Ť Los avioncitos de papel llevaban escritos mensajes para los soldados rasos


La "fuerza aérea zapatista" atacó al Ejército en el valle de Amador

Ť Piden a la tropa no defender "al que nos explota, o sea Zedillo y su grupito de ricachones"

Hermann Bellinghausen, enviado, Amador Hernández, Chis., 3 de enero Ť La fuerza aérea zapatista atacó hoy el campamento del Ejército federal con aviones de papel. Unos volaban bien y se internaron derechito en la parte de los dormitorios, oculta por la vegetación y los grandes plásticos negros. Otros fallaron su vuelo y cayeron apenas tras las mallas cortantes.

chis-protesta-zapatistas-5-jpg Las aeronaves, de color blanco y tamaño carta, llevaban escrito un mensaje para las tropas federales que ocupan predios de la comunidad desde hace ya casi cinco meses. No sólo los alambres de la valla son cortantes: "Soldados, nosotros sabemos que por pobreza vendieron su vida y sus almas. Soy pobre también, como millones somos los pobres, pero están peor ustedes, porque están defendiendo al que nos explota, o sea Zedillo y su grupito de ricachones".

La protesta de los indígenas de la región contra la ocupación militar de sus tierras en las orillas de los Montes Azules, diaria, persistente, casi increíble, ha buscado de muchas maneras hacerse oír por las tropas, que parecen existir al otro lado de la barrera del sonido.

Esta tarde intentaron la vía aérea, en cuartillas escritas a máquina, originales y copias carbón, en la prehistoria de las técnicas de reproducción. Hicieron una y otra versión, con sus copias, para parapetar lo más posible su contingente de Kamikazes por escrito. El avión es la bomba:

"Nosotros no vendemos nuestras vidas. Queremos liberar nuestras vidas y las de tus hijos, su vida de sus esposas, su vida de sus hermanos, la vida de sus tíos, la vida de sus papás y sus mamás y la vida de millones de explotados pobres mexicanos, queremos liberar sus vidas también para que no haya soldados que repriman a sus pueblos por órdenes de unos cuantos ladrones".

Avioncitos de papel vs. Carmen de Bizet

Las noches recientes, el campamento militar ha permanecido en alerta. Se oye toda la noche, cada 15 minutos, la voz de "alerta, alerta", entre los soldados.

"Para que no se duerman", opina José, campesino tzeltal que ha pasado las mismas noches en el campamento de los campesinos que vigilan la comunidad de Amador Hernández, y de día se las ingenian para protestar.

Entre los bailes de fin de año y las alertas de los militares, las bases de apoyo del EZLN reunieron en los días pasados a casi 400 campesinos de la región, cuando el número habitual es de 200. Hoy cambian de guardia; son menos, pues no han llegado todos los relevos, pero igual emprenden una caminata alrededor del campamento militar, gritando consignas y arrojando aviones de papel:

"Es muy grande las humillaciones que les hacen a los soldados rasos", prosigue la carta de las comunidades. "Porque, miren en todos los campamentos que tienen ustedes, el mal gobierno y sus altos mandos tienen ahí sus tiendas de raya, es decir los hacen comprar ahí sus mercancías porque de ahí sacan las ganancias, para que de ahí les vuelvan a pagar la vida que tienen vendida".

En otras ocasiones, la tropa del Ejército federal se cubre los ojos o se taparía los oídos, por órdenes superiores, para no atender los reclamos, mensajes o imprecaciones de los indígenas. Hoy, un oficial procura recoger los aviones que cayeron en la primera línea de combate, antes de las barricadas de costales y ramas donde los soldados apuntan, con los cascos puestos.

Al menos ahora no pusieron ópera, como les ha dado por hacer a los militares, que llevan días sonando, tasajeados y distorsionados, algunos fragmentos selectos de Carmen, La Traviata y Guillermo Tell para que nada se oiga.

"Esta parcela no es cuartel, fuera Ejército de él", corean hombres, mujeres y chavitos, en fila india, rondando el campamento en más de 2 hectáreas de terreno. El helipuerto es un erial donde no crece la vegetación, y viene a la memoria aquel Atila, que donde pisaba ya no creía la hierba.

"Alerta, alerta", imita una indígena de pasamontañas a los soldados, y luego pasa a un "alerta que camina el Ejército Zapatista por América Latina".

Un hombre enjuto, de edad imprecisa, con una gorra beisbolera que dice Just do it, comenta el vuelo de las octavillas: "Allí les va una probadita de nuestra fuerza aérea zapatista". No sabe cuántos soldados hay actualmente en el campamento militar que cuida un camino que ya no se va a construir. "ƑAcaso se enseñan?", pregunta a manera de explicación.

El mensaje que quién sabe si los "soldados rasos" llegarán a leer prosigue: "Soldados, despierten ya, abran sus ojos para que miren. La paga de sus almas no se las pagan rápido, Ƒsaben por qué? Claro que no. Pues es porque a sus altos mandos no les conviene que lo sepan. Miren, tardan para pagarles porque su dinero lo meten a los bancos para que les genere ganancias. Imagínense cuántos millones roban por la paga de sus vidas".

Algunas mujeres caminan cargando y amamantando criaturas. Algunos son ancianos. Del lado de la instalación militar, sólo se dejan ver cinco policías militares totalmente pertrechados contra motines (casco, chaleco, escudo de acrílico), así como un fotógrafo y dos camarógrafos de video, con grados de oficial, que no pierden detalle de los campesinos, los estudiantes que los acompañan, y especialmente de los enviados de La Jornada, a quienes dedican considerables cantidades de película y tiempo.

Desde una barricada abierta por la vegetación, el mando del puesto sigue, mediante unos binoculares, las incidencias de la modesta ofensiva de papel contra las posiciones de avanzada del Ejército federal en el Valle de Amador, uno de los vértices de la selva Lacandona.

Melancólicos milenios

Los gorgoritos y las operáticas carcajadas de la partitura de Georges Bizet son, además de marchas militares y música de supermercado, parte de la barrera con que se defienden los soldados.

La melancolía del quinto mes de resistencia, más la melancolía de por sí del año 2000, lleva de pronto a los tzetzaleros encapuchados a guardar un largo silencio que se oye tan fuerte como los gritos.

Un estudiante de la Escuela Nacional de Antropología e Historia se aproxima a la alambrada y le habla al oficial que los videogrababa a pocos metros:

ųƑA quién de ustedes se le salió un balazo hace rato? Hasta allá en el pueblo se escuchó. Tengan cuidado, no vayan a lastimar a alguien.

Pero como todas las demás interpelaciones desde fuera del cerco de malla cortante, la del estudiante queda sin respuesta.

Refiere José que en días pasados acompañaron a los indígenas "un grupo de estudiantes y sociedad civil, pero orita siguen aquí nomás unos cuantos", y me entregan el texto de otro avioncito, que repite seis veces en las páginas la siguiente letanía: "Quiero crear la paz del futuro, quiero tener un hogar sin muros, quiero unos hijos pisando firme, mirando alto, cantando libre, quiero llevar".

ųƑY esto? ųle preguntó.

ųA ver si ese lo leen ųexplica, señalando al campamento de "los ejércitos", mudo y oculto tras las ramas.

Con eso de que ahora el gobierno dice que la historia de México no se mide en años ni en siglos, sino en milenios, Ƒcuántos milenios necesitarán estarse allí los campesinos zapatistas del Valle de Amador Hernández para poder entrar en las cuentas largas de la historia?