Salinas acabó repudiado y bajo sospecha por el asesinato de Colosio


El ocaso de un "triunfador"

Elena Gallegos /III y última Ť El poco tiempo que le quedaba en la Presidencia ųapenas unas horasų transcurría más aprisa de lo deseado, pero quería disfrutarlo y para eso se programó una apretada agenda. Gozó cada minuto, cada segundo del poder que aún tenía.

Muy temprano había regresado de Monterrey para dirigirse a una imponente multitud ųmás de 40 mil personas sedientas, apretujadasų que en cientos y cientos de camiones que bloqueaban las estrechas y polvosas calles, Emilio Chuayffet le llevó de todo el estado de México para despedirlo en Chalco, donde casi seis años antes inauguró su programa estrella: Solidaridad.

salinas-familia-1-jpg Para Carlos Salinas de Gortari eran ųy entonces aún no lo sabíaų sus últimos minutos de gloria. Estaba en plenitud. Sonreía como si fuera el principio. Se dejaba mimar por quienes lo rodeaban. Recibía peticiones como si de él dependiera resolverlas.

ųƑCómo se siente ahora que se va? ųle preguntaron los reporteros.

ųšTodavía no me he ido...! ųdevolvió con un picante guiño que le llenó de ironía el rostro. Y es que en su proyecto nunca estuvo el modo en el que acabó yéndose. De hecho, aquel día dijo una y otra vez: "šSiempre viviré en México!"

Más tarde, ese miércoles 31 de noviembre de fin de mandato, se fue a entregar anteojos a 20 mil niños, inauguró el nuevo Hospital Infantil, sostuvo conversaciones privadas con Felipe González, Fidel Castro y Al Gore, y ofreció una espléndida cena en el recién estrenado Centro Nacional de las Artes en la que apapachó a los 15 mandatarios que acudirían, al día siguiente, a la toma de posesión de Ernesto Zedillo.

Su sexenio terminaba como había comenzado: a tambor batiente. Pero el brillo de sus últimos actos era sólo un espejismo. En realidad, el país vivía en la pesadilla y el escándalo. Apareció el EZLN en Chiapas; le mataron a su candidato y una sombra de sospecha lo cubrió; asesinaron también a José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI y virtual líder de la bancada en la Cámara de Diputados, y el espanto casi vació las arcas.

Un año antes, en la cúspide del poder, Carlos Salinas de Gortari vio cómo se hacían realidad dos de sus sueños más preciados: la aprobación, por parte del Congreso los Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio, y el alumbramiento de su candidato, Luis Donaldo Colosio.

Consiguió también convencer a un iracundo Manuel Camacho Solís ųuno de los más fuertes aspirantes y quien se sintió terriblemente engañado cuando conoció la decisiónų de que permaneciera en el gabinete para hacerse cargo de la política exterior. "Es mejor tenerlo cerca", comentó después. No cabía duda, Salinas se sentía "šun triunfador!

Llegó a la Presidencia con el estigma de ilegítimo ųcosa que le pesó y terminó marcando muchas de sus decisionesų y poco a poco fue tomando todos los hilos hasta ejercer cabalmente el poder. Hábil en el manejo de su propia imagen, se echó a la bolsa a los líderes de las naciones más poderosas. Vendió, afuera y adentro, la quimera de un México que avanzaba apresurado a la modernidad. Y muchos, muchos le creyeron.


Relatos del presidencialismo mexicano /III

Salinas, al descubierto con la irrupción del EZLN


El rostro maquillado de México

Elena Gallegos Ť En diciembre de 1993 y aunque el PRI ya tenía candidato, Carlos Salinas de Gortari ponía y disponía. No contaba con la maldición del sexto año y aún tenía en el tintero un montón de proyectos para terminar de integrar a México al mercado de América del Norte. El tratado comercial entraría en vigor, en una primera etapa, el 1o. de enero del 94. Hasta soñó y quiso cambiarle de nombre al país.

