La Jornada martes 4 de enero de 2000

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

La dura realidad confirma que la división artificial del tiempo en unidades anuales o milenarias no es sino un buen pretexto para jolgorios y jaleos.

Por ello, amanecidos en el convencionalismo que da como cierta la falsa idea de que ha nacido un nuevo milenio, los mexicanos pueden ya (pasados los brindis, las vacaciones, los juegos pirotécnicos, la catarata informativa de un mundo enlazado por medio de la televisión como nunca antes) convencerse de que en su difícil circunstancia lo único que ha cambiado es la forma numeral de contabilizar el paso del tiempo: del mil novecientos al dos mil, del noventa y nueve al doble cero.

Lo demás sigue igual: la ofensiva zedillista contra Chiapas avanza en lo material y en lo religioso; en la UNAM continúa el entrampamiento de las sinrazones; Labastida anuncia sin sonrojo una batida de escándalo al interior del PRI contra políticos corruptos; Carlos Salinas sigue al acecho, ahora listo para maniobrar desde tierra mexicana para imponer a sus candidatos a diputados federales y senadores; y Luis Téllez abre la puerta del mercado mexicano a empresas privadas distribuidoras de gas, mientras Rogelio Montemayor Seguy asume la dirección de Pemex con el expediente detrás de las graves irregularidades cometidas en el gobierno de Coahuila...

Nada ha cambiado sino la fecha: Por ejemplo, rumbo a las elecciones presidenciales, el PRI sigue preparándose abiertamente para una imposición memorable el próximo 2 de julio, con todo el apoyo del Estado, con toda la fuerza de los dineros que le son naturales (los del erario y los de los negocios privados hechos al amparo del poder priísta, unos nada más turbios, otros absolutamente sucios), mientras las oposiciones juegan a gastarse las prerrogativas económicas que les han dado como cebo y sobreponen la soberbia parcelaria (sus hogueras de vanidades) a la necesidad de enfrentar con visos reales de éxito a la aplanadora tricolor que se les viene encima.

Echeverriismo con sotana

Y, para quienes creyeron que con la llegada del 2000 podría haber avance automático, vista al futuro y mejoría de pensamiento, el excelentísimo señor arzobispo primado, cardenal Norberto Rivera, hizo girar a toda velocidad las manecillas del reloj en sentido contrario hasta regresarlas a las épocas del macartismo continental, del derechismo diazordacista y de la demagogia echeverrista: en Chiapas, dijo el jefe de la Iglesia católica mexicana, hay "ideologías e intenciones no patrióticas que están moviendo el agua en el sureste mexicano y que nos lastiman a todos".

Pieza estratégica del sistema, miembro privilegiado del poder terreno, jerarca corresponsable de la maniobra de corte priísta con la que se ha impedido a Vera suceder a don Samuel, el cardenal Rivera ha pretendido hacer un elogio de aquél a quien no se le encontraron méritos para ser obispo de San Cristóbal, pero sí de la tranquila capital coahuilense: don Raúl, dijo Rivera, "es un excelente obispo, muy simpático, de muy buena relación y es un verdadero pastor, y creo que los de Saltillo estarán muy alegres y muy contentos".

Tan simpático obispo (debe haber sido su amigable talante el que le abrió ayer la posibilidad de hablar con el Papa en audiencia privada) no pudo, sin embargo, conseguir el beneplácito ni del gobierno federal ni de los segmentos más derechistas de la cúpula católica: ambas fuerzas mexicanas se movieron en El Vaticano para hacer que se rompiera la línea sucesoria trazada desde el momento en el que Vera fue nombrado coadjutor en San Cristóbal, con derecho a relevar a don Samuel.

La treta pudo haber sido copiada de cualquier cuaderno de trabajo de algún delegado priísta de medio pelo: ya que la coadjutoría de Vera le llevaría de manera inmediata a sustituir a Ruiz cuando fuese aceptada la renuncia que éste ya ha presentado desde diciembre al Papa, los operadores del PRI, perdón, de la Iglesia, decidieron nombrar antes a Vera como obispo de Saltillo, dejando así el camino abierto para instalar en San Cristóbal a un personaje más afín a los intereses del zedillismo y el labastidismo (opción ésta, la del envío de Vera a Saltillo, que se advirtió en Astillero a principios de noviembre del año pasado).

De los diez millones de votos a la lucha contra los corruptos

Labastida, por cierto, también le apuesta al pasado: ya que pudo instalar en 1999 la cifra virtual de los diez millones de votos, ahora quiere reverdecer esos lauros teatrales lanzándose a una campaña contra los corruptos de su partido, al demandar a quienes deseen ser candidatos a puestos de elección popular que den a conocer su declaración patrimonial a su partido (pero no a la opinión pública, sino sólo a la directiva del PRI, detallito éste que puede mantener las tales declaraciones en el más profundo de los secretos).

Heroico capitán al mando del timón en medio de la tormenta, don Francisco sabe que tal propuesta puede provocar graves revueltas internas, pero dice estar dispuesto a enfrentarlas. A algunos de sus compañeros, acepta, podría no gustarles la idea simplemente porque no atinarían a explicar el origen de sus recursos.

Esta columna, siempre dispuesta a actuar con sentido propositivo, considera que la temeraria decisión de Labastida podría comenzar por dar ejemplo de congruencia si los primeros en presentar su declaración fuesen los miembros de su equipo de campaña. Varios de ellos gozan de una extendida fama de ser hombres demasiado enriquecidos en sus carreras políticas. También podría hacer una demostración de lucha contra la corrupción si pidiera tal declaración patrimonial a algunos de sus operadores de campaña, como los líderes sectoriales, por ejemplo los cetemistas. Pero, bueno, recuerden todos que lo importante es hacer polvareda, ruido. La consigna labastidista de hoy es: aparenta, que algo queda.

El retorno de los brujos

Mientras tanto, otro ejemplo universal de honestidad en el manejo de los fondos públicos, el cuasi franciscano Carlos Salinas de Gortari, ha decidido que ya es momento de instalarse en México para comenzar a ayudar a que se mantenga la unidad priísta. El 2000 es el año deseado por la familia Salinas para su revancha, para la consolidación de su poder político y económico y para la casi imposible tarea de limpiar su nombre y apellidos. El primer paso será el de impulsar e imponer candidatos a diputaciones federales y senadu-rías. Salinas ha mantenido el control de una parte importante del gobierno federal, y ahora desea hacerse de la mayor porción del reparto del Poder Legislativo que se elegirá dentro de seis meses.

Uno de los hombres del salinismo, Rogelio Montemayor, por cierto, tomó posesión, al iniciar el año, del arca de dinero público más importante de México: Pemex. Lo hizo a pesar de las graves irregularidades que cometió mientras fue gobernador de Coahuila, y aun cuando el desorden que dejó al erario coahuilense fue tal que el secretario de Finanzas que había sido nombrado por el nuevo gobernador, Enrique Martínez y Martínez, apenas duró día y medio en el cargo, al cual renunció asustado por los malos manejos que le heredaban.

ƑCambios, mejoría, avance, sólo por el pasar de las hojas del calendario? No. El curso del proceso político y social de los mexicanos sigue igual. Y muchas cosas hacen temer, inclusive, que el 2000 pueda ser peor que 1999. De cualquier manera, felicidades para todos en este reinicio de Astillero.

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