La Jornada miércoles 5 de enero de 2000

José Steinsleger
El futuro que nos inventamos

Lo bueno del año 2000 es la fagocitación mercantil del futuro y que en el super ya no gritan que faltan tantos días para terminar el año. El futuro ya se fue pero la flecha del tiempo sigue su marcha hacia el big crunch, la gran macroexplosión que dentro de diez mil millones de años, según el astrofísico Stephen Hawkins, decretará el fin de los tiempos.

Claro. ƑPero cuál es la dirección de la flecha? ƑSe dirige desde un principio hasta el fin o, a la inversa, del fin al principio? "Que fluye del pasado hacia el porvenir --dice Borges-- es la creencia común, pero no es más ilógica que la contraria".

ƑQué es el tiempo? "Si no me lo preguntan lo sé. Pero si me lo preguntan no lo sé", escribió el libertino San Agustín, hombre que vivió cuando el tiempo era sólo un paréntesis entre la eternidad de antes del principio, cuando no había un fluir de las cosas, y la del Juicio Final, a partir del cual reinará otra vez la eternidad.

Los dilemas del tiempo moderno empezaron cuando Newton aseguró que si cualquiera podía medir el intervalo de tiempo entre dos sucesos con total exactitud, sólo hacía falta un buen reloj. O sea que la idea del tiempo era absoluta porque las leyes de la ciencia no distinguen entre el pasado y el futuro. Se repiten siempre idénticas a sí mismas, sin padecer los avatares del fluir temporal.

Aburrido de dictar clases de geometría euclideana, el diácono Lewis Carroll refutó la idea newtoniana del tiempo y, adelantándose a Einstein, consiguió alegrarnos la vida al imaginar un país de maravillas donde se festejaban los "no cumpleaños". El siglo XIX agonizaba y el filósofo Henry Bergson retomaba la sensación de San Agustín señalando que no pensamos el tiempo pero lo vivimos en el preciso momento en que Julio Verne inventaba la máquina del tiempo.

Entonces, cuando a los positivistas se les erizaron los pelos porque Einstein demostraba que el tiempo era relativo sin acatar que el capitalismo en auge lo consideraba eterno, Marcel Proust oxigenó el ambiente y se lanzó en pos del tiempo perdido.

Es posible que en la desangelada ciencia de los Stephen Hawkins falten los no sé qué vitales de un James Joyce o un Malcolm Lowry, quienes intuyeron que la vida de toda nuestra vida puede transcurrir en un lapso de 24 horas.

Curiosamente, las especulaciones de la astrofísica moderna, que junto a Hawkins dan por sentado que el "verdadero" origen del tiempo empezó con el Big-bang, aquel estallido sideral que hace 15 mil millones de años habría dado origen a la expansión del universo, resultan sospechosamente parecidas a los dogmas centrales de las religiones monoteístas. Y aquí chocamos con la irresoluble antinomia de la filosofía kantiana: no puede concebirse el comienzo del tiempo, porque si el tiempo empezó un día...Ƒqué habría antes de este día sino tiempo?

La especialidad de Hawkins, la cosmología teórica, es considerada la mayor de las grandes ciencias. Estudia, nada más y nada menos, toda la magnitud del universo. Y el problema es que de allí al conocimiento de Dios hay menos de un paso.

La ex exposa de Hawkins, una anglicana devota, cree que los puntos de vista de Hawkins obedecen a su estado físico. Desde los 21 años, el autor de Historia del tiempo padece un mal que afecta a las neuronas motoras y no puede hablar debido a una traquetomía. Dentro de su pecho lleva un dispositivo de plástico que le permite respirar. Su voz sale de un sintetizador conectado a una computadora que tiene en su regazo y que convierte sus gestos en habla.

Trabajosamente, Hawkins mueve dos dedos de una mano --casi el último vestigio de libertad que le queda-- para escribir sus respuestas que suenan metálicas. Así, después de una conferencia que dictó en el Vaticano, le preguntaron a Hawkins si existía un dios creador y con esa voz que parecía salida de La guerra de las galaxias, el sabio dijo "no".

Jane opina: "Para él todo el cuadro es muy distinto debido a sus circunstancias. Nadie más puede entender cuál es su relación con Dios...".

Y cuando el indiscreto periodismo de siempre le preguntó sobre las causas del divorcio, la señora declaró que su papel ya no consistía en cuidar a un hombre enfermo sino en decirle que él no es Dios.