Para lograrlo, se hizo llegar a la burbuja de la bancada priísta un proyecto de iniciativa que aquélla promovería, en el cual se daban razones para que se modificara el artículo 40 constitucional y el Estados Unidos Mexicanos se remplazara por México. María de los Angeles Moreno Uriegas, en esas fechas coordinadora de la fracción, y Gustavo Carvajal Moreno, presidente de la Comisión de Gobernación y Puntos Constitucionales, trataron de convencer a sus compañeros de partido de lo adecuado de la medida.

El objetivo central del proyecto era evitar la confusión entre Estados Unidos Mexicanos y Estados Unidos de América con la firma del TLC. En los considerandos se precisaba: "nuestro país como nación soberana ha adoptado decisiones inconfundibles en el artículo 40. A esta definición debe corresponder la asignación para el país de una denominación igualmente inconfundible, sobre todo ante una realidad de globalización que nos vincula de manera nítida y estrecha con nuestro vecino del norte a través de un tratado de libre comercio recientemente aprobado".

Un argumento más de aquel frustrado intento: "en los países del orbe y en los organismos internacionales a nuestro país se le conoce, designa y tipifica con el nombre de México que para nuestro pueblo es verdaderamente entrañable, definitorio, inconfundible, evocador e inderogable". Con todo y eso, los mismos diputados priístas montaron en cólera y no accedieron. Moreno Uriegas y Carvajal Moreno quisieron negar, de entrada, que dicho proyecto existía, pero ante la contundencia de las pruebas ųsus compañeros lo filtraron a la prensaų lo admitieron, y organizaron a las carreras un foro de consulta.

salinas-balcon-jpg Durante el mismo ųparticiparon historiadores, intelectuales y legisladoresų hasta Ignacio Burgoa Orihuela pidió dejar en paz la Constitución y el nombre del país, mientras que el PRD lo consideró inaceptable. La propuesta no prosperó.

Por esos días, Dulce María Sauri, quien gobernaba interinamente el estado de Yucatán ųsustituyó a Víctor Manzanillaų envió con letra manuscrita su renuncia al Congreso local. El motivo: se negó a acatar una orden que le llegó del centro para entregar Mérida al panismo. La actitud de la gobernadora era un signo del acrecentado malestar que amargaba a los militantes del PRI por la política de concertacesiones que Salinas mantuvo con el PAN a cambio de que ese partido votara sus iniciativas económicas.

El texto de la Sauri no podía ser más explícito: "cuando asumí por mandato de este cuerpo colegiado el honroso cargo de gobernadora, me comprometí a defender por encima de todo el interés superior de Yucatán. Hoy, primero de diciembre del 93, 34 meses después, me encuentro ante circunstancias que me impiden seguir cumpliendo este compromiso..." De todos modos, a finales del mes y en un inesperado giro, el ayuntamiento de la capital yucateca fue "administrado" por el panista Luis Correa Mena.

Para entonces, en los cinco años de administración se habían registrado más de media docena de relevos en los gobiernos estatales: Luis Martínez Villicaña cayó en Michoacán; Xicoténcatl Leyva Mortera, en Baja California; Fausto Zapata, en San Luis Potosí; Mario Ramón Beteta, en el estado de México; Salvador Neme, en Tabasco; Guillermo Cosío Vidaurri, en Jalisco, y Fernando Gutiérrez Barrios dejó Veracruz por la Secretaría de Gobernación.

Ramón Aguirre renunció como gobernador electo de Guanajuato y el puesto lo ocupó el panista Carlos Medina Plascencia, en lo que se conoció como la primera gran concertacesión con el panismo.

Además, Patrocinio González Garrido dejó el palacio de gobierno de Tuxtla Gutiérrez para sustituir a Fernando Gutiérrez Barrios en Gobernación, y Genaro Borrego y Beatriz Paredes no concluyeron sus gestiones en Zacatecas y Tlaxcala porque prefirieron venirse a la ciudad de México como presidente y secretaria general del PRI.

