Ť Ultimos días para contemplar los Nacimientos


Reinventó Pellicer el origen de las fiestas de Navidad: Zaid

Ť El tabasqueño, apasionado difusor del arte de la miniatura

Javier Molina, especial para La Jornada, San Cristóbal de las Casa, Chis., 4 de enero Ť Un libro memorable es Cosillas para el Nacimiento, de Carlos Pellicer. La primera edición es de diciembre de 1978 (Editorial Latitudes), a cargo de Carlos Isla y Ernesto Trejo. "Los pequeños poemas que siguen hablan de mi pasión por todo lo cristiano ųescribe el poetaų. Creo en Cristo como Dios y la única realidad importante en la historia del planeta. Todo lo demás, arte, ciencia, etcétera, es accesorio, secundario y anecdótico".

Gabriel Zaid explica en la introducción al libro que estas "cosillas" permanecieron mucho tiempo dispersas. "Pellicer no les daba importancia como poemas independientes (de ahí el nombre), sino como textos ancilares, subordinados a la verdadera obra que era el Nacimiento".

También nos platica que Pellicer puso en su casa el Nacimiento durante más de medio siglo.

"Hasta mil novecientos cuarenta y tantos fue un Nacimiento tradicional, aunque especialmente artístico; al ponerlo ejercía su vena de pintor. Por esos años, empezó a introducir elementos inusitados, que crearon de hecho un tipo de obra nueva, sin género conocido: una especie de auto sacramental de la luz, que expresa su religiosidad personal, que a nadie se le había ocurrido y que sin embargo resulta profundamente tradicional, porque reiventa el origen mismo de las fiestas de Navidad", expresa Zaid.

"Desde siempre ųnos dice Pellicerų organizo el Nacimiento cada Navidad en mi casa. Estoy seguro que es lo único notable que hago en mi vida. Es casi una obra maestra. He podido conjuntar la plástica, la música y el poema, así, cada año. Miles de gentes van a mi casa durante cinco o seis semanas, un largo rato de noche a mirar el Nacimiento. Los poemas que forman esta sección se escribieron siempre horas después de terminado mi trabajo manual.

"Mi madre, tan humana cuanto religiosa, me inició en la divina práctica de el Nacimiento. Gracias a Dios y a ella, pude, puedo, hacer cada diciembre lo que dura un mes y parece eterno."

Zaid nos recuerda que la Navidad empezó a celebrarse oficialmente en el siglo IV, y en el calendario eclesiástico quedó en cuarto lugar, después de la Pascua, Pentecostés y Epifanía.

"Sin embargo, ha llegado a ser la fiesta más popular del cristianismo. Se enriqueció con el árbol (de origen germánico, que simboliza el nuevo árbol del nuevo paraíso del nuevo Adán) y otros símbolos universales de Año Nuevo y vida nueva (la alegría, el desprendimiento). Recibió un impulso decisivo de San Francisco, que en 1223, en Greccio, inventó el Nacimiento: hizo participar a los animales en la misa, llevando un burro, un buey, un pesebre. Para San Francisco, la Navidad era 'la fiesta de las fiestas'. Sin negar la cruz, tomó en serio la figura de Cristo como nuevo Adán, que encabeza el nuevo nacimiento de este mundo, reconciliado con el otro."

Quienes tuvimos el privilegio de ser una de las miles de gentes que contemplaron el Nacimiento de Pellicer, revivimos el instante que describe Gabriel Zaid: "Todo el espacio, fuera de un pasillo al frente para los visitantes, estaba ocupado por una especie de escenario que, a través de una bóveda que representaba el cielo, cerraba al fondo con un horizonte curvo, espectacular. La inmensidad del espacio se acentuaba con diversos recursos de perspectiva: la alineación, el tamaño de las figuras, los colores, el tema de las 'escenas' próximas y remotas. No había un árbol típico de Navidad. El conjunto recordaba más bien un gran paisaje del Valle de México pintado por Velasco. Y, como en los cuadros de Velasco, la luz era el personaje central. No el Niño, ni el portal que, sin embargo, estaban perfectamente puestos. La luz, la luz del mundo, era el verdadero Niño presentado a la adoración".

Escribió Pellicer en 1948-1949: "Quiero decirles/ mis queridos amigos/ que en el Valle de México/ Cristo ha nacido./ šAy, cuántas espinas/ y cuánta piedra!/ šLo que sufren las águilas/ cuando no vuelan!/ Del horizonte al cielo/ nubes y ángeles,/ y del día a la noche/ reúne el campo/ su cosecha solemne/ del tiempo santo./ Del alma del Ajusco/ formas de lava;/ más allá los volcanes/ pintan su fama./ šAy, el Valle de México/, quién lo cantara/ sin decir una sola palabra!...