad de las fechas, debe exigir que se replanteen las estrategias de desarrollo que, sexenio tras sexenio, han dejado sin solución de fondo varios aspectos centrales de nuestra vida económica y social.