Ese fue otro de los signos del sexenio. Y es que en el gabinete las cosas tampoco fueron distintas. Durante el salinismo hubo tres secretarios de Gobernación, cinco procuradores generales de la República y cuatro secretarios de Educación, por mencionar sólo algunos casos.

Pero en diciembre de 93 Salinas se fue a Japón y a China muy quitado de la pena y seguro de que todo le salía a pedir de boca. De regreso, la noche del 31 de diciembre, invitó a sus más cercanos a festejar la llegada del Año Nuevo. Achispados por los brindis los presentes se convencían de que los tiempos por venir los colmarían de todo género de parabienes y éxitos.

Ahí estaban el secretario de Energía, Emilio Lozoya, y los gobernadores Manlio Fabio Beltrones, José Antonio Alvarez Lima y Rubén Figueroa. Salinas se acercó al grupo. Un día antes, en un diario nacional se había publicado a ocho columnas una entrevista del secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, quien entre otras cosas comentó que presidente que nombraba sucesor, presidente que se devaluaba.

"ƑCómo vieron lo de Patrocinio?", les preguntó, pero no dejó que le respondieran. El mismo dijo: "šconque presidente devaluado, Ƒeh?!"

Y se fue con otros invitados. Como lo conocían, y bien, uno de los gobernadores pronosticó: "šPatrocinio está acabado!"

Pronto se cumpliría su vaticinio. Tan sólo unos minutos después del intercambio, un oficial del Estado Mayor Presidencial se acercó al presidente. Algo le murmuró y éste salió apresurado del salón.

A eso de la medianoche entraron a San Cristóbal de las Casas ųcon sus rifles y cubierto el rostro con pasamontañasų combatientes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Al correr la madrugada comenzó a saberse que los rebeldes ų"alzados", se les denominó oficialmenteų tenían también en su poder las plazas de Las Margaritas, Altamirano y Ocosingo, entre otras poblaciones.

En su declaración de guerra, el EZLN hacía un llamado "a los poderes de la Unión para que, haciendo uso de su derecho constitucional, se deponga al gobierno ilegítimo de Carlos Salinas de Gortari y a su gabinete, y en su lugar se instaure un gobierno de transición formado por personalidades y partidos políticos, para que sea éste el que convoque a elecciones en igualdad de circunstancias y no como ahora que serían ilegítimas y desequilibradas".

La tarde de ese día, en el mundo entero circularon las imágenes del subcomandante Marcos. Desde uno de los balcones del palacio municipal de San Cristóbal, el líder zapatista precisó que el de ellos era un movimiento étnico, "no es el golpe clásico de la guerrilla que pega y huye, sino que pega y avanza". También dijo que tenían diez años preparándose.

En segundos, el rostro de México maquillado por Salinas y su equipo quedaba al descubierto. De inmediato y por instrucciones presidenciales, los secretarios de Desarrollo Social, Carlos Rojas, y de Relaciones Exteriores, Manuel Camacho, se comunicaron telefónicamente con el obispo Samuel Ruiz, a quien pidieron actuar como mediador.

Las informaciones sobre lo sucesos en aquel lugar eran confusas. Se hablaba ya de medio centenar de muertos. El domingo 2 de enero el Ejército retomó el control de San Cristóbal. Los guerrilleros se replegaron en la Selva y en los Altos y se llevaron en rehén al ex gobernador Absalón Castellanos.

