Ť Una porción del paraíso; setenta y cinco minutos de caricias en el alma


Fantasía 2000, filme prodigioso que forma y da felicidad al espectador

Ť La intención de Disney, mezclar comedia, ballet, drama, impresionismo, color, sonido y furia épica

Pablo Espinosa Ť El año 2000 inició con un prodigio.

Al mismo tiempo que en 28 capitales del planeta, el uno de enero del último año del siglo XX se estrenó en México uno de los proyectos más ambiciosos y mejor logrados en la historia de la música y el arte de la animación: Fantasía 2000, ese gran proyecto que el señor Walt Disney comenzó en 1940 y que Roy E. Disney, su sobrino, continúa 60 años después con resultados maravillosos.

Desde el primer día de enero es dable ver en Papalote, Museo del Niño, largas filas para adquirir boletos, y en el interior de una de las dos únicas salas con sistema Imax en México (la otra está en el Centro Cultural Tijuana, donde se estrenó anteayer) rostros iluminados por los colores de la felicidad. Durante 75 minutos, el éxtasis acompaña esta versión renovada de la cinta, ya un clásico de la cultura del siglo XX, que el mundo conoció simplemente como Fantasía.

fantasia-caricaturas-jpg Hace 40 años, el señor Walt Disney lo puso así: "Es nuestra intención hacer una nueva versión de Fantasía cada año. Su patrón es muy flexible y divertido para trabajar con él. No es realmente un concierto, ni una revista o variedad, sino una gran mezcla de comedia, fantasía, ballet, drama, impresionismo, color, sonido y furia épica".

A pesar de intentos renovados, entre los que figuraron participaciones de figuras del arte mundial como el mismísimo Salvador Dalí, quien dibujó bocetos de una versión que nunca llegó a feliz término, jamás se hizo realidad el proyecto original de hacer una Fantasía cada año. Seis décadas después por fin se logra, con los últimos adelantos de la tecnología, pero con el inefable encanto de la música "clásica" en su convivencia perfecta con la fantasía, hecha realidad con el arte supremo de la animación.

Una versión nueva por completo, salvo el episodio original, el que dio origen al proyecto Fantasía: Micky Mouse como El aprendiz de brujo, con la música original, dirigida por Leopold Stokowski y la imagen digitalizada, a la que ųasí como las restauraciones de audio a las que se oye el gisų se nota una pátina de tiempo en lo que los expertos denominan "grano".

El sueño de un melómano, más que realizado: por medio de 22 bocinas, la grabación digital de la lectura que hizo James Levine al frente de la Sinfónica de Chicago ųuna de las cinco mejores orquestas en el orbeų frente al primer movimiento de la Sinfonía 5 de Beethoven es un estremecimiento brutal que hace levitar en la butaca. No hay algo superior al sistema Imax en imagen ni en sonido. Jamás las texturas de la música se habían escuchado tan nítidas, rotundas, desnudas, progenitoras de belleza extrema. Desde el primer instante, Fantasía 2000 transporta hacia un estado de gracia absoluto: la felicidad, el triunfo de la vida sobre la muerte. Sobre una pantalla de 17 metros de ancho por 24 de altura, una porción del paraíso, 75 minutos de caricias en el alma a través de los sentidos, fundamentalmente la vista y el oído.

Tres tipos de música se viven en este que es el primer largometraje filmado en sistema Imax: la que describe una historia, la que no cuenta una anécdota pero sí describe imágenes y la que existe por sí misma, o bien "música absoluta":

Los cuatro acordes más dramáticos de la historia, los primeros de la Quinta Sinfonía de Beethoven, inician este vendaval de placeres, esta inocente orgía de felicidad. La "música absoluta" de Beethoven, con la Sinfónica de Chicago, acompañada de imágenes concebidas por Pixiote Hunt, maestro del arte de la animación que nos narra una historia, digásmolo así, abstracta. Durante tres minutos, Pixiote Hunt despliega formas geométricas ųmariposas, nubes, cascadas, alucinesų y colores pastel ųcreación que le llevó dos añosų que en el melómano retrotraen las imágenes mentales de Paul Klee, Mondrian y la teoría de los sonidos y los colores de Zoltan Kodaly.

Enseguida, el actor Steve Martin presenta el siguiente segmento: una leyenda de ballenas, con una música gloriosa: la parte final de Los pinos de Roma, del compositor romano Ottorino Respighi, música de nuestro siglo, es decir, del siglo XX, siguiendo la idea original de Disney: crear versiones nuevas de Fantasía con partituras nuevas y antiguas. Ballenas volando, santísima alucinación. Ballenas jorobadas ųlas de más hermoso cantoų en tercera dimensión, creadas por computadora, en una manada que comienza el vuelo cuando un supernova explota sobre su hábitat lleno de icebergs.

En la sala, flotando sobre las butacas, los rostros de éxtasis de adultos con su niñez recuperada, de niños en pleno vuelo de imaginería, bebés en polifonía de exclamaciones: agua tibiecita. Eso somos, niños.

Después del orgásmico finale de la música de Respighi, un cigarrito de humo azul, otro prodigio: la Rapsodia en azul, de George Gershwin, en un homenaje al dibujante Al Hirshfeld, quien a sus 96 años sigue en actividad febril y es uno de los pioneros del arte de la animación. Maravilla de nuestra era, la fidelidad con la que se escucha el sonido hace que el espectador vea a la orquesta, que es invisible. Se dice que vivimos una era "visual"; algunos periódicos arremedan a la televisión, quieren ser televisión impresa, se dice que somos eminentemente "visuales", es decir, que debemos ser cada vez más perezosos de mente, no leer ni escuchar, sólo ver y callar. Fantasía 2000 derriba tal mito: si bien la educación musical es una carencia entre muchas en México, el espectador sigue fielmente los sonidos, así parezca que está embebido con las imágenes.

Este filme prodigioso, Fantasía 2000, no sólo dota de felicidad al espectador: también lo forma. Además de Disney, la tradición del arte de la música unida al arte de la animación tiene capítulos trascendentales en la cultura del siglo XX. Loor a Bugs Bunny director de orquesta, un pellizquito a Tom y Jerry correteando a lo largo del teclado de un pianote. Otorguemos el Premio Nobel de la Felicidad ex aequo y post mortem a Charles Chaplin (sus secuencias musicales sólo puede hacerlas él, un genio) y a don Walt Disney, porque ambos han logrado vencer a la muerte con una sonrisa, la gran sonrisa que flota a lo largo y ancho del butaquerío frente a la pantallota del Museo del Niño.

En el ventrículo derecho, la música del jefe Shosta, el allegro de su Concierto Segundo para piano (Yefim Bronfman es solista), en el ventrículo izquierdo El carnaval de los animales de Saint-Saens y la respuesta a una pregunta metafísica: Ƒqué pasaría si diéramos un yo-yo a un grupo de flamingos?; en el alita izquierda del alma, El aprendiz de brujo, música de Paul Dukas, batuta de Leopold Stokowski; en el alita derecha, el pato Donald y su historia de amor de Pompa y circunstancia. En los recovecos más delicados del espíritu, El pájaro de fuego, del famoso músico bizco don Igor Stravismo (je, por Stravinski).

En los rostros de los circunstantes, una larga sonrisa en señal de epifanía.

Ha iniciado el año 2000, el último del milenio, con un prodigio.