DISQUERO
Kiri, lo sublime
He aquí uno de los discos más bellos que se han grabado en muchos años: Kiri, Maori Songs (EMI). Contenido, significado, poder emotivo y de encantamiento, la redondez literal de este compacto aglutina las gracias mayores que puedan hallarse en grabación alguna. La protagonista, Dama Kiri Te Kanawa, no sólo es una de las sopranos supremas de este siglo, es en sí misma una encarnación angelical por cuanto su alma comunica, expande, destella, enaltece. La biografía de Kiri ha sido difundida en México merced al gran oficio que cumple Canal 22. Su carrera operística es también un referente obligado en la melomanía. Pero este disco es particularmente especial, una perla perfectísima en un collar de perlas perfectas. A quien haya tenido la fortuna de seguir las transmisiones de Canal 22 y Canal 11 por las celebraciones de la llegada del 2000 (que no nuevo milenio, pues no hay todavía tal; iniciará apenas en el 2001), le resultará familiar la música de este álbum imprescindible, pues Nueva Zelanda, tierra nativa de Kiri, fue el tercer punto del planeta donde ocurrió el primer amanecer de este fin de siglo y en ese justo instante se escucharon cantos de aves (tui, kokako, riroriro), cánticos rituales de guerreros maorís (la contraportada de La Jornada del 30 de diciembre los retrata) y el canto sublime de Dama Kiri, en lengua maorí, un cántico que habla de aguas melancólicas, bellas lejanías y esa felicidad que está escondida en el rincón más delicado de las almas. Música de agua, que es un símbolo de vida. Quizá por eso escurren lágrimas cuando se escucha esa última canción maorí de este disco tan hermoso.
Cecilia, la pasión
En el territorio del canto, la nueva figura femenina es romana y se llama Cecilia. En este espacio hemos seguido el paulatino ascenso a la divinidad de esta voz privilegiada por arcángeles narigoncitos. El nuevo disco de esta soprano sublime, Cecilia Bartoli, es un prodigio: The Vivaldi Album (Decca), empacado en forma de libro con un diseño paradisíaco y cuyo contenido es igualmente un hallazgo: una serie de arias operísticas del Cura Rojo, oficio tal ųel operísticoų que no es tan conocido, tanto, que las partituras con las que nos hace levitar la Bartoli son producto de su trabajo musicológico, pues ella misma se encerró en jornadas mágicas dentro de la Biblioteca Nacional, en Turín, y entre muchos manuscritos vivaldianos encontró estas arias que dan escalofríos del puritito placer. He aquí otro disco hermoso, cuya parte instrumental está a cargo de Il Giardino Armonico y del Coro Arnold Schoenberg. Si de por sí Vivaldi es un autor de alcances alucinógenos, de encanto y magia de arrebato, en este disco la paridad de la voz de Cecilia con los instrumentos es igualmente enardecedora por lo sublime. Por ejemplo, en el track 3, el aria Di due rai languir costante, un instrumento rarísimo, llamado flageolet y parecido a una pequeña flauta barroca, entreteje con la voz de Cecilia para expresar los tormentos y placeres del amor. Y así las diferentes instrumentaciones, y de manera fundamental los silencios, maginifican la expresión de las emociones, la pasión, los sentimientos anidados en este disco sumamente intenso, bellísimo, tan devastador como los hoyuelos en las mejillas de una dama.