Las posiciones en el gabinete se dividieron. Había quienes se inclinaban abiertamente por el aplastamiento. Informes del Ejército aseguraban que los rebeldes contaban con escasos pertrechos militares. Sin embargo, no se podía ocultar la situación de marginación y pobreza en que estaban sumidos los indígenas chiapanecos, lo que acarreó crecientes simpatías al movimiento.

chis-protesta-zapatista-6-jpg Comenzaron también a propalarse versiones de excesos cometidos por el Ejército en la recuperación de las plazas. En el mercado de Ocosingo se encontraron los cadáveres de cinco rebeldes con claras señales de ejecución. En los siguientes días, oficialmente se aseguró que los choques habían producido ya 93 muertos, aunque algunos aseguraban que eran más de 400.

El miércoles 5 de enero, la prensa difundió fotografías que mostraban que en Ocosingo los cadáveres seguían tirados en las calles. Salinas ordenó a Jorge Madrazo, presidente de la CNDH, se trasladara a la región y atendiera toda situación que pudiera afectar el respeto de los derechos humanos.

El país entero estaba pendiente de lo que acontecía en Chiapas. Desdibujado, Luis Donaldo Colosio propuso a Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández de Cevallos, candidatos a la Presidencia por el PRD y el PAN, una declaración conjunta en la que se pedía a quienes se habían alejado de la ley, respetaran el estado de derecho. Cárdenas le contestó con un proyecto alternativo en el que se llamaba al cese de hostilidades.

En Puebla y Michoacán, con explosivos, fueron derribadas dos enormes torres eléctricas de la CFE. En el estacionamiento de Plaza Universidad, en la ciudad de México, fue detonado un coche-bomba. Cinco personas resultaron heridas. En acciones simultáneas, lanzaron una granada al palacio federal de Acapulco; cerca del Campo Militar Número Uno explotó una camioneta, y estalló un oleoducto en la refinería de Tula, aunque Pemex se apresuró a declarar que se debió a una falla técnica.

El EZ se deslindó de esos hechos, mientras que el PROCUP hizo llegar comunicados a los diarios para atribuirse los sucesos de Acapulco y Plaza Universidad. Con la confusión vino la guerra sucia. En la primera plana del diario Excélsior se publicó una supuesta lista de nombres de los presuntos dirigentes y militantes del EZ en la que se pretendía involucrar a sacerdotes, maestros y perredistas. La información ųsostuvo el rotativoų fue proporcionada por la Procuraduría General de la República, cuyo titular era el ex rector de la UNAM Jorge Carpizo. Este negó la versión al tiempo que se alzaron las voces para advertir que con ello se buscaba justificar una cacería de brujas.

Finalmente la línea de la negociación y el diálogo se impuso. González Garrido fue removido de la Secretaría de Gobernación. Lo acusaron entonces de haber ocultado al presidente lo que se estaba cocinando en su estado. Otros aseguraron que desde marzo ųcuando La Jornada y Proceso lo publicaronų Salinas sabía de la existencia de la guerrilla pero buscó mantenerlo en secreto para no asustar a los sectores conservadores de Estados Unidos, cuyo poder estorbaría la aprobación del TLC.

El lugar de González Garrido lo ocupó Jorge Carpizo y Manuel Camacho se convirtió en un comisionado para la Paz y la Reconciliación "sin sueldo". Este detalle causó conmoción en el cuartel de Luis Donaldo Colosio ųquien ese lunes 10 de enero inició formalmente su campaña en Hidalgoų y de inmediato las especulaciones sobre un inminente cambio de candidato comenzaron a cargar la atmósfera.

Un par de días después, un demacrado Carlos Salinas de Gortari volvió a aparecer ante medio centenar de reporteros en el salón Carranza de Los Pinos y, en su calidad de comandante supremo de las fuerzas armadas, anunció su decisión del cese unilateral del fuego. Hizo dos ofertas a los rebeldes: el perdón para quienes aceptaran la paz y la legalidad, y mayores recursos para atender las demandas sociales de las comunidades indígenas de la Selva Lacandona y los Altos de Chiapas. Luego se supo que el texto leído por el mandatario se redactó esa madrugada en una reunión en la que estuvieron Carpizo y Camacho.

