Adolfo Sánchez Rebolledo
Año nuevo, temas viejos
Si el tono general del año lo van a dar los primeros escarceos políticos de las campañas, mal comenzamos. Grave, lamentable y ridículo es que el único tema recordable de la discusión sobre el presupuesto sea la graciosa huida del diputado Paoli y no el examen severo de una grave omisión legal que hace posible llegar a esos y otros extremos o, en definitiva, el contenido mismo de la ley aprobada a última hora.
La consolidación de la democracia pasa por la revisión de los usos y costumbres del pasado presidencialista, comenzando por los hábitos parlamentarios cuya rigidez salta a la vista al final de cada periodo legislativo, así como por la naturaleza del compromiso partidista de los legisladores. Montada a caballo entre la democracia y el presidencialismo autoritario, el presente de la discusión nacional sigue atada mucho más al pasado que al futuro, no obstante la mayoría opositora y demás innovaciones indiscutibles. Véanse si no los acontecimientos recientes. La repetición cansina del rollo para aprobar la Ley de Ingresos y el presupuesto ya no emociona a nadie, ni siquiera a "los mercados" internacionales, pero desgasta innecesariamente la salud republicana.
Para corregir esta situación, Ƒno sería factible, digamos, que el proyecto de presupuesto se examinara a la luz de consideraciones técnicas con el aval de todos los grupos antes de someterlo a la consideración política del pleno de la Cámara? ƑQué tan difícil sería que los partidos con representación en el Congreso informaran a la nación acerca de sus pretensiones, preferencias y objetivos en esta materia antes de la discusión en corto de cada uno de los puntos? Es probable que los diputados aduzcan como respuesta a estas inquietudes una pila de consideraciones más o menos jurídicas explicando por qué siempre es imposible eludir esa gelatinosa situación de premura e improvisación que es el último debate del año. Tampoco nos hacemos ilusiones pues sabemos cómo se las gasta en esta materia el Ejecutivo, pero aún así, en nombre de la certeza que debe regir las relaciones entre los poderes del Estado, habría que intentar una reforma que le dé algo, un poco de racionalidad al debate fundamental de la política económica.
El tema Paoli no es, por cierto, el más socorrido. Patética, por decir, lo menos es la seudodiscusión sobre la corrupción que inició Labastida, quien todavía sigue sin enterarse que el PRI ya no es, por fortuna, la única fuerza en el escenario nacional. El candidato oficial no distingue discursivamente entre el PRI y el resto de la ciudadanía, entre la nación y el partido, de tal manera que sigue confundiendo al militante con el votante cautivo de otras eras geológicas de la política local. Temas que en el pasado hubieran sacudido el ánimo de las multitudes y a una "opinión pública" creada oficiosamente por los boletines de prensa secretariales, hoy parecen simples rutinas electorales que no intimidan a los corruptos ni tampoco sacuden a la gente común que ya está harta de admirar la relación genética que se da entre la danza de los millones y los golpes de pecho sexenales de los políticos en campaña.
Claro que está muy bien que el PRI ponga fin a una práctica que ha sido consustancial al poder en México, pero una promesa no es todavía un hecho, como creen los propagandistas de Labastida a quienes esta pequeña diferencia no le hace mella. Mal, muy mal que el PAN, por boca de Vicente Fox, aproveche la ocasión para lanzar deleznables acusaciones sin ofrecer pruebas concurrentes, según se ha hecho una costumbre ya en la disputa electoral, pero este es el clima dominante en la contienda que ahora se inicia formalmente con el registro de los candidatos ante el IFE. Queda mucho camino hasta el 2 de julio.