Noam Chomsky consideró que la rebelión en Chiapas no podía verse como algo aislado: "es la manifestación más reciente de la polarización social del mundo, acelerada por el TLC, pero relacionada fundamentalmente con la imposición de las políticas neoliberales".

Camacho se fue a San Cristóbal y comenzó a buscar contactos con los zapatistas. Su figura ganaba grandes espacios en los medios, mientras que la de Colosio se empequeñecía. Salinas tuvo que reunir a la cúpula del PRI para darle un espaldarazo a su amigo: "šque no se haga bolas nadie! El PRI tiene al candidato que lo llevará a la victoria democrática y es Luis Donaldo Colosio".

chis-protesta-zapatistas-4-jpg En periodo extraordinario el Congreso de la Unión aprobó la primera Ley de Amnistía. La respuesta del EZ fue tajante. En un comunicado signado por el subcomandante Marcos, los indígenas en armas se preguntaban: "ƑDe qué tenemos que pedir perdón? ƑDe qué nos van a perdonar? ƑQuién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ƑEl presidente de la República? ƑLos secretarios de Estado? ƑLos grandes señores de la banca, la industria, el comercio y la tierra? ƑLos intelectuales?"

Finalmente, Camacho logró que el EZ aceptara el diálogo. En un paraje de Guadalupe Tepeyac y frente a un ejército de reporteros y camarógrafos, los zapatistas hicieron entrega del ex gobernador y general Castellanos a Camacho y al obispo Ruiz. Luego de una semana, se inició el diálogo en la Catedral de San Cristóbal. El comisionado era el héroe del momento. Los colosistas no le perdonaban a Salinas que lo hubiera puesto en el centro de los reflectores.

El presidente buscaba recomponer la situación. Partidos y candidatos firmaron un compromiso y se procedió a una reforma electoral en la que se dio entrada a la figura de consejeros ciudadanos, se definieron con claridad los delitos electorales y se creó una fiscalía especial.

Sin embargo, en el PRI las posiciones se enconaban. Los colosistas culpaban a Camacho de propiciar las versiones de que él podía sustituir a Colosio y éste dejaba abierta la posibilidad ųen sus concurridas conferencias de prensaų de que eso sucediera.

La noche del 16 de marzo, Colosio y Camacho se reunieron en la casa de Luis Martínez Fernández del Campo, quien se desempeñaba como delegado en Azcapotzalco. Las versiones sobre los resultados de ese primer, único encuentro, luego del alejamiento, son todavía encontradas. Ernesto Zedillo, quien coordinaba la campaña, ha dicho que Colosio les comentó al día siguiente: "Manuel no tiene remedio". En cambio, Camacho asegura que ambos se comprometieron a llevar al país a la transición.

Pero lo peor estaba por llegar. Finalmente el lunes 21 de marzo, Camacho definió su posición: no tenía interés en buscar la Presidencia. Colosio aplaudió el gesto y se dispuso levantar su campaña. Dos días después, en la colonia Lomas Taurinas, Mario Aburto Martínez lo asesinó.

Era el derrumbe. La gente entró en pánico. Los mercados se cerraron para evitar un daño mayor. Pero aquel atroz episodio ocasionó una fuga de divisas de 10 mil 388 millones de dólares.

La segunda sucesión de su sexenio fue complicada. Buscando adelantarse, algunos viejos priístas, y otros no tanto, alentaron la posibilidad de que el líder del partido, Fernando Ortiz Arana, fuera el sucesor. Mientras tanto, Salinas no pudo maniobrar para persuadir al PRI y al PAN de reformar la Constitución y hacer de Pedro Aspe el sustituto del candidato asesinado.

Seis días después y sin más cartas en la manga, Salinas construyó todo para que el PRI nominara a Ernesto Zedillo. Para consumar la decisión y frente a los dirigentes del PRI y los gobernadores, a iniciativa de Manlio Fabio Beltrones se proyectaron en un monitor en Los Pinos las imágenes del día en el que Colosio nombró a Zedillo coordinador de su campaña y lo llenó de elogios. Ese capítulo se conoció como el videodedazo.

Como hecho a propósito, hubo desaseo y se cometieron graves errores en la investigación del asesinato de Colosio. Esto ocasionó todo género de suspicacias. A nadie convencieron las hipótesis del primer fiscal especial, Miguel Montes. Las pesquisas transitaron en pocos meses de la teoría del complot a la conclusión de que el crimen había sido planeado por "un asesino solitario", y la gente endilgó a Salinas la autoría intelectual de los hechos. La maldición del sexto año acababa con los proyectos de futuro del presidente.

En mayo y argumentando que tenía diferendos con un partido ųsin precisar si se trataba del PRD o del mismo PRIų, Jorge Carpizo renunció a la Secretaría de Gobernación. Otra vez, los capitales comenzaron a salir del país. Más de 2 mil 900 millones de dólares costó el amago de Carpizo quien, finalmente, no se fue y condujo la elección del 21 de agosto. Zedillo se convirtió en presidente electo.

Acto seguido el país vivió una fugaz calma, rota la mañana del 28 de septiembre. Ese día en las calles de Lafragua y luego de un desayuno con los diputados del sector popular, José Francisco Ruiz Massieu fue asesinado.

Instantes después de abordar su Century, el secretario general del PRI recibió un impacto que le perforó el cuello. El gatillero Daniel Aguilar Treviño fue detenido por un policía bancario a unos metros del lugar. Todavía con vida, Ruiz Massieu llegó al Sanatorio Español, donde murió.

Desde el principio el nombre de Raúl Salinas de Gortari fue relacionado con el crimen. Un obscuro diputado tamaulipeco, Manuel Muñoz Rocha, había ordenado la operación a su secretario Fernando Rodríguez González. Este dijo ųaunque ha dado varias versionesų que Muñoz Rocha le confesó que su amigo Raúl Salinas los recompensaría por deshacerse de Ruiz Massieu.

La investigación quedó en manos del hermano de la víctima, Mario, lo que contravenía los ordenamientos legales. Pronto, el subprocurador alcanzó notoriedad por atreverse a señalar que tras el asesinato estaba un importante grupo de políticos priístas y denunciar que el dirigente del partido, Ignacio Pichardo Pagaza, y la lideresa de la fracción priísta en la Cámara de Diputados, María de los Angeles Moreno, estaban entorpeciendo las averiguaciones.

En un desplante de histrionismo, Mario Ruiz Massieu convocó a conferencia de prensa para anunciar que dejaba el PRI (y con ello convirtió la pesquisa en una mascarada). "šLos demonios andan sueltos!", cerró su intervención, y otra vez la gente entró en pánico. Más de 5 mil millones de dólares salieron entonces del país. Mario también. Lo hizo en marzo del año siguiente. El Servicio Aduanal de Estados Unidos lo detuvo en el aeropuerto de Newark. Hace poco más de tres meses, Mario Ruiz Masseiu se suicidó.

Las historias de las investigaciones de esos dos crímenes pueden llenar miles de páginas. Hasta la fecha, la gente no cree que Aburto, y sólo él, haya planeado el asesinato de Lomas Taurinas y se sigue preguntando qué pasó con Manuel Muñoz Rocha, pieza crucial en el entramado del caso Ruiz Massieu.

Ciertamente, los presidentes salientes se convierten en los villanos de la historia reciente, pero con el tiempo el enojo se va difuminando. No ha sido el caso de Salinas. A cinco años de que concluyó su mandato, su figura provoca irritación, odio, tirria. Y, efectivamente, como él mismo lo dijo aquel 31 de noviembre, en el encono de los mexicanos "štodavía no me he